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El dilema de la identidad concertacionista

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Al grano: ¿qué debe suceder con la Concertación?

La Concertación se sustenta en la alianza que el socialismo democrático y el social-cristianismo establecen con la finalidad de gobernar sobre un programa común. Evidentemente, esta ecuación fracasa en la última elección.  

La coalición, desde el punto de vista pragmático, tiene un “pegamento” original y uno de “continuidad”: la oposición a la dictadura y luego los cuatro gobiernos democráticos sucesivos respectivamente.  En este último punto hay algo interesante. Los cuatro gobiernos fueron construyendo una identidad concertacionista que le otorgaba una fuerza a la coalición superior a la que se conseguía por la mera suma de los  partidos políticos que la componían.  
 
La marca de los gobiernos de la Concertación y sus liderazgos superaba ampliamente la mala imagen de los partidos políticos y sus referentes del mismo sector. La complicidad entre los cuatro gobiernos fueron construyendo un “partido” imaginario y transversal que se encontraba sustentado en la defensa histórica de la democracia, una actitud política reformista antes que revolucionaria, una responsable política fiscal, un cuidado y protección de la institucionalidad gubernamental, una valoración del crecimiento económico y el mercado como antes no había existido en la izquierda, y un sistema de protección social cimentado en la idea de una sociedad de garantías. 
 
Sin embargo, el gobierno se perdió, y con dicha derrota pareciera, entonces, esfumarse la objetivación de este “partido concertacionista”, con lo cual el peso de la identidad ha quedado en el parlamento, es decir, en los partidos políticos, cuya imagen pública sabemos cuál es.
 
A pesar de diversos intentos que se han realizado por mantener la identidad transversal, en la práctica esta misma ha quedado relegada bajo las identidades e institucionalidades de los cuatro partidos, con lo que indudablemente la coalición pierde fuerza, pues la Concertación representaba algo más que los cuatro partidos políticos que la componen y una gran parte de ella se sustentaba en una fuerza ciudadana que hoy no tiene lugar.  
 
Entonces surge la pregunta… ¿tiene sentido una Concertación ante el escenario actual?
 
Desde mi perspectiva existen dos vías: o la Concertación objetiva esa identidad transversal, es decir, la Concertación se institucionaliza; o la Concertación muere de una vez y da vida a una alianza de centro izquierda mayoritaria junto a otras expresiones políticas, es decir, se crea algo nuevo con todas las buenas vibras que trae lo que recién comienza. Pero el modelo actual, donde las identidades partidarias prevalecen sobre un proyecto común, y ese proyecto común está representado en una reunión semanal de los presidentes de partidos, solo hace que el alma concertacionista se desinfle ante la ciudadanía. En el fondo, que muera de manera aletargada y en lentitud.  
 
Todo gran partido o referente político ha pasado por crisis de popularidad y desapego de la ciudadanía – sin ir más lejos el Partido Demócrata en Estados Unidos ha recibido recién su mayor derrota en escaños desde 1938 – pero la Concertación debiera aprender de su propia historia y entender que antes que el voluntarismo, las crisis requieren de instituciones que, en base a procedimientos estatuidos, sean fieles, pero a la vez actualicen los ideales originales, y si no se está dispuesto a eso, mejor declarar el fin. 
 
Por tanto me pregunto: ¿por qué no crear una institucionalidad concertacionista que permita ser parte de la coalición para aquellos que se sienten representados en este ideal transversal? ¿O la única forma de ser de la Concertación para aquellos que así lo sienten es siendo militante de un partido? Si es así… ¡qué desperdicio!  
 
Si la Concertación quiere sobrevivir debe superar la paradoja de haber reconstruido la institucionalidad chilena, pero ser incapaz de construir su propia institucionalidad. Superar este desafío sin duda le traerá dividendos, no solo en la identidad, sino también en el compromiso de quienes se sienten parte del proyecto y no tienen lugar donde expresarlo. Si esto es imposible, mejor quedarse con el recuerdo de los cuatro gobiernos y no esperar nada a futuro en tanto coalición.  
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15 de noviembre

Es vital que la Concerta pueda ser capaz de volver a ser transversal, dando oportunidades a los «nuevos rostros», y además hacer participar a la cuidadanía de un proyecto.
Creo fielmente que una vez ordenada la casa, podamos volver a ser una real alternativa, aquella que le dio muchos logros al país y cada uno de nosotros, quizá en diferentes circunstancias, y no a todos por igual, que es una gran tarea pendiente, pero tampoco se soluciona como lo hace el actual gobierno, ya que la pobreza no se elimina construyendo más casas y más empleo, si no que construimos una sociedad mejor con mayor educación, con más y mejores oportunidades; ideales y aspiraciones que siento representadas en la Concertación, pero como dice muy bien Sebastián, si no hay una transversalidad, no vamos a funcionar como coalición.

18 de noviembre

La Concertación primero tiene que develar lo que efectivamente es. Falta un análisis histórico y sociológico serio de la confluencia y las contradicciones de los distintos grupos de intereses que actuaron en los veinte años de gobierno concertacionistas; de sus efectos en lo que el conglomerado hizo y lo que dejó de hacer; y de su impacto en la militacia y los electores. Por ejemplo, es claro que en la Concertación hubo una «tecno-burocracia transversal libre mercadista» que no tuvo los límites claros entre postular una economía de mercado y una sociedad de mercado; que operó desde Hacienda y think tanks; que en su haber tiene la confianza instalada para posibilitar el crecimiento; el superavit estructural, el saneamiento de las financias, etc. Pero en el debe tiene el financiamiento compartido en la educación, su debilidad frente a los grandes banqueros, sus debilidades en las licitaciones y contratos de obras públicas y el TranSantiago, entre otros.
Asimismo, hay evidencia de la acción de operadores de de las instituciones y fondos del Estado, asociados a Municipios y estructuras o caudillos partidarios; que posiblemente dieron contenido a políticas y proyectos, pero muchos de los cuales entraron a juegos ilícitos que desprestigiaron a la Concertación.
Y que decir de parlamentarios con intereses propios, o cooptados por grandes intereses, que desde la legislación coartaron agendas que favorecían a las mayorías, o a los más pobres y que propiciaron en alianza con la Derecha, con agendas de ésta.
Soy concertacionista desde el día 1. Pero ya no creo en la Concertación. No hasta que se trasparente este juego de intereses y se establezca la primacía de la política sobre la economía; los límites a una sociedad del mercado en donde todo pasa a ser posibilidad de ganancia de quienes viven en el ánimo de apropiación y en donde no hay lugar para los valores de la solidaridad y la gratuidad,

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