Mientras se acercaba el fin de los primeros dos años del gobierno de Sebastián Piñera, variados medios de prensa y autoridades oficialistas ponían énfasis en la proximidad de un “segundo tiempo”, que más bien parecía un “segundo aire”, en el que las cosas tenderían a mejorar para el sector. El argumento era simple: entraríamos en los tiempos en que se haría manifiesto lo supuestamente logrado en materia de crecimiento, reconstrucción y, en definitiva, en progreso. Un punto de vista coherente con lo que ha planteado el mandatario en múltiples ocasiones, a saber, que el gobierno debería ser juzgado por sus resultados, que el crecimiento económico es la clave del bienestar social y que los problemas comunicacionales podrían resolverse con el respaldo de cifras e inversiones.
Lejos del planteamiento de La Moneda, la prosecución de conflictos sociales ha sido una fuente de desgaste permanente e inagotable para el gobierno y el signo inequívoco que los problemas de distribución de ingresos y movilidad social están lejos de la complacencia y el reconocimiento ingenuo que pretende el oficialismo. Las movilizaciones han sido un duro recordatorio que la gestión de gobierno es “un continuo”, que no admite pausas, ni menos la ilusión de un “antes” y un “después”. La tesis de haber tocado fondo o que la realidad es muy distinta de las percepciones públicas, lo que justificaría un moderado optimismo gubernamental, ha quedado constantemente superada. En síntesis, los costos de malas decisiones, la soberbia y la tendencia a generar expectativas han provocado un menoscabo de la credibilidad que ya es irreparable para algunos personajes públicos, pero también una constituye erosión preocupante en la confianza hacia varias instituciones.
Este fin de semana, en una entrevista en La Tercera, el empresario Andrés Navarro salió a justificar el momento que vive Sebastián Piñera, avalado por una amistad de larga data con el mandatario. En la nota, Navarro afirma que Piñera, más que estar preocupado de su popularidad, está centrado en “…el juicio que la historia haga de su gobierno”. Al margen de la paradoja que resulta que un gobierno obsesionado por los resultados inmediatos, de pronto esté más preocupado por el juicio histórico, la afirmación sugiere una buena pregunta: ¿Cuál será el legado de Piñera, considerando que alargar el postnatal o eliminar el 7% de los jubilados no da para tanto?
Muchos dirán que la pregunta es demasiado prematura, que faltan casi dos años de mandato y que las cosas van adquiriendo más significación con el tiempo. Sin embargo, la desatada campaña presidencial en el oficialismo, que se da nada menos que en el seno del gabinete, indica que, para efectos prácticos, es la propia derecha la que da por finito este período. A lo menos habría que sentenciar que el proyecto de Piñera, si lo hubo, nunca prendió y que a estas alturas sólo cabe administrar y salvar el día. Los ministros candidatos han dado muestras que requieren mantener distancia del núcleo del gobierno, en la esperanza que la impopularidad del Presidente no sea endosable y afecte su futuro político.
El único punto que puede hacer distinguible un primer y segundo tiempo del gobierno es el hecho de operar con márgenes cada vez más estrechos ya no sólo frente a los actores sociales, sino también en la coherencia y disposición al interior de su propia administración. Así como la crisis de Aysén es un punto de inflexión en el “tono” de La Moneda frente a los conflictos –más que nada por la evidencia que la fuerza bruta no es la mejor política-, la renuncia del Ministro Álvarez es un recordatorio que las fisuras internas siguen latentes y que poco puede influir el mandatario en su administración. En definitiva, la precipitada campaña presidencial de la derecha solo puede traer nuevos costos para un gobierno de por sí erosionado.
El juicio de la historia se dice que suele ser implacable, más aún si son los colaboradores los que se desmarcan y critican. La defensa de Andrés Navarro puede ser una señal que un entorno restringido, el denominado “tercer piso” que componen los empresarios amigos del mandatario, se mantendría incondicional al gobierno y su supuesto legado. Pero aún con toda la influencia que pueda tener ese reducto, el mensaje implícito respecto que el futuro de la coalición oficialista pasaría por salvaguardar la memoria histórica de este período, no puede fructificar frente a las ambiciones desatadas de tanto presidenciable. El problema del gobierno no pasa por la imagen de la historia como piensan sus incondicionales, sino porque se encuentra en una grado de tensión que, dicho comúnmente, está más bien «para la historia”.
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Foto: Glosschile.cl
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