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El Caballo de Troya de Expansiva

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Hace muchos muchos años, en un país muy muy lejano, gobernaba la Concertación de Partidos por la Democracia, compuesta por 17 formaciones políticas, entre las cuales las más importantes eran la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el Partido Por la Democracia y el Partido Radical. Cubrían un arcoíris de centro izquierda donde, a riesgo de ser caricaturescos, la DC ocupaba el espacio más conservador y el PS el espacio más a la izquierda.

En dicho arcoíris, el debate político transcurría sobre la institucionalidad que la naciente democracia debí asumir en lo político, en lo relativo a la mantención o transformación del sistema económico y en los aspectos relativos a la participación social. Con más o menos fuerza, los debates se daban en un sistema en que gobierno y partidos tendían a confluir y donde, muchas veces, las dinámicas propias del devenir de las formaciones políticas comenzaba a ser percibido por quienes estaban en el gobierno como insuficiente en su capacidad de propuesta técnica y en otras ocasiones, como carente de la perspectiva necesaria para dar el gran salto que el país requería para ser desarrollado al cumplir doscientos años.

Al pasar los años, las dinámicas de funcionamiento de gobierno y partidos de la coalición fueron naturalmente divergiendo, generando un proceso de autonomización evidente del gobierno respecto de sus partidos. En este contexto comienza a surgir una suerte de burocracia político técnica que fue desarrollando un proceso propio de fortalecimiento, de generación de ideas y de implementación de éstas y que comenzaba a generar un relato propio, apoyado en altos niveles de formación profesional y una creciente vinculación a las corrientes liberales norteamericanas como contrapartida a las ideas europeas de socialdemocracia que habían hegemonizado el proceso de recuperación democrática.
Dicha burocracia se concentró, asimismo, en espacios gubernamentales un poco más distantes del oleaje del mar de la política y estableció sus torres cada vez más fortificadas en un Ministerio de Hacienda que tendía a desarrollar su propio proceso de autonomización, dentro de un gobierno que ya vivía un proceso similar.
Esta tecnocracia autónoma, con relato propio -cuyo epítome fue Expansiva y cuyos bardos más destacados hicieron gala de su prosa en La Tercera durante la década pasada, pero que estaba presente transversalmente en todos los espacios del sistema de la Concertación- generó transformaciones fundamentales en la forma que tenemos de ejercer y entender la política en Chile.
En gran medida podemos entenderla como un regalo, porque, sin espacio para la ironía, introdujo dinámicas de eficiencia, eficacia y modernización de la actividad pública sin las cuales hubiese sido imposible lograr el éxito que implicaron las profundas transformaciones sociales que se gestaron durante los cuatro gobiernos del Arcoiris. Hoy, cuando la derecha gobierna con rasgos evidentes de torpeza y de incapacidad, la comparación cae favorablemente hacia esta tecnocracia concertacionista doblemente autonomizada.
Sin embargo, este regalo traía en su interior, al igual que el caballo recibido por los troyanos, un conjunto de soldados ocultos. En nuestro caso, eran tres. Y el efecto que produjeron, a mi juicio, tiene directa relación con el desconcierto que se imbricó como causa y consecuencia de nuestra derrota. Conocer estos tres elementos y abrir el debate sobre ellos es fundamental para poder entender de qué forma debemos reconstruirnos de cara a las nuevas tareas que enfrenta la política en Chile.
El primer elemento es la asociación indisoluble entre discrecionalidad y corrupción. Efectivamente, la corrupción fue un problema que la Concertación política nunca quiso asumir y que, en sus distintas variantes, desde la más burda -del robo- hasta la más compleja -de la impunidad política- estuvieron a la base de nuestra corrosión. Frente a esto, las grandes reformas propuestas desde esta nueva elite tuvieron que ver con la transparencia y con la reducción de los grados de discrecionalidad de las autoridades.
Frente al axioma que asume que la política es caldo de corrupción, la respuesta fue restar espacios de acción a la política, mediante la autonomización de una serie de instituciones públicas y el establecimiento de procedimientos de control y de examen de la acción de los directivos públicos que rodearon su gestión hasta el hartazgo. Efectivamente se avanzó en la eliminación de espacios para la corrupción, pero se consolidó la tesis de un Estado neutro, automático, en el cual la decisiones que responden a visiones del mundo debían sustentarse en un sistema de valores pretendidamente objetivo, especialmente apoyado en el economicismo como piedra angular.
El segundo elemento es el privilegio de lo individual por sobre lo colectivo. SI releemos la vulgata  madre del género, “Que gane el más mejor” de Navia y Engel, escrita en 2006 , lo que se propone es básicamente la idea de que el rol del Estado es “emparejar la cancha” para la sana competencia entre individuos. Si observamos toda la discursividad desarrollada en torno a los procesos de concursabilidad y reclutamiento de directivos públicos, se tiende es a entender el mérito como algo asociado a las características individuales y se extiende un manto de sospecha entre aquellas que tienen que ver con la participación en organismos colectivos. Pertenecer a un partido político, sindicato, iglesia o lo que sea pasa a ser fuente de sospecha y, contrario sensu, los estudios, los postgrados y la carrera individual pasan a ser garantía de confianza.
El rol del Estado, en estrecha consonancia con el primer elemento, tiene que ver con reconocer y potenciar a los “más aptos” y a “los mejores” entendiendo los grupos y comunidades que se definen desde lo colectivo como “grupos de presión”, ante los cuales más bien hay que adoptar una actitud defensiva. No importa si hablamos de la SOFOFA o de la CUT, no importa si hablamos de la Federación de Rayuela o de Colo Colo, el nuevo Estado (neutro y “objetivo”) no sólo no tomará partido en los conflictos sociales, sino que asumirá el rol de árbitro frente a sus disputas, recelando de los intereses de dichos actores.
El súmmum de esta concepción se puede observar en el tratamiento del Estado frente a la educación superior, donde sus propias universidades son puestas cada vez más en igualdad de condiciones con las privadas. La invisibilización de los objetivos ideológicos y políticos de los colectivos y su homogenización contribuyó también a la pérdida del apoyo del gobierno a los grupos que había declarado defender en sus programas. El rol que las sucesivas crisis de confianza de las instituciones (partidos, iglesia, etc.) han jugado al reforzar esta perspectiva, merece un estudio en profundidad.
El tercer elemento, que cierra el círculo, tiene que ver con el establecimiento del rasero economicista como única medida posible en la evaluación de las políticas públicas. Nunca antes el Ministerio de Hacienda había sido el coordinador de las políticas sectoriales ni se le había conferido un poder de veto tan grande como durante los gobiernos de la Concertación, en especial los dos últimos.  El desplazamiento del poder desde La Moneda a Teatinos 120 fue evidente en el día a día de la administración Bachelet, entregándole a la tecnocracia autonomizada el control de un gobierno cuya base de sustentación social y política se fue quedando sin oídos que la escucharan y sin sustento de legitimidad frente a la nueva discursividad. Un palacio concentrado en la popularidad personal de la Mandataria terminó de cortar amarras con una coalición que a su vez las había cortado con su base social.
Estos procesos, con sus beneficios y con sus complejidades, generaron un cuadro político de extrema complejidad para quienes debemos abordarlo hoy. Y no responde a una gran teoría conspirativa ni a la acción de un conjunto de personas específico, sino que se monta en crisis profundas de los partidos políticos y de la representación colectiva que trascienden con largueza a Chile.
Con una sociabilidad política en precarias condiciones, una sociedad civil debilitada y desafectada, la primera tarea de la Concertación es reflexionar y procesar estos elementos y tener la creatividad y audacia de generar nuevas soluciones a los problemas que efectivamente dicha tecnocracia contribuyó a salvar, haciéndose cargo de los “daños colaterales”.
El Estado no puede ser discriminador, pero no debe ser neutro; la representación colectiva no sólo es válida, sino que necesaria, y la política y el sentido de comunidad también deben ser efectos considerados en la acción pública.
La recuperación de lo colectivo es fundamental en el desarrollo democrático y especialmente en la teoría y práctica de la centro izquierda chilena. Finalmente, el poder de quienes aspiramos a fortalecer el de los más débiles nunca estuvo en la competencia individual, por mucho que emparejásemos, limpiásemos y regásemos la cancha. El poder de los más débiles siempre ha estado en la acción colectiva y las corrientes humanistas, socialistas, cristianas y laicas deben reponer esta idea con fuerza y sin avergonzarse. La única ventaja de que estemos todos fuera del poder es que hemos vuelto a ser  un poco más iguales.
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20 de abril

Excelente análisis. Precisamente responde la gran pregunta del alejamiento de la estructura del poder de la Concertación con los sueños y espacios de creación que en su origen tuvo. Era fácil unirnos en contra de la Dictadura.. Se abría con su salida el espacio para soñar. Sin embargo, en lo concreto, el proceso fue generando esta superestructura constreñida a lo económico, alejándose de la visión ética y creadora. La muerte de las ideologías creo fue uno de los legados más perversos de la dictadura, que nos heredó un esquema pragmático y economicista, sin generar espacios de crear pensamientos de qué hacer con la libertad, más allá de la economía, pretendiendo responder al pueblo bajo el simple paradigma económico. Darle cosas a la gente. Dar acceso a más cosas y a más aún. La cultura real, que la vemos en los malls, es ser desde lo que compro, tema muy antiguamente superado, pero que acá, nuestra sociedad involucionó hacia sólo eso.

20 de abril

Qué cierto lo que escribes, Felipe. Y qué lejos, en muchos sentidos, de la horizontalidad fundacional, del aporte desinteresado de muchísimos, de la suma por sumar nomás, por llevar a delante un proyecto lleno de sentido. Me acordé de la granja de los animales, de Orwell, y esa leyenda en la pared que decía «todos los animales son iguales, pero hay unos más iguales que otros».

Que no nos pase que, por ser más iguales que otros, nos quedemos solos en el cuento.

22 de abril

Si bien es cierto, es interesante la correlaciòn de ideas en cuanto a que el tecnicismo per se es nocivo para la construcción de un nuevo ethos que dé sentido a la concertación, me resulta mucho mas honesto considerar que ese exceso de tecnicismo pudo haber tenido un contrapeso mucho mas eficaz en una agenda política de mayor calibre y que, a mi juicio terminó siendo conservadora y complaciente con los resultados,especialmente en el último gobierno. Parto de mi propia convicción en cuanto a que el tecnicismo no es , en ningún caso, un debilitador del colectivo, en cuanto el liderazgo político tenga una carta clara de navegación. Los liderazgos bien definidos saben poner límites y determinar los ámbitos de influencia que no afecten los itinerarios políticos. No creo que Expansiva sea, en caso alguno, un caballo de troya, antes bien, pienso que hicieron falta muchos mas Think Thank de este calibre que aportaran la necesaria mirada técnica a las políticas públicas. Sospecho que la contraparte a los «Expansiva» o, mas bien, detractores de estos equinos amenazadores, tiene que ver mas con «terceristas», «nuevas vías», «chascones» y cuanto saltimbanqui de tribu interna surgió para resguardar su metro cuadrado de poder. El pecado de Expansiva es justamente no ser nada de ellos y no ser motejable con ninguna de estas etiquetas. He ahí tal vez uno de sus «pecados imperdonables». El ethos o el sueño colectivo empezó a caer en «hibernación» cuando el liderazgo político no tuvo la fuerza de hacer una reforma tributaria de verdad que redujera la escandalosa distribución del ingreso en Chile ( a mi juicio nuestro gran problema estructural) o cuando no se tuvo la cohesión y la potencia necesaria (teniendo las mayorías parlamentarias) para haber modificado, vía reforma constitucional, el escandoloso royalti minero que en nuestro Chile raya en lo absurdo. Percibo que por esos lados estaban encubiertos los verdaderos caballos de Troya.

26 de abril

Profundizaría en el tema de la omisión de otros grupos de contrapeso que propone Julio Valenzuela, la cancha, la pelota y las camisetas quedaron para los que quisieron hacer su juego. Creo que expansiva fue un grupo que al menos tuvo el mérito de autoorganizarse para tener la gravitancia suficiente para gritar desde fuera y decir «hay equipo» y luego entrar. Aún así me parece que ĺos males que argumenta Felipe son propios de cuando la intelectocracia se deja estar y sin darse cuenta y sin hacerlo mal en un instante está knockout … como Mike Tyson perdiendo ante Bastard Douglas, la U perdiendo ante colo colo o Lautaro victorioso sobre valdivia que falla en la batlla final por celebrar antes de tiempo, … el punto es que la caída siempre es un hecho posible … perdiste 200 mil votos que antes te pertenecían, pero aún faltan 3 millones que no quieren nada con nadie …. ahí está el principal error político de la concertación.

07 de junio

Concuerdo con Julio en cuanto a la necesidad de un contrapeso político de los denominados técnicos, y es más, creo que no solamente se hace necesario un contrapeso, sino una subordinación al poder político. La Concertación comenzó a gobernar con el ojo del un Gran Hermano -que no tenia nada de grande ni tampoco de hermano- que vigilaba e imponía esta visión tecnocrática, disfrazada de racionalidad, y que se alimentaba del desprestigio de la política, públicamente acusada de las calamidades del pasado… el problema es que esta visión típicamente derechista, que hoy toma la forma discursiva de la «eficiencia en la gestión», se hizo parte de la Concertación, no como un caballo de troya, sino como Frankenstein. La técnica, la herramienta, se reveló contra el ser que la creo (o que la acogió) y emancipado de su condición de útil, tomó vida propia.

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