Fue Marx quien combatió al idealismo. Decía que esa ideología le restaba fuerzas al movimiento popular en la medida que distraía las energías del trabajador de sus metas radicales. Tuvo razón porque lo único real es que el hombre -en tanto asalariado- vende su “fuerza de trabajo” al capital y así se convierte en mercancía. Entonces, superando las normas del idealismo, Marx no intenta ocuparse de las “leyes naturales” en las que se estructura el modo capitalista de producir, sino que analizará el movimiento propio del sistema. Observaría que el capitalismo basa su riqueza en la mercancía y que ésta es central en la comprensión de la historia porque ahí aparece el valor de uso y el de cambio que es el sustento material de todo el comercio. Por último, la mercancía cumple una función política y social (la del intercambio) ya que las características que convierten en mercancía a cualquier bien son sociales y nunca “naturales” como lo plantea la filosofía antigua.
Además, la “revolución permanente” en el sentido marxista significa una alteración estructural del estatus, que no se detiene en la socialdemocracia sino que va más allá porque busca modificar la situación precedente.
En cuanto a la transformación propiamente tal debemos reafirmar que aunque el término de “revolución permanente” se asocia a Trotsky, la verdad es que el concepto es usado por primera vez por Marx para quien significa la continuidad de la misma. Además, la “revolución permanente” en el sentido marxista significa una alteración estructural del estatus, que no se detiene en la socialdemocracia sino que va más allá porque busca modificar la situación precedente; es decir, se intenta que cambie la naturaleza de clase del Estado a partir del protagonismo de los trabajadores.
Esto lo hacemos formulando nuestras propias soluciones ante asuntos que percibimos como importantes para el bienestar general. A partir de ahí es la (r)evolución permanente quien confronta con la teoría del socialismo en un sólo país, contra el estalinismo y también contra la socialdemocracia. De hecho, la (r)evolución permanente es la negación de la tradición de la “vanguardia del proletariado” porque gestiona el poder de la manera más democrática posible, a favor de los sectores populares. Es decir, es el pueblo quien toma las decisiones para resolver aquellos problemas que nos afectan: somos los asalariados los que de esta forma le daremos nuestra impronta al régimen y en el proceso consolidamos un gobierno democrático.
Por lo anterior, la idea de cómo el Che Guevara concibe el marxismo es la correcta, en el sentido que se trataría de una teoría en continuo devenir y mutuación desde el momento que intenta no sólo pensar y analizar nuestro mundo, sino también -y en primer lugar- transformarlo tal como nos lo dijo el padre del socialismo científico. Si desde esta perspectiva es una guía para la acción, para producir aquel cambio, el materialismo no es dogmático sino que, por el contrario, se constituye en una praxis libertaria. Si la religión es el “opio del pueblo” y si a pesar de ello en Latinoamérica son millones quienes profesan la teología de la liberación, pero al mismo tiempo son marginados de los PC en sus respectivos países, si el “socialismo real” se convierte en estalinismo o si el eurocentrismo del marxismo originario no le hace lugar a la revolución socialista en nuestra región periférica para que en este contexto alteremos la realidad, entonces se debe cambiar.
¡Otro mundo es posible! A partir de estos preceptos es más fácil plantear el desafío de la unidad para aglutinar fuerzas en beneficio del cambio radical.
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Imagen: cubadebate
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