El alcance de los cambios está supeditado a realidades institucionales, económicas y políticas que la sociedad chilena ha ido construyendo en los últimos decenios. Realidades que también fueron fruto de una lectura y de una práctica, por así decirlo, de centro izquierda. Realidades y cambios que se construyeron gradualmente y que no admiten afanes rupturistas.
Las declaraciones del presidente de la DC, sobre una eventual coalición de gobierno con participación del PC reactiva el debate de las identidades y de las alianzas para el año 2013 al interior de los partidos de la Concertación y de la oposición en general. La necesidad de generar una nueva mayoría social y política para gobernar un país que inició un nuevo ciclo en su historia tiene a los partidos políticos culturalmente tensados entre el ser y el que hacer, entre el ethos y el pathos.
La DC aparece cruzada por el dilema de su identidad doctrinaria y la necesidad de una alianza de centroizquierda más amplia que la Concertación como base de sustentación de un nuevo gobierno. Su presidente expresa sus prejuicios ideológicos respecto a las posibilidades de crecimiento hacia la izquierda, pero olvida el rol de rearticulación que puede jugar su colectividad en recuperar adhesión de actores del centro con identidad cercana, como por ejemplo el PRI, que se desprendió de su propio tronco. Dicho Partido ha consolidado en las dos últimas elecciones municipales un peso electoral, superior al del mismo PC, que fluctúa entre el 7 y el 8 por ciento. Cifra nada despreciable para inclinar balanza en una elección presidencial y parlamentaria.
Por su parte, el PS acepta una coalición que incluya nuevas fuerzas políticas provenientes de la izquierda, pero prioriza la alianza con el centro para crecer y asegurar gobernabilidad. No se percibe el mismo empeño por sumar recuperando adhesión de nuevos actores que salieron de sus propias filas (MAS, MAIZ, PRO) por modesto que sea su peso electoral y que tienen claras afinidades estratégicas con los socialistas.
En el caso del PPD, su nueva definición tiene todavía un largo y complejo camino por recorrer. Coyunturalmente ha sido coherente respecto a temas de trascendencia que involucran una visión de país como es el caso de la nueva ley de pesca, y presenta lista conjunta con radicales y comunistas para concejales. Sin embargo los desafíos futuros trascienden lo meramente legal y electoral y se sitúan en el corazón de la gran política: ser y hacer gobierno; qué hacer y con quienes hacerlo. En torno a estos puntos centrales irá adquiriendo forma y contenido su anunciado giro a la izquierda.
Pero, ¿hacia cuál de las izquierdas? Hacia la izquierda alternativista, que sostiene el derrumbe del modelo de desarrollo y que sueña con remplazar la economía de mercado (¿por cuál?). Es la izquierda que inspirada en una lógica jacobina interpreta los movimientos sociales como signos de una situación prerrevolucionaria. Es la izquierda cuya identidad permanece prisionera de concepciones teóricas y percepciones culturales conservadoras y mira la realidad del país con ese sesgo. Respecto de la Concertación tiene una opinión crítica de su obra, aunque varios de sus exponentes los encontramos al interior de algunos de los partidos de la misma.
Tal vez la definición irá en una dirección más realista. No cabe duda de que existe malestar e insatisfacción de la ciudadanía respecto de importantes aspectos del modelo vigente. No cabe duda de que la sociedad chilena demanda transformaciones estructurales importantes en lo económico, en lo social y en lo político.
Pero tampoco cabe duda alguna de que el alcance de los cambios está supeditado a realidades institucionales, económicas y políticas que la sociedad chilena ha ido construyendo en los últimos decenios. Realidades que también fueron fruto de una lectura y de una práctica, por así decirlo, de centro izquierda. Realidades y cambios que se construyeron gradualmente y que no admiten afanes rupturistas.
Uno de los méritos de la Concertación, además de garantizar estabilidad institucional durante cuatro periodos presidenciales, fue el de haber permitido espacios de construcción de país superando los intereses acotados y las identidades partidistas. Su discurso y su oferta siempre tuvieron como destinatario toda la ciudadanía y no solo a los ciudadanos movilizados. La Concertación supo y pudo hacerlo desde la síntesis de su diversidad.
La nueva coalición política debe ser más amplia y representativa que la Concertación, pero la propuesta de gobierno debe preservar su condición de espacio de expresión común por sobre los intereses corporativos y definiciones identitarias por legitimas que sean. Todos los partidos de la Concertación y de la oposición pueden asumir el reto sin despersonalizarse.
En el caso del PPD, “que se siente mejor desde la izquierda”, la tentación de exacerbar su identidad y radicalizar sus posturas le pueden hacer correr el riesgo de un sobregiro que afectará la alianza con el centro y alejará la posibilidad de un nuevo gobierno progresista para Chile.
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Foto: Paula / Licencia CC
Comentarios
07 de diciembre
Suponiendo que para las elecciones municipales hubiesen votado todos los afiliados a partidos políticos, amén de los que no lo estamos, es evidente que los primeros son una ínfima minoría del padrón electoral actual (del anterior también).
Por lo anterior, creo que la primera meta de los partidos debe ser la de reclutar más adherentes y simpatizantes y para ello se requieren liderazgos y acciones diversas y, por supuesto, que sus senadores y diputados cumplan sus promesas electorales, entre otras cosas.
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