A nadie ha sorprendido observar como el Presidente de la República ha instalado el comando presidencial en su Gabinete. Cuando asumió el poder, formó un “gabinete empresarial” al que se le asignaban virtudes sobrenaturales, ya que venían de las empresas más “exitosas” y de las mejores universidades. La imagen del Presidente haciendo entrega de una carpeta y de un pen drive con los desafíos de cada cartera me resulta indeleble: la crónica de una muerte anunciada era la expresión que mejor definía la escena. No por el sesgo ideológico de los que nos encontramos en la vereda del frente, ni por la impotencia de una sola intuición de lo que venía, sino por la evidencia histórica de los resultados de la aplicación de la tecnocracia en nuestro país.
Piñera no había aprendido nada, y estos años de Gobierno así lo han demostrado. Al poco tiempo, se olvidó de los ejecutivos de empresas “exitosas” y de los laureles de las universidades americanas y europeas y optó por lo “sano”: echó mano al Parlamento y reclutó a la vieja guardia de la derecha, como bien sabemos. De paso, cometió un “error” alterno, pero significativo, ya que instaló la disputa presidencial en su propio gabinete. Acorralado por la UDI, el Presidente de la República perdió todo peso político en la conducción del país y la carrera a La Moneda de la derecha se hace desde dentro de sus mismos pasillos.
Pero la actitud irresponsable y la mirada cortoplacista de la derecha pareciera no tener límites. No hacía mucho tiempo que ellos mismos criticaban a los ministros de los Gobiernos de la Concertación cuando siquiera se insinuaba de sus posibilidades presidenciales, mientras que ahora varios de sus ministros han declarado abiertamente sus intenciones de competir y han sido avalados por el vocero. Este doble estándar es lo que les va a impedir salir del marasmo que les provoca el liderazgo de la Presidenta Bachelet.
Ahora bien, toda esta situación ha hecho visible una figura que hasta ahora no había causado mayor polémica: la del ministro-candidato. Hay varias razones que impulsan los reproches. Cualquier persona puede entender que un individuo o es ministro y por tanto sirve a la causa de su Gobierno que dirige el Presidente, o es candidato, y sirve a la causa de un proyecto “distinto”, aunque sea de continuidad, al de este Gobierno. Existe además, un atentado a la fe pública, a la credibilidad de las instituciones y al régimen republicano que hemos formado, en la medida de que se establece un régimen de incompatibilidades entre los intereses de una cartera en particular y los intereses de un candidato.
Sé positivamente que para estos casos se apela a la ley. Pero el punto es que este no es un problema legal, sino político. Desde esa perspectiva, lo que llama la atención en La Moneda es la ausencia de criterio. Aunque ya nos tienen acostumbrados, si el Presidente no toma cartas en el asunto, entonces los ministros, si presumen de presidenciables, deberían tener el valor de mostrar su liderazgo y renunciar a sus cargos en el Gobierno.
Llama la atención que la derecha no sea capaz de resguardar sus propios intereses electorales, pues en vez de enmendar la plana y corregir el rumbo, eligen el peor de los caminos: tratar de culpar, nuevamente, a la Presidenta Bachelet. Pero la vieja fórmula de culpar al predecesor se extiende, como mucho, hasta la mitad del mandato; después comienza a ser poco creíble, como es el caso de lo que sucede actualmente.
En cualquiera de los casos, tanto si se mantienen o si deciden renunciar, la consecuencia inevitable es que van a tener que hacerse de aquellas cuestiones que exceden la competencia de sus carteras y responder por los retrasos de la reconstrucción, por el ochenta por ciento de las promesas incumplidas del Gobierno, por la deficiente ejecución presupuestaria, por las demandas estudiantiles, por su rechazo al cambio del sistema electoral, por su negativa a que los chilenos –tan chilenos como todos- que viven en el exterior puedan sufragar, por su indolencia frente al drama que golpea todavía a las madres legalmente incapaces de decidir sobre su vientre, por los abusos de las empresas, por los conflictos de intereses, por la gestión deplorable en algunas carteras y por la falta de convicción al momento de hablarle con claridad al país.
Tendremos que ver cómo estos mismos ministros-candidatos reconocen, si es que tienen el valor, el hecho de que no es por ellos, ni por la alianza política que representan, que Chile haya disminuido la pobreza de cerca de un 40% en 1990, a cerca de un 13% en la actualidad. Tendrán que decir entonces si fue por ellos acaso que existe Plan AUGE o seguro de desempleo, si fue gracias a su impulso y convicción que eliminamos a los senadores designados o si fue gracias a ellos la existencia de la pensión básica solidaria. Seguro que lo único que les quedará para “lucirse” son las cifras de crecimiento y desempleo, pero ni por ahí se salvan, considerando el empleo precario y la situación económica favorable de América Latina, respectivamente. Ya veremos los efectos de la crisis europea, y particularmente de España y Grecia, y que es lo que responde el Gobierno.
Harto trabajo tienen estos personajes, cuyo pasado al lado de Pinochet daría para un libro entero. Ya veremos si la derecha tiene vocación de poder, o este gobierno solo será un paréntesis dentro de una era de modernizaciones que los Gobiernos de la Concertación, con sus luces y sombras, han impulsado en el país.
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Foto: bolido.com
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