Nuestra labor es simple: debemos terminar con los resabios dictatoriales en Chile. Por ello el Movimiento Estudiantil debe seguir en la senda de impulsar, articular, componer e instalar un movimiento político y social que dispute el poder a quienes hoy lo concentran para su beneficio. Yo apuesto por un espacio que aglutine a todos quienes estamos por las transformaciones urgentes y estructurales que Chile necesita. Existe una gran cantidad de organizaciones sociales y partidos políticos emergentes que de seguro han de estar disponibles para esa tarea, que es nuestra tarea. La tarea de los y las demócratas y por supuesto de la juventud.
En Chile y en todo el mundo, ya no solo está en cuestionamiento el proyecto neoliberal, con su fracaso, se levanta una generación que está cimentando proyectos políticos alternativos, que están exigiendo un nuevo sistema económico para la justicia social y un nuevo sistema político institucional, que en Chile trabajamos para coronar con una Asamblea Constituyente.
Desde hace unos cuantos años hemos venido presenciando un sinfín de transformaciones en el mundo. Algunos eternos despistados, cuales profetas apocalípticos, hablaban del fin de la historia. Otros decían que no hay alternativa mientras promovían modelos de acumulación, depredación de la naturaleza y privatización de los derechos y servicios sociales, con la complicidad en nuestra Latinoamérica de dictadores y gobiernos civiles que quisieron perpetuar ese fracaso.
¿Es ese el mundo en el que aun vivimos? A priori, la respuesta es sí. Continuamos viviendo las consecuencias que nos provoca la instauración de un mal llamado modelo, el neoliberal. Que se instaló como la única vía posible de desarrollo y bienestar para la ciudadanía. El cuadro podría ser mostrado como que desde entonces, nada ha cambiado. Claro, siempre y cuando nos pongamos la camiseta e hinchemos por el neoliberalismo. Pero eso no es así ni tampoco lo será.
El mundo entero se está sacudiendo del lastre que se le impuso. Hoy la resistencia a un proyecto totalitario decidido por banqueros y grandes capitalistas, viene en constante ascenso. Por dar solo algunos ejemplos contemporáneos: México-Chiapas con el EZLN; Bolivia con la guerra del Gas y el Agua; Ecuador con la Revolución Ciudadana; España y los Indignados; en Estados Unidos la mítica Batalla de Seattle y los contemporáneos Ocuppy ; Grecia y gran parte de Europa con movimientos contra la austeridad; Argentina con el Que se vayan todos; Chile con el Movimiento Estudiantil.
Todas estas experiencias de resistencia tienen en común que representan el descontento acumulado durante décadas de frustración. Donde las esperanzas de un mundo más justo, se fueron al tacho de la basura, y los beneficios se concentraron en poquísimas manos. Solo por mencionar un dato: en un mundo que bordea los siete mil millones de habitantes la mayor parte de la riqueza está concentrada efectivamente en poco más del 1% de la población mundial. En Chile incluso tenemos el “lujo” de tener a la cabeza de uno de los países más desiguales del mundo a un empresario, que se puede encontrar hasta en el listado Forbes entre los hombres más ricos del mundo.
El momento al que hoy nos enfrentamos no es resultado del azar. Mucho menos de la actividad de manos invisibles. La concentración de poder y la concentración económica bien podrían dar una explicación preliminar de por qué hoy somos parte de un nuevo ciclo político y social, con expresiones locales de una problemática global.
En esto, los jóvenes siempre han sido actores importantes en procesos de transformación y cambios en el paradigma que regía su época. En 1918 fueron los estudiantes de Córdoba; en mayo de 1968 fueron los estudiantes de Francia. En Chile el 2006 fueron los pingüinos y el 2011 los estudiantes secundarios y universitarios quienes lograron movilizar a un país completo. País que hasta hace poco aceptaba como normales todo tipo de injusticias. No culpo a nadie por asumir con naturalidad esto, pues la dictadura hizo un muy buen trabajo, ya que despolitizó profundamente a la ciudadanía.
Si bien la dictadura aparentemente terminó, el proceso de despolitización continuó. Hasta hace poco era común oír “la política es mala”, “la política la hacen los señores políticos”, “no me interesa la política”, “de todos modos debo trabajar” y un largo etcétera de frases como la célebre «no estoy ni ahí» del un ex tenista nacional, con la que los ciudadanos expresaban el descontento no con la política, si no con los políticos. Al mismo tiempo, demostraba esa abismante distancia entre gobernados y gobernantes. Todo esto es muestra de la hegemonía cultural que impuso la dictadura. Detrás de ello se esconde el discurso de los defensores del neoliberalismo, que suelen llamarse comúnmente independientes, agentes técnicos, objetivos y apolíticos.
En estas condiciones emergió el movimiento estudiantil, producto de la existencia de agentes críticos y partidos políticos emergentes antes marginalizados, e incluso caricaturizados por el establishment y sus aparatos mediáticos. No sorprende que los defensores del status quo, utilicen siempre la misma táctica en contra de la juventud. Para ellos, la juventud debe hacerse cargo de sus temas fuera de la arena política. Para pisar ese terreno debes ser un dinosaurio con traje y corbata.
Muchos osamos pasar a la arena política a denunciar abusos, defender principios, ideas y valores y entramos a disputarles el poder. Por ello, siempre hemos sido acusados de estar instrumentalizados, politizados o ideologizados, pues en el antiguo régimen político que hoy agoniza, la política debe ser algo absolutamente ajeno a las mayorías, la hacen esos “señores políticos”, los “independientes”, los “técnicos” y todos aquellos que disfrazan con eufemismos claras convicciones derechistas.
El movimiento estudiantil chileno ha sido un detonante que permitió sacar a luz las vergonzosas desigualdades que tiene este país, el “jaguar” de Latinoamérica. Partió con una demanda gremial por becas y rebajas en el interés de los créditos estudiantiles. Un año después, y producto del crecimiento y el desarrollo político de esta generación de veinteañeros, hemos puesto en el centro del debate las transformaciones que el país necesita.
Si el movimiento estudiantil chileno, hubiera seguido en la dinámica gremial, funcional al proyecto de despolitización que aun buscan algunos mantener, tal vez la sociedad chilena no estaría cuestionando la representatividad de sus autoridades, la labor de las coaliciones políticas del binomio Concertación-Alianza, del parlamento, de las fuerzas armadas y la iglesia católica. Todas instituciones que en diferentes sondeos públicos vienen en sostenida baja.
Ante esto nuestra labor es simple: debemos terminar con los resabios dictatoriales en Chile. Por ello, el movimiento estudiantil debe seguir en la senda de impulsar, articular, componer e instalar un movimiento político y social que dispute el poder a quienes hoy lo concentran para su beneficio. Apuesto por un espacio que aglutine a todos quienes estamos por las transformaciones urgentes y estructurales que Chile necesita. Hay una gran cantidad de organizaciones sociales y partidos políticos emergentes que de seguro han de estar disponibles para esa tarea, que es nuestra tarea. La tarea de los y las demócratas y, por supuesto, de la juventud.
No sólo se cuestiona el proyecto neoliberal. Su fracaso levanta una generación con proyectos políticos alternativos que exigen un nuevo sistema económico para la justicia social y un nuevo sistema político institucional, que en Chile trabajamos para coronar con una Asamblea Constituyente.
Hoy hace más sentido que nunca la frase del líder de la izquierda en Francia, Jean-Luc Melénchon, quien dijo que “vivimos no una época de cambios, si no un cambio de época”. Un cambio de época que nos tiene como protagonistas luchando por lo que sabemos es justo. En esta época, hemos de ser dinosaurios o meteoritos y a esta altura, todos sabemos que ocurrió con los dinosaurios.
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