Una vez más la actividad política parece estar en una encrucijada. De tiempo en tiempo se observa un auge y caída en la apreciación ciudadana de los políticos y el quehacer político. En su caída parece haber un denominador común: la corrupción. Agregaría también su inefectividad, su incomprensión.
El neoliberalismo ha ayudado a la decadencia de la política puesto que bajo su imperio, el dinero ha pasado a ser el nuevo dios, posponiendo los valores que deben guiar el comportamiento humano y reduciendo el valor de lo público, ensalzando lo privado. La épica de la política, los sueños, las utopías se reducen a la más mínima expresión, así como la capacidad del Estado por corregir las distorsiones del mercado.Dicho en términos tenísticos, pareciera que estamos en una suerte de punto de quiebre. Como que nadie sabe para quién trabaja.
En este contexto la política y los políticos quedan como una suerte de figuras decorativas, inoperantes, que están porque tienen que estar, pero restringidos en su capacidad para cambiar las cosas. Una de las herencias de las dictaduras que asolaron el continente ha sido justamente esta: ahora los políticos no tienen poder alguno, ni para hundirnos, ni para salvarnos. Ya no tienen la manija. La tienen las grandes empresas que lo manejan todo, incluyendo voluntades.
El resultado es lo que tenemos, acá, allá y más allá. Todo está entrampado, abrazados mortalmente. La lógica tecnocrática, económica dice una cosa; la lógica humana, social, ambiental nos dice lo contrario. Y a río revuelto, ganancia de pescadores. En Europa el nacionalismo, el ultranacionalismo está ganando terreno; en nuestros países los paladines de la antipolítica están al acecho esperando dar el zarpaso. En USA, el ascenso de Trump da cuenta del hastío con la política y del nivel educacional de los norteamericanos.
Pero no solo el neoliberalismo ha ayudado al desprestigio de la política. También lo hace el mal ejercicio de ella, como es el caso de Venezuela, donde Chávez llegó a la primera magistratura ante la corruptela de la clase política representada por Acción Democrática y COPEI. Apareció como el mesías con el apoyo de las FFAA. Hoy, su sucesor, Maduro hace rato se cae de maduro, sumido en la corrupción de su sostén, las FFAA venezolanas y la dilapidación de los recursos petroleros.
En Perú, este domingo son las elecciones presidenciales; la segunda vuelta, donde los dos aspirantes comulgan en la misma iglesia, el neoliberalismo, aunque en parroquias distintas, una más popular que la otra. El escenario es macondiano porque uno de los candidatos, Keiko es hija de Alberto Fujimori, hoy encarcelado por crímenes y corrupción. Es como si en Chile un hijo del innombrable estuviese en la papeleta presidencial, sacara la primera mayoría en la primera vuelta, y para la segunda estuviese ad portas de ser elegido.
Dicho en términos tenísticos, pareciera que estamos en una suerte de punto de quiebre. Como que nadie sabe para quién trabaja.
Comentarios
05 de junio
Concuerdo con su apreciación, a veces parece que estamos a deriva y además hay mucha gente taladrando el casco para que nos vayamos todos a pique. Quizás la respuesta esta en los múltiples grupos que gritan en las calles, si se analiza uno por uno, en forma crítica, analítica, se verá que muchos de ellos, muchísimos quieren la intervención del estado en sus problemas. Mi visión me dice que estamos como estamos y probablemente seguiremos peor, no sólo aquí, en todos lados, porque se apuesta mucho por el estado, la gente cree que el estado tiene las herramientas, los recursos ( infinitos en la creencia popular), las fórmulas, las soluciones a todos sus problemas, algunos grupos aspiran a llegar al estado y cuando lo hacen, cuando son gobierno, se sienten agobiados, sobrepasados porque no dan abasto, todo el mundo quieren más y más, y muchas veces, sobre todo en nuestro país sin contribuir ni siquiera con un cobre por generaciones, es una forma de ser, es una cultura cargarle los dados a los demás. Si tan sólo pudiéramos construir honestos y éticos proyectos de vida, intentando creer menos en las mortíferas ideologías, panaceas, iluminados y caudillos y enfrentar la vida como es, dura y llenas de frustraciones, pero a la vez dulce y plagadas de pequeñas metas, el estado sería menos influyente en nuestras vidas, y quizás seríamos algo más felices y el mundo estaría mejor.
0