La democracia, como la institución referente del constitucionalismo contemporáneo, ha adoptado formas muy distintas a lo largo de la historia, cierto es que cada país, incluyendo Chile, ha inscrito dentro de los pilares de sus democracias una idea nacional que de una u otra forma, permite el desarrollo de la actividad política manteniendo un orden institucional que intenta mantener dentro de los márgenes el descontento social, esto es importante, porque el orden institucional democrático chileno toma como premisa que el descontento social y la amalgama de condiciones infrahumanas son parte de la realidad política del país y que no se puede hacer política sin perjudicados.
«Esta cultura de la representación como intereses particulares debe terminar, las condiciones infrahumanas de Chile no tienen por qué existir y se puede hacer política sin perjudicados, solamente se necesita voluntad política.»
A través de la historia chilena -y en particular durante los últimos años- la tarea de la representación por parte de las autoridades políticas se ha encontrado con un escenario de belicismo que se adscribe a una lógica de intereses particulares. En la lógica de partidos políticos y dentro de la cultura chilena, quienes pertenecen a partidos políticos llevan los intereses de su partido, los cuales tienen una organización interna que busca poder incidir de la forma más directa en las decisiones del país. Respecto a esto debo hacer dos apreciaciones: La primera es que los partidos políticos surgen para organizar la toma de decisiones y hacer más práctica la representación debido a la recurrencia de distintas voluntades las cuales se unen a un ideal común.
La segunda es que; para entender la dinámica izquierda-derecha, hay que comprender que en todos los países la política local se fracciona en oposiciones ideológicamente muy distintas, así por ejemplo en EE.UU. existe una especie de división de liberalistas-conservadores que es bastante distinta de la chilena; el origen de tal división como «izquierda»-«derecha» proviene de que en los inicios de la Revolución Francesa y en las primeras asambleas, los constitucionalistas se ubicaban a la izquierda de la mesa y los absolutistas a la derecha. En tal línea, cualquier tipo de reacción social es reacción política; la ignorancia de la problemática social es solo otro de los síntomas de la misma, no existen seres como «apolíticos», sí quizá puedan haber reacciones disidentes en el campo «izquierda-derecha», innovaciones locales, entendiendo que llamarse de izquierda-derecha es solo contingente a la política local y no a todas las posibilidades ideológicas desde una perspectiva de conciencia histórica universal. Por lo tanto «izquierda-derecha» no es un holismo aplicable a la conciencia política del humano, siempre pueden haber disidentes, así se fragmenta y evoluciona la política.
Ahora respecto a la primera apreciación: Fernando Atria, académico e intelectual, habla sobre cómo las instituciones chilenas están esgrimidas bajo la idea de múltiples intereses privados yuxtapuestos por sobre el de una voluntad general, el Hobbes del hombre como lobo para el hombre por sobre el Rousseau de la revolución francesa; pero olvida que el supuesto de voluntad general no significa llenar con contenido las decisiones de un país, simplemente significa que la elite y la oligarquía se disputan el color político de un gobierno a través de partidos políticos descargados de ideas políticas y cargados con un profundo arraigado control fáctico de la sociedad por medio de la economía y medios de producción. La crítica que hace el profesor Atria hacia los partidos políticos sin proyectos políticos; ¿no sigue siendo errónea al suponer que partidos políticos con proyectos políticos podrían solucionar la disyuntiva democrática de la voluntad general cuando en realidad, seguirían velando por los intereses particulares del partido y no los intereses del pueblo o nación?, en tal sentido: ¿Cómo nos podemos imaginar la toma de decisiones desde la voluntad general suponiendo la existencia de partidos políticos?, es inconcebible. No es un problema nuevo, ya conocemos la cantidad de ensayos democráticos que han terminado por quebrarse desde dentro de sus propios sistemas en intentos de “saneamientos” democráticos, Estados fascistas que nacen del descontento de la sociedad por sus autoridades y cargan a una sola persona la responsabilidad de reivindicar el espíritu de sus naciones terminando en terribles genocidios y en guerras desenfrenadas; líderes que aparecen espontáneamente trasluciendo su deseo de ser él espíritu salvador de la nación.
Esta cultura de la representación como intereses particulares debe terminar, las condiciones infrahumanas de Chile no tienen por qué existir y se puede hacer política sin perjudicados, solamente se necesita voluntad política. Los partidos políticos han evolucionado en pos de su auto-justificación, esto aún cuando sabemos que la política del futuro se encontrará con nuevos paradigmas; la tecnocracia y la facilidad para poder vociferar opiniones en redes sociales e internet en general. Cabe en este punto preguntarse ¿Cuál es realmente la labor del representante político?, ¿es necesaria su labor técnica?, pero antes que eso y más primordial que todo cuanto problema de representación exista, debemos preguntarnos y preguntarle a nuestras familias; ¿estoy velando por un interés personal?, ¿estamos velando por intereses particulares?, ¿o estamos velando por el interés de todos?.
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