Los partidos y la élite gubernamental deberán aprender a lidiar con opciones diferentes, nuevas identidades y nuevas formas de negociación
Parece raro, incómodo. Genera incertidumbre e incluso ciertos miedos. Los actuales conflictos al interior de la Nueva Mayoría han generado reacciones de asombro, tanto en su interior, como también en sectores de la oposición, y por cierto, más aún, en personajes de la política chilena del ciclo político anterior.
Cuando algunos escépticos se preguntaban que tenía de nuevo el ciclo político que comenzaba, cuando era la misma coalición recauchada, con la misma élite más menos renovada, con las mismas ideas y las mismas formas de hacer política, se les pasó un elemento clave. Las relaciones políticas de un tiempo a esta parte han estado cargadas de cierta libertad de los actores para mostrar sus posturas e identidades dejando de lado cierta uniformidad dada por el programa de gobierno de la Nueva Mayoría.
No es menor que palabras como la aplanadora, retroexcavadora, o las declaraciones del líder de la DC criticando las reformas, sean comunes en el espacio público. Ha generado interés público también el “desorden” en el Ministerio de Educación por la inclusión de asesores que no pertenecen a los partidos de la Nueva Mayoría, los cuales no han logrado alinear las fuerzas para generar cierta cohesión interna en torno a las formas que debe adquirir la reforma educacional.
La inclusión del conflicto y la reposición del debate como espacio de generación de posturas e identidades diferencias por parte de los partidos y sus élites han causado revuelo. Al parecer la política chilena naturalizó el orden como elemento único e imprescindible para el buen gobierno. Se olvidó la dimensión de las diferencias, generando una homogeneidad que encubría, bajo negociaciones previas, las legítimas diferencias de sectores de la antigua Concertación. Así, los proyecto de ley llegaban cocinados al Congreso y los parlamentarios –siguiendo la orden del partido- votaban a favor del proyecto enviado. Esta forma fue caldo de cultivo para la aparición de los “díscolos”, de la migración de líderes de los partidos a proyectos personales, y así, la pérdida de sentido de coalición de diferentes, perdiendo también el gobierno.
El miedo actual al conflicto es justamente la herencia de ese trauma anterior. En este nuevo ciclo, los partidos del orden y las coaliciones del orden, están en proceso de desaparición. Tanto en la Nueva Mayoría, como en la Alianza, aparecen sectores desordenados, díscolos, en el lenguaje del ciclo anterior, diferentes en el lenguaje del nuevo ciclo. Y que bueno se sea así.
Los partidos y la élite gubernamental deberán aprender a lidiar con opciones diferentes, nuevas identidades y nuevas formas de negociación. Es paradójico, pero justamente aquellos que antes eran los más dados al orden, hoy aparecen con opciones políticas diferentes a la oficial. Escalona, Walker, Aninat, Velasco, personajes insignes del ciclo político anterior, hoy asoman en el escenario público como díscolos moderados. Y justamente aquellos que criticaban el sistema del orden anterior, hoy aparecen defendiendo la profundidad de las reformas y el proceder del gobierno, insigne, Marco Enriquez-Ominami.
El nuevo ciclo será un periodo conflictivo, lleno de incertidumbre, con más política, menos acuerdos y más debates, menos orden y más diferencias. Es tiempo ya de superar el trauma.
Comentarios
04 de julio
. y mas desempleo, menos inversion, sin posibilidad de ser pais desarrollado, mas inflación, peor salud, peor educación, mas pobreza, etc.. pero no se preocupen de esas cosas menores porque seremos la generación refundacional de este nuevo Chile maravilloso.
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