Estamos a 5 de octubre. Hace 22 años, una palabra tan simple como NO fue capaz de sacar, por la fuerza de la democracia, a un tirano como Pinochet. ¡Aplausos, aplausos! Ya, suficiente. Fue hace 22 años, y si seguimos aplaudiendo nos vamos a quedar mancos.
Tengo 20 años y nací en democracia, poco después de que Aylwin iniciara su mandato presidencial. No viví el plebiscito, ni mucho menos viví el miedo de la dictadura. Todo lo que sé de ese período son historias de mis viejos, de tíos y tías, de mis abuelos y de amigos de la familia. Durante estos últimos dos años he sabido de esas historias que se cuentan en los pasillos de los Partidos de la Concertación, de algunos con más suerte y otros que definitivamente carecieron de ella.
He escuchado hablar de odio y de muerte, de corriente eléctrica en los testículos y de balas en la sien; de desesperanza, de historias crueles que el cine jamás se atreverá a retratar, de hombres y mujeres con el pecho abierto y las tripas colgando mientras los peces los miran pasar. He escuchado tantas historias, de la dictadura de Pinochet y de otras, que sé muy bien lo que significó para este país que un 5 de Octubre se le dijera que NO a ese tirano y se comenzara a construir la democracia.
Tengo en mi retina grabada una imagen (o, mejor, un videotape de antología) donde el ya asumido Presidente Aylwin, en un Estadio Nacional repleto, dice que este país se debe construir con todos, sin distinción, con civiles y militares, mientras la pifiadera de fondo sólo lo hace reforzar la frase “sí compatriotas, civiles y militares”. La Concertación había dado un paso fundamental para la reconstrucción de la Democracia Chilena; había pasado de decir que NO a Pinochet y su dictadura, a decir que SÍ a las transformaciones políticas, económicas y sociales necesarias para un mejor país. La Concertación ya no era la negación; ahora era propuesta.
Pero la Concertación hoy es un tanto distinta. Pareciera que se le acabaron las ideas. Durante la última campaña presidencial, el candidato fue electo bajo la premisa de que él era el “único que le puede ganar a la derecha”; la Concertación pasó de ser una propuesta país a una opción para los opositores. Volvió a ser la negación. Y perdió. Y perdió porque dejó de ser lo más importante que era; una propuesta a futuro y no una remembranza del pasado.
Hoy, 5 de Octubre, veo la cantidad de celebraciones y actos refundacionales y sólo me queda preguntarme si estoy bien militando donde milito.
Veo la cantidad de viejos vinagres que aún viven con el odio yugular a la derecha y me pregunto si ese es el país que quiero; veo la cantidad de políticos del pasado recordando sus propias glorias durante la dictadura y me pregunto si debo yo también ensimismarme con historias que no viví, con cosas que no me ocurrieron.
Como guinda de la torta, veo a esas juventudes políticas de todos los partidos de la Concertación, cantando victoriosos un “vamos a decir que no”, cuando lo que necesita primero la Concertación y luego el país es un proyecto creíble.
Basta de decir que no; ahora es el momento de decir que sí a las cosas que creemos.
Y los viejos vinagres… que sigan odiando a sus enemigos, pero solitos.
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Foto: Álvaro Hoppe
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