Preocupa ver cómo los ministro Burgos y Valdés hablan desde una “moderación”, que muchas veces se sustenta en el fanatismo que fue construido el extremismo del sistema en el que vivimos. La forma en que traen a colación el término “gradualidad”, como si todos quienes queremos reformas quisiéramos instalar una revolución armada, que solamente existe en sus cabezas. En sus temerosas cabezas.
Personalmente, creo en una socialdemocracia moderada, lo que en este país sería claramente un acto de izquierdismo atroz, debido al extremo de derecha en el que vivimos y ya identificamos como la “realidad”. Creo que es fundamental que en Chile los sectores -tanto políticos como empresariales- sean eso: sectores. Dándole siempre preponderancia a la política, la que debe regular que el empresariado se mantenga en el lugar que debe tener en una democracia civilizada, y no el que tiene en Chile, que muchas veces parece ser el de los garantes de un discurso que se construyó sobre la base del desprecio burgués y la violencia militar que lo materializó.Les hace más fácil el trabajo y convierte las esperanzas de muchos de nosotros -de erradicar la violencia militar de nuestras instituciones- en un jueguito revolucionario.
Dicho lo anterior, también creo que resulta necesario ver a otros personajes que no contribuyen mucho a comunicar lo que el gobierno intenta hacer -o por lo menos lo que muchos creemos que quiere hacer- y creo el ejemplo claro es Francisco Vidal. El ex ministro con su labia carente de contenido pero abundante en agresividad, no ha sido capaz de hacer un apoyo conciso a las reformas frente a la constante deformación de los requerimientos que hace la prensa de la derecha, muchas veces ayudada de ex concertacionistas que se sienten desplazados por ideas que son necesarias, pero ellos consideran peligrosas.
Vidal tratando de contestar a esto, cae en la caricaturización misma de la izquierda en este país. Habla fuerte y habla del neoliberalismo como si él nunca lo hubiera aprobado o como si nunca hubiera marchado en contra de Allende en los 70. En el fondo, es el gran instrumento y la concretización de lo que una derecha quiere ver. Les hace más fácil el trabajo y convierte las esperanzas de muchos de nosotros de erradicar la violencia militar de nuestras instituciones, en un jueguito revolucionario. Colaborando así con el discurso del caos que el empresariado constantemente logra poner de manifiesto con un éxito bastante preocupante.
Y es que así son los extremistas: siempre colaboran con el discurso de la derecha. Y Vidal es la muestra clara. En la época de la Unidad Popular se opuso desde el extremismo más fascista al gobierno democráticamente elegido y hoy intenta defender a Bachelet con la misma energía. Con el mismo énfasis. Con la misma mentalidad de militar que tanto daño ha hecho al debate democrático. No se puede pretender cambiar la herencia cívico-militar hablando como uno más de las filas de ese gran partido político que resguardó los intereses de una oligarquía, por sobre el bienestar de una mayoría. No se puede seguir con ese lenguaje que daña la democracia y que por más que uno esté de acuerdo con el fondo, lo cierto es que la forma recuerda más la iletrada verborrea del dictador.
Los militares -independientemente de las ideas que tengan y una vez pasado Pinochet por esa institución- lo cierto es que siempre beneficiarán al poder con su discurso. El ex vocero lo único que logra con su poca reflexión -que parece buscar más aplausos que un real análisis de la situación de Chile- es alimentar las ideas de un radicalismo inexistente. De un supuesto espíritu revolucionario que no es cierto y solamente es la invención de los imaginativos editorialistas de los principales medios de este país.
Comentarios
14 de agosto
No se si me gusta mucho tu columna, pero el titulo es notable!
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