Son mucho los alcances, efectos y secuelas que podrían analizarse después de estos tres meses de movilización estudiantil y ciudadana. Probablemente algunos –muchos de ellos- sólo serán posible de ponderar una vez terminado este tramo de demandas históricas en materia educativa. No obstante, y más allá de la potencial radioactividad que se desprende de un movimiento social de esta magnitud, fortaleza y permanencia, creo que hay algo que es evidente y profundamente esperanzador. Me refiero al retorno de lo político. Y cuando digo político me refiero a la ocupación del espacio público por una ciudadanía organizada y conciente que, lejos de seguir creyendo en las prédicas de la representatividad, asumió su condición de actor fundamental en el centro de una dinámica de poder capturada por dirigentes y “representantes” que habitan muy lejos de las reales necesidades de esa misma ciudadanía.
En Chile, lo político estaba agónico. Respiraba artificialmente a través de un parlamento sin la más mínima vocación de lectura social, en este sentido, y como ya he comentado en otras columnas, eso que hoy llamamos el retorno de lo político, es contra la democracia representativa, es decir, contra otro político ilegítimo socialmente hablando, inválido y sin otro soporte más que la inyección proporcional que la da un sistema binominal. Lo político hoy, liderado por un sector social históricamente reivindicativo y asertivo como han sido los estudiantes, es una rebelióm, además, contra las cláusulas y toda la constelación de letras chicas que se implicó en proyecto democrático para salir de la dictadura; es una bofetada a un Chile transformista (citando a Tomás Moulián), a un engendro cuya germinación se dio entre el sobajeo estratégico e instrumental que supuso la dinámica fenicia de los militares y los actores políticos de la época. Por cierto que podríamos discutir sobre la necesidad de este sobajeo y su intencionalidad, al final positiva, de sacarnos de una dictadura monstruosa. Sin embargo, otorgando este naipe a la clase política que llevó adelante el desplazamiento, es evidente que los estudiantes y sus demandas han identificado, en esta misma promiscuidad, la naturaleza de todos los vicios que caracterizan a nuestra modelo político/económico resultante y al Chile que gestiona.
Las consignas ya no son dentro de lo posible o la democracia de los acuerdos. Hoy se trata de posicionarse fuera de lo posible y de estar en desacuerdo. No en un desacuerdo intransigente como plantean las tropas piñeristas en relación a la incapacidad de diálogo que tonificaría a las demandas de los estudiantes, sino que tratando de subvertir los acuerdos que fermentan en el hermetismo de las cámaras o de las instancias eufemísticamente denominadas “deliberativas”.
Aquí, no obstante, es preciso pensar en el origen de este movimiento tan profundamente político y anti-político a la vez (anti-político porque es una respuesta al tipo de política que tenemos: binominal, con estrabismo social y exclusiva tanto como excluyente). Estos jóvenes son hijos de la transición y su hibridez. Este tipo expresiones sociales tan radicalmente desestabilizadores de un orden social democrático/representativo no podría, no puede en rigor, fundarse en otro tipo de contexto más que en el de una democracia política/representativa nuevamente y dentro de un sistema neoliberal. Es decir, son fruto de lo que niegan y pretender cambiar. Esto es una fuerza, los contextualiza, los hace conscientes, saben dónde está la médula de la crisis puesto que ellos son la crisis; son devenir neoliberal y manifestación impropia de esa misma naturaleza que los postergó, endeudó a sus padres y los transformó en sujetos anti-sistema. Por lo tanto, el retorno de lo político en su versión 2011 y que tanto refresca a este cadáver inmóvil que era Chile, es una germinación propia del sistema propiamente tal. En otras palabras, nuestro modelo económico y político ha creado las condiciones de posibilidad para su propio desmembramiento.
Ahí donde la clase política y los poderes económicos descansaban en la tranquilidad de una sociedad sin mareas, quieta, y en donde la desigualdad educativa se estabilizaba como uno de los grandes ejes de la mantención de su poder, apareció este hijo bastardo, que maldice al padre con toda la fuerza de una juventud interiorizada en los resquicios del sistema. Ahí habitó, se fundó y hoy golpea con toda justicia el movimiento estudiantil al que le debemos nada menos que la vuelta de lo político.
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