La idea de gobernanza se ha puesto de moda, y hoy es común escuchar o leer acerca de sus bondades por sobre otros modelos de intervención o de relación entre actores públicos y privados. La gobernanza, tal como sus parientes cercanos, gobernabilidad, cohesión, globalización, es un concepto más usado que entendido; podemos encontrarlo referido en distintas circunstancias.
La gobernabilidad se refiere a las adaptaciones y procesos, en el marco del Estado y de la administración pública, para mejorar la relación (vertical) con la ciudadanía y el proceso de toma de decisiones. La gobernanza, por su parte, apunta a la forma de mejorar la relación (horizontal) entre una pluralidad de actores públicos y privados, tendientes a fortalecer la toma de decisiones, la gestión y el desarrollo de lo público y lo colectivo, con una marcada intensión de integración y de interdependencia.
Gobernanza dice relación con actores formales e informales, con una nueva forma de hacer las cosas, que es sostenible y sustentable, que coordina y comunica entre los actores involucrados y permite mejorar el control y la transparencia de la gestión pública.
La gobernanza aparece como una forma de ejercicio de gobierno en que la coherencia de la acción pública no responde a las decisiones y acciones centralizadas propias de la élite político-administrativa, sino que responde a la coordinación entre distintos actores públicos y privados para definir espacios comunes y metas compartidas. Tanto los elementos culturales como la identificación de una necesidad común insatisfecha o una amenaza identificada de forma colectiva, son catalizadores de procesos de gobernanza al estimular la interacción entre los actores sociales.
En este escenario, las movilizaciones sociales de las que los chilenos hemos sido testigos, pueden ser ejemplo de un llamado a establecer un nuevo sistema de relaciones, cercano a la gobernanza más que a la gobernalidad, desde una nueva sociedad civil. Las respuestas a las múltiples demandas que estos movimientos están reclamando no puede venir desde la “vieja escuela” de la negociación a puertas cerrada; por el contrario, es hora de sentarse todos a la mesa.
El desafío está en quienes lideran estos movimientos ciudadanos, que, más que una sumatoria de movimientos temáticos (educación, medio ambiente, derechos sexuales), se han convertido en un gran recipiente de demandas insatisfechas por mucho tiempo.
Pensemos en un nuevo trato desde la gobernanza, que permite la inclusión de todos los temas y todos los representantes que quieren, con toda legitimidad, ver mejoradas sus condiciones de vida.
Esta imagen se acerca a la idea de la democracia deliberativa. En una democracia deliberativa, los espacios de discusión y debate están asegurados y son respetados. Quien está a la cabeza del gobierno, sabe que está expuesto al escrutinio público; así son las reglas del juego. A su vez, la sociedad civil sabe que tiene el poder de deliberar, pero para ello debe estar informada y organizada. Por tanto, hay un desafío de auto regulación en ambos sectores. Y, quizás, esta es la clave que permitiría mantener los equilibrios de poder.
El liderazgo será distinto en la gobernanza: habrá voces diferentes y con representación de sus sectores. No existirá una sola voz sino una coordinación de expresiones, que nos permita asegurar que la asociatividad, diversidad y pluralidad sean la consigna, dentro de un discurso común y unitario de cambio. Conceptos como colaboración y cooperación reemplazarán a la negociación e imposición. Tendrá más sentido hablar de comunidad de intereses que de intereses sectoriales.
Siempre necesitaremos un líder; un alguien, mujer u hombre, que esté a la cabeza. La generación espontánea de un fenómeno sólo tiene éxito si es un experimento de laboratorio. Pero estamos hablando de personas, de emociones, sentimientos, deseos, frustraciones y ganas; de hechos reales. Por tanto, este nuevo líder no debe ser soberbio, ni autoritario, ni menos excluyente: debe hacer que la colaboración, la cooperación, el entendimiento, la táctica y estrategia sean los ejes del camino. Hacer de la frase de “todos para uno y uno para todos” su eslogan.
Este líder necesita ser legitimado por quienes representa. Para ello, los que le otorgan el mandato deben, necesaria y fundamentalmente, haberse puesto de acuerdo antes. Esto es: haberse organizado en torno a un discurso común, a metas y caminos comunes, a colaborar y trabajar coordinadamente, a respetarse unos a otros y exigir, de la misma manera, que sus intereses sean representados. Sólo con una sociedad civil organizada y consciente del rol que juega, el liderazgo se hace efectivo.
Si pensamos en un escenario como el descrito, la gobernanza, como sistema de relación de unos y otros, puede parecerse a una imagen moderna de la mesa redonda del rey Aturo, siempre y cuando contemos con la inteligencia y sabiduría del mago Merlin; la determinación y valentía de Lancelot; la convicción y fuerza del rey Arturo, su espada Excalibur y, por cierto, Guinevere, su reina.
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