El descontento que ha remecido a Chile en los últimos diez años, es una cuestión preocupante para la legitimidad de la actividad política, así como también de quienes buscan hacer de la política una profesión. Los estudiantes universitarios (seguidos por los secundarios), y en general, los destinatarios de los derechos económicos, sociales y culturales, han sentido descontento sobre cómo los políticos de la silla están representando a los intereses de la comunidad en forma pública.
El aforismo latino que acompaña al título proveniente del «De legibus» de Cicerón significa: “Mientras el poder resida en el pueblo, la autoridad descansa en el senado”. Un hecho inobjetable en la República romana, que ahora se ramifica en la política chilena. Ella ve hoy confrontados muchos ideales que trascienden a ideas teóricas y modelos que podría establecer la ciencia política más dura. La cuestión se ha vuelto pragmática, mirando hacia el horizonte de las problemáticas de representación (lo que conjuga por un lado, a representantes, o sea, los políticos o los que participan de la institucionalidad electoral o gubernamental; por otro, a los representados, o sea, los que se hallan en la esfera pública ejerciendo su derecho a decidir de los asuntos de la polis), de manejo de información, de principios inclusive (así como la probidad y pulcritud en el desempeño de las funciones políticas, en sentido estricto) y de la forma como se manejan los mecanismos jurídicos. Sobre ese último punto, desde Hobbes ha venido asomándose el problema de cómo organizar a la comunidad, cómo se compone de la polémica, o lo que es la otra raíz de política, el polémos.
La esfera pública inunda a la polis y se posiciona como el lugar (real, imaginado o simbólico) por donde fluyen mensajes, opiniones e intereses, donde todo el mundo puede, si quiere, contemplar las opiniones y razonamientos de los demás (individuos, grupo, corrientes de opiniones, etc.), exponer sus puntos de vista y participar en el diálogo público y, en el peor o en el mejor de los casos, aceptarlo como lugar común de referencia abierto a todo el mundo.
La representación constituye a sus representados, ello no es un asunto trivial o bien propio de comidillos académicos en congresos, conferencias o simposios, especialmente si se piensa desde la óptica de la articulación política de los movimientos sociales o de la sociedad civil. El descontento que ha remecido a Chile en los últimos diez años, es una cuestión preocupante para la legitimidad de la actividad política, así como también de quienes buscan hacer de la política una profesión. Los estudiantes universitarios (seguidos por los secundarios), y en general, los destinatarios de los derechos económicos, sociales y culturales, han sentido descontento sobre cómo los políticos de la silla están representando a los intereses de la comunidad en forma pública. Es una crisis de legitimidad, que se ve acentuada por cuestiones que son parte del absurdo tanto en la misma sociedad como en parámetros lógicos, inclusive si se piensa en la mentira del sentido común.
El descontento se presenta con el movimiento de las masas, para increpar a la cuestión representativa, y que con símbolos y un lenguaje sígnico-sociológico establece los clivajes donde se va a disputar la real política: parece ser el terreno de la acción colectiva. Con ello se asume la exclusión del sistema de participación que es cerrado, así como la sociedad chilena.
Problemas adicionales al estado actual de la cuestión de la representación son, por ejemplo, el manejo de los políticos en la esfera pública. Basta con graficar las humoradas de aspirantes a ser Presidente de la República, son sin sentidos, hacen que la seriedad de ser jefe de Estado y Gobierno (al mismo tiempo) sea objeto de burla y que su deliberación esté llena de conflicto de intereses, líos de poder y pactos por omisión. Así se elige la cabeza del país hoy por hoy.
Pero es más grave en el caso del Congreso, donde la crisis es letal, por ello han surgido candidaturas independientes desde el núcleo de los movimientos sociales, como el caso de los estudiantes, Aysén y otros. ¿Una paradoja? Entrar al sistema que se crítica, acoplarse a la crisis y peor aún, el argumento de cambiar el sistema desde dentro, que no hace juego con una frase que oí en un spot de campaña, que era “cuando el absurdo aparece como lo normal, hay que rebelarse”. ¿Cómo? Es como la consigna de abajo el binominal con binominal. O que a la presentación de la campaña mediática para el Parlamento se den cuatro segundos, eso no es representación. Tampoco lo es blanquear imágenes y tragarse el discurso pregonado. La forma puede cambiar, pero no la materia. El absurdo es la representación que se presenta en el contexto de las elecciones parlamentarias, claro que la concesión de tener el poder en el pueblo es darle la autoridad al Congreso. ¿Qué pasa allí dentro? ¿Quién te representa? Apologías y alegatos en favor de la probidad, una ley de lobby y un registro de los que calientan el escaño son requeridos. Una cosa por otra, esto de la justicia hoy por hoy. Crisis y crisis, quedan preguntas en el aire: ¿cómo te representas? ¿Debo pagar el precio por tener el poder para que ellos tengan la autoridad? Y finalmente, la clásica: ¿cuál es la revolución de la que tanto hablan? ¿Tengo un derecho a la revolución?
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