Curioso como la vida une las cosas supuestamente injuntables. Cualquier lector medianamente informado sabe que el catolicismo es contrario al marxismo-leninismo y, por si fuera poco, ¿qué tienen que ver el PC y la Iglesia con los buses verdes que cada vez están más amarillos?
Analicemos:
- la Iglesia y los PC (comunistas, no computadores) tienden a definir al hombre como su centro de acción y, además, a pasarles la rasadura de la igualdad. La diferencia radica en que los primeros la esperan para después que uno haya estirado la pata y los segundos, un poco antes de eso.
- Ambos definen el mejoramiento del animal comportamiento humano por el mesianismo de unos pocos, que guiarán al resto vía sus altas acciones (últimamente también las de la bolsa de valores) hacia el “hombre nuevo”, con lo que siempre llegaremos al paraíso, en esta tierra o en la otra.
- Lo gracioso de la situación es que nadie ha estado de visita por esos lares , por lo que no hay información fidedigna sobre las bondades reales de las vacaciones permanentes escuchando música.
- La otra característica común es que los dos presuponen un paseo obligado por malas condiciones, no exactamente el temido infierno pero sí algo parecido, para llegar al lado bueno. Pero eso es sólo para el resto, no para los guías. Ellos tienen tarjetas liberadas en las autopistas concesionadas hacia las tierras altas.
Y aquí es donde entra el Transantiago, esa maravilla de la ingeniería desconcertacionada y el intelecto moderno chileno. Es en esa cumbre del emprendimiento, en ese resumen de todas las excentricidades y buenas prácticas de los políticos es donde, por fin !!!¡ALABADO SEA CAÑETE Y TODA SU COHORTE CELESTIAL!!!!!! que la Desconcertación tuvo la capacidad de unir y fundir ambas teorías que le dan al hombre, vale decir a nosotros, los pobres pelotudos devenidos en usuarios obligados de este sistema, toda la potencialidad y la sinergía, para rasarnos en la igualdad, para acercarnos físicamente como humanos, pero donde también está implícito el sufrimiento necesario para llegar al resort de lujo que nos ofrecen ambos al final del camino.
Algunos ejemplos:
- Qué belleza sentir esa sensación de cercanía cuando nos meten de a 7 en un M2 en el Metro, no teniendo de dónde sujetarte y practicando pasos de ballet para no irte de hocico.
- Qué emoción inigualable para las mujeres sentir las manos masculinas inocentes en sus traseros y otras partes pudibundas.
- Qué placer celestial incomparable esa penetración de olores a SOPAPOPICHU que te revientan la nariz en los días calurosos en los buses apretujados a más no poder.
- Esa calidez y bienestar otorgado por los gritos destemplados de los vendedores ambulantes, cantores al peo ( algunos sí son buenos, pero minoría), frenazos bruscos y ladrones arrancando cadenas, aros y de un cuanto hay.
En resumen, un solo viaje en nuestro Transantiago te enseña más sobre la igualdad, el sufrimiento, la pobreza y la eternidad que cualquier libro de marxismo o religión asociados. Pero la mejor parte es el convencimiento absoluto que encontraste la paz final, la alegría, la tierra prometida, en definitiva, el Paraíso, en el minuto que te logras bajar a punta de codazos y empujones y, por uno o dos minutos, sientes que ese final hizo que todo el sufrimiento anterior fuera debidamente compensado y te da la fuerza necesaria para volver a subirte mañana y pasado, y pasado- pasado mañana también.
AMÉN.
* Columna publicada también en www.elpilin.cl
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