La derrota del 2010 fue el fruto de los desaciertos propios de una coalición que en algún minuto perdió sintonía entre lo que el discurso dice y lo que las obras hacen.
Seamos claros y aterricemos el discurso, la llegada de Michelle Bachelet no asegura triunfos ni derrotas. Si bien es cierto, su decisión viene a dilucidar una interrogante, también contribuye a generar un sin números de cuestionamientos.
Para la Alianza, sin lugar a dudas el nerviosismo es reflejo de una incapacidad de haber capitalizado cuatro años de gobierno, sin generar el liderazgo o la empatía que les permita el reconocimiento ciudadano. Cuatro años donde más que gobernar, sólo se administró un país, con resultados que pueden ser generosos estadísticamente, pero tremendamente injusto en proporcionalidad, justicia y equidad.
Para la oposición, los cuestionamientos pasan por saber si en cuatro años se aprendió la lección. La derrota del 2010 fue el fruto de los desaciertos propios de una coalición que en algún minuto perdió sintonía entre lo que el discurso dice y lo que las obras hacen. A casi cinco años pocos parecen recordar -o pocos quieren recordar-, que la falta de diálogo y entendimiento permitió que la participación, principal capital político de la Concertación, se perdiera sumándose a la bochornosa primaria del 2009, que dieron pie a una derrota dolorosa y finalmente necesaria.
Hoy con el retorno de Michelle Bachelet, la oportunidad de hacer las cosas bien como futuro gobierno, parte en gran medida en el “cómo” afrontemos este año. El triunfalismo desbordado puede hacernos caer en discursos que muestren la cara menos amable de una Concertación que se desgastó entre codazos y zancadillas. Michelle Bachelet necesita hoy de un conglomerado que haga de la participación una fiesta ciudadana, donde las ideas se impongan a través del diálogo participativo y generoso, donde cada uno y cada una cuenta para abrazar un triunfo que nos permita un gobierno ciudadano con equidad y justicia social, una justicia social que es posible alcanzar con un gobierno sin un presente con ataduras con poderes económicos y sin un pasado autoritario y lleno de las páginas más amargas de nuestra historia. Nuestro país no solo debe, sino que puede crecer con Justicia y Equidad Social como la piedra angular del Chile que transversalmente muchos sueñan y que Michelle Bachelet representa.
Solo queda trabajar para que el triunfalismo no sea factor determinante para hacer las cosas mal, y que la humildad de soñar un país integrador y justo sean el comienzo para decir Bienvenida Michelle, bienvenido un nuevo Chile.
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