El oráculo develó la verdad. Así de categórica es para muchos la información proporcionada por las encuestas del Centro de Estudios Públicos (CEP) que, cada cuatro meses, logra generar bastante ruido en el mundo político y en los medios de comunicación. Esto, porque sus resultados no siempre han dejado satisfechos a todos los sectores y “rostros” que se pelean por “representar” al pueblo.
En su última entrega, el pasado 27 de noviembre, hay algunos datos que me inquietan y representan síntomas que me permiten construir ciertas interpretaciones que considero esencialmente preocupantes al ser una “fotografía” o, como a varios les gusta decir, “termómetro” de la visión de nuestra ciudadanía en un lapso de tiempo determinado y cruzado por múltiples acontecimientos propios de la coyuntura nacional.
En la primera parte de la encuesta, en la sección llamada “Percepción económica, visión del país y principales problemas”, los entrevistados-1.432 personas- respondieron a la pregunta “¿Cuáles son los tres problemas a los que debería dedicar el mayor esfuerzo en solucionar el Gobierno?”. “Educación”, con un 50% de las preferencias, es la cuestión que el gobierno debe atender con mayor urgencia, según los encuestados, seguida de “Delincuencia”, con 48% y “Salud”, con 45%.Ante la pregunta “¿Cuán interesado diría usted que está en la política?” el 53% de las preferencias se inclina por la opción “Nada interesado”, y un magro 30% responde “Algo interesado”
Probablemente una cantidad importante de lectores comparten estos resultados. Es evidente también la trascendencia de la educación en la incidencia concreta de los otros problemas, porque sí existe una concatenación real que, con seguridad, podríamos vincular directamente al buen desarrollo de ella como factor productor de bienestar que, ineludiblemente, cubrirá las necesidades antes descritas (Soluciones siempre a título individual, eso sí, y no colectivo derivadas de una mejor calidad en educación). Sin embargo, es impactante constatar que el problema “Desigualdad” es destacado por apenas el 11% del universo encuestado. Si la educación es vital, la desigualdad es la madre de nuestros conflictos como sociedad. Podría extenderme varias líneas en este punto, pero para ser breve y dar algunas justificaciones a esta observación, bastaría decir que estamos en presencia de un grave problema de jerarquización de prioridades. Básicamente, según nuestra realidad país, si naciste en la Pintana-sólo por citar una zona bastante estigmatizada e ilustrativa del argumento- la educación, así como cualquier proceso social en el que te desenvuelvas, será una consecuencia de todas las variables que inciden en esa comuna. Entonces, lamentablemente, somos hijos de un enorme contexto en el que la desigualdad es omnipresente.
Otro elemento preocupante, aunque entendible, de esta muestra es el poco aprecio de la ciudadanía hacia la actividad política. ¡Pero cuidado! No vamos a aplaudir a diputados ni a senadores, ni mucho menos a ministros y ni siquiera a nuestra Presidenta, sino más bien vamos a poner el acento en el concepto ciudadano de la cosa pública. Nuevamente, una gran cantidad de lectores puede considerar obvio este manifiesto -y cotidiano- desencanto en la política por parte de la opinión pública. Sólo basta citar infortunados episodios como el “Pentagate” o el reajuste del 6% en las remuneraciones del sector público (incluyendo senadores y diputados) para compartir esta desazón. Yo también la comparto. No obstante, la política, aunque no sea una afirmación popular, es necesaria. Si queremos mantener y mejorar nuestra democracia representativa y participativa, la conducción política de las naciones es capital. No existen movimientos sociales ni ciudadanos que puedan sustentarse y conducir solos un país. Y si así fuere, pues bien, se transformarían, inevitablemente, en un movimiento político articulado, escindido y vertical o en partidos (si efectivamente pretendieran abarcar el grueso del territorio nacional). Sin embargo, ante la pregunta “¿Cuán interesado diría usted que está en la política?” el 53% de las preferencias se inclina por la opción “Nada interesado”, y un magro 30% responde “Algo interesado”. Esto marca, además, una gruesa contradicción si es que, antes, pedimos o localizamos ciertas prioridades sociales, independiente de su jerarquía, con la tácita intención de que “alguien” las viabilice. ¿Quiénes? Es una interrogante válida. Por ese motivo aquí se produce una clara confusión respecto de la aceptable decepción (expresada en la baja aprobación para la Nueva Mayoría 24% y el 37% de rechazo; mismo caso el de la Alianza, 16% la aprueba y el 44% la desaprueba) de la población ante los conductores políticos por todos los aspectos ampliamente conocidos, pero otra cosa es la nula valoración de la actividad como un vehículo más complejo y grande, con una mecánica independiente y necesaria. La diferencia está en su conducción.
Los anteriores son sólo algunos síntomas relevantes que denotan una “enfermedad” que se viraliza, crece y nos empobrece como ciudadanos.
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