Las reformas impulsadas por el gobierno han generado críticas transversales por la forma en que ellas se han implementado. Ya sea en su tramitación en el Parlamento o las precariedades técnicas de las mismas que han generado disputas al interior de la coalición gobernante. Esto ha agudizado la degradación de respaldo ciudadano al gobierno, dejando a la Nueva Mayoría navegando por un proceloso río y con un incierto porvenir.
Los avatares del conglomerado oficialista, simbolizados últimamente al no tener acuerdo sobre el número de comunas en las que deberían realizar primarias para seleccionar candidatos a alcaldes y alcaldesas, han demostrado un débil compromiso por poner en práctica la necesidad de concretar nuevas formas de participación ciudadana que incidan en el devenir de la política, como es la de transferir a la ciudadanía las decisiones que han estado circunscritas a las directivas de los partidos, como se dice en sus postulados; proyectando, por tanto, una imagen de incongruencia política difícil de explicar.Por tanto, en la Cuenta Pública del 21 de mayo de la Presidenta Bachelet, tendría que prestar más atención al vector participativo porque los cambios se materializan virtuosamente cuando una coalición está comprometida y dispuesta a movilizarse
Detrás de esta falta de voluntad política por superar la lógica de “el que tiene mantiene”, subyace una visión radicalmente restrictiva de la participación política ciudadana, en la que las decisiones políticas son tamizadas de un pretendido tecnicismo entregado a “expertos electorales” que las blinda y las convierte en necesarias e inmutables. El margen de lo «decidible» se estrecha, el objeto de la democracia se reduce y la capacidad de participación de los ciudadanos queda asfixiada.
También otros avatares son frustrantes, como las disputas por la reforma laboral y la gratuidad para un porcentaje mayoritario de estudiantes en la educación superior. A lo anterior, se debe agregar la falta de autocrítica e incapacidad para prever conflictos, de anticiparse a las crisis y la deficiente capacidad de respuesta para enfrentarlas, puesto que las instancias de deliberación colectiva no funcionan en los términos que exige la dinámica actual, ya que no hay una bajada política real que conduzca y ayude a ordenar las huestes de la Nueva Mayoría, especialmente en el Congreso.
Lo que falta, fundamentalmente, es que no existe una lealtad subyacente a la idea de una coalición más amplia que la Concertación. En vez de canalizar todo el esfuerzo político en forma colectiva, se privilegia recrear una visión clientelar e individualista de la política, en la inexistencia de valores supra partidarios capaces de articular mecanismos que potencien un programa común contrafáctico, entendido como construcción de sentido compartido -lo que últimamente llamamos relato- una comunidad imaginada en el sentido que definió Benedict Anderson pensando sólo en las naciones pero que vale para cualquier sujeto colectivo que supere el ámbito de la familia.
Eso es lo que está causando este enorme vacío de conducción política al interior del conglomerado de gobierno; una latencia sin un ancla que, inexorablemente, lleva al barco a la deriva. Con ello, la impronta transformadora del gobierno se difumaría y el escenario político y económico quedaría expedito para que continúe el auge del neoliberalismo. Todo lo cual ha hecho mella en el estado de ánimo de las personas, que ha pasado a ser preocupante, donde predomina una visión negativista de la actual coyuntura política, acrecentada por los distintos casos de corrupción y la tardanza de la reactivación económica.
Es necesario, entonces, un orden interno que tendría que nacer de nuevas dinámicas para unificar las voces -hacer de la discrepancia acción, como sostiene Rancière, es la esencia de la democracia- sin negar el disenso y desechando la interpelación autoritaria, tampoco el silenciamiento de las voces. Esa dinámica es el dialogo donde convencer es el objetivo, que se distingue de la polémica donde el objetivo es imponer.
Por tanto, en la Cuenta Pública del 21 de mayo de la Presidenta Bachelet, tendría que prestar más atención al vector participativo porque los cambios se materializan virtuosamente cuando una coalición está comprometida y dispuesta a movilizarse, no solo en el Parlamento sino también con la ciudadanía, para apoyar las reformas. El asumirlo ayudará a no pisarse los cordones muy a menudo o caer en las trampas que le tienden, lo que implica favorecer la emergencia de sinergias que estaban desaprovechadas.
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