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El Estado del desastre o el desastre del Estado

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Los denominados "desastres", sean éstos terremotos, huracanes o guerras, parecen tan simples de identificar. Sin embargo, no son meros “eventos críticos”, sino más bien construcciones sociales. Los "desastres" evocan una multiplicidad de dimensiones difíciles de pensar integradamente; Antonhy Oliver-Smith los define como procesos que abren una oportunidad para comprender los múltiples rostros -históricos, socioculturales, políticos, económicos- de la sociedad. En cualquiera de sus manifestaciones, nos ayudan a pensar lo que Marcel Mauss denomina el “hecho social total”.

 

Porque un desastre no es necesariamente un desastre

Esto muy bien lo sabe la sociedad mapuche. Los maremotos han sido representados a través de la lucha mítica entre “Cai Cai” (Serpiente amenazante que emerge del mar) y “Tren Tren” (Serpiente protectora de la tierra). La leyenda cuenta que quienes logran resguardarse en los cerros -o “Tren Tren”- se transforman en Llituches, es decir, en el "principio de generación de los hombres". Esta representación es un arreglo simbólico que permite superar la tensión vida/muerte como acontecimiento físico, estableciendo la distinción caos/origen. El desenlace de esta catástrofe mística es la re-generación del principio cosmogónico mapuche: Un acontecimiento de vitalidad.

La eficacia simbólica del mito es potente y se actualiza al ritmo tectónico de nuestra geografía: Un dirigente mapuche de la comuna de Tirúa comentó que minutos después del terremoto del 27/F, los integrantes de una comunidad mapuche buscaron desesperadamente el “Tren Tren” para resguardarse. A pesar de la poca visibilidad, lograron encontrarlo.

 

Desastre como diáspora

En 1947, la creación de los Estados-nación de India y Pakistán estuvo acompañada de múltiples acontecimientos de violencia colectiva llevados a cabo en nombre de la religión y el patriotismo. Uno de los hechos más crueles fue la abducción y rapto de 200.000 mujeres y niños perpetuada por fanáticos musulmanes e hindúes, quienes fueron llevados a Pakistán e India, respectivamente. La antropóloga Veena Das menciona que a pesar de lo terrorífico del acontecimiento, las mujeres terminaron convirtiéndose a la religión de sus abductores, se casaron con ellos y crearon nuevas familias. En este escenario, ambos gobiernos implementaron programas para repatriar a la fuerza a las mujeres y sus hijos, amparados en un discurso nacionalista que visaba restituir el “honor” y “pureza étnica” de cada país. Aunque las mujeres se resistieron a abandonar sus nuevas vidas, el pacto entre ambos Estados estaba sellado. Así, mientras las familias establecieron arreglos sociales-comunitarios para superar la violencia ejercida por el conflicto étnico-religioso, los Estados, incansables, renegaron de este hecho y forzaron una nueva diáspora, sólo para reforzar su autoimagen como “Estados-nación”.

 

Desastre como negación

En el año 2005, la ciudad de New Orleans fue afectada gravemente por el paso del Huracán Katrina, dejando 1.836 víctimas, el anegamiento y destrucción del 80% de la ciudad, 145.000 desplazados y $90.000 millones de dólares en pérdidas. Tardíamente el gobierno de EE.UU reaccionó con programas orientados a reestablecer el status quo previo al desastre, perpetuando así las estructuras de dominación pre-existentes. A pesar de que la ciudad ha recobrado vitalidad, aún puede apreciarse los estragos que dejó el huracán, lo que se expresa en el crítico sentir de sus habitantes. Según Malink Rahim, ex miembro de las Panteras Negras, "Katrina y la acción de las autoridades en la reconstrucción ponen de manifiesto las grandes discriminaciones de clase y raza que existen en este país…En un par de años, la mayoría de blancos ya tenía su casa rehabilitada. En cambio, los negros, sobre todo los pobres, han visto cómo el Estado se despreocupaba de su suerte".

 

Chile: 27/F

Chile afronta los desafíos de la “reconstrucción” bajo un contexto sociopolítico que puede ayudar a extremar más que a mitigar las consecuencias del 27/F: Un país extremadamente neoliberal, altamente excluyente y segregador, y además con una democracia representativa de “baja intensidad”, genera obstáculos a cualquier intento de reconstrucción democratizante en las zonas afectadas.

No obstante, la limitante “democracia representativa” ha sido constantemente desafiada en Latinoamérica por proyectos democráticos-participativos, que como un conjunto de orientaciones y prácticas, han encontrado camino por medio de múltiples luchas sociales. Chile, a pesar de la fragmentariedad de su sociedad civil, no es la excepción: organizaciones de base, junta de vecinos y ONG’s se encuentran articulando esfuerzos para ayudar a las localidades afectadas, a través de iniciativas que buscan una reconstrucción que de cuenta de los contextos y saberes locales. Las demandas son variadas, pero en general expresan la voluntad por generar gobernanza ciudadana en este proceso. Ejemplos de estas articulaciones las encontramos en Talca, Barrio Yungay, Tirúa, Curicó, Peralillo, entre otras localidades[1].

 

El Estado de catástrofe

1) El 27/F desató nuevamente la lucha entre “Cai Cai” y “Tren Tren”. Esto muy bien lo entendieron los mapuche y los lugareños de las localidades afectadas, quienes huyeron antes del maremoto para guarecerse, a pesar de las informaciones oficiales que descartaban su posibilidad. No fue sólo la “racionalidad de supervivencia” que los llevó hacia los cerros, sino también la activación de una memoria colectiva que supo qué hacer cuando la tierra se estremeció. Pero claro, esa memoria popular no figuraba en los anales del SHOA o la ONEMI.

2) El gobierno proyecta un proceso de “reconstrucción” a partir de tres estrategias (las mismas que aplicó para el rescate de los 33 mineros): Delegar los diseños a unos pocos cuadros tecnopolíticos, externalizar las operaciones a consorcios privados y financiar esto vendiendo el cobre a precio de huano. Ni la historia o memoria local, ni las iniciativas ciudadanas emergidas post-catástrofe han sido tomadas en cuenta. Peor aún, mientras la “reconstrucción” está aún “en carpetas”, muchas localidades aún no finalizan las labores de mitigación. El gobierno, cual perro del hortelano, vigila y planea, pero no reconstruye ni deja reconstruir.

3) Todo lo anterior no es algo nuevo. Los ejemplos descritos son concluyentes: aquello que comienza como un terrible evento puede devenir en catástrofe, y en ello, el Estado puede cumplir un papel fundamental (renegando de la memoria colectiva, forzando una diáspora o reproduciendo el racismo). Al parecer, los Estados han sido muchas veces mejores precursores de los desastres que la propia naturaleza o que los conflictos religiosos. Triste decirlo, pero no pocas veces, el desastre ha sido el mismo Estado.


[1] Para profundizar en las iniciativas participativas, revisar: http://reconstruccion.uchilefau.cl/, http://www.levantemosciudadania.cl/ .

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Foto: Curicó después del terremoto – Óscar Cubillos / Licencia CC

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