Uno de los inconvenientes de renunciar a persuadir y plantarse en la parada del “yo tengo la verdad y el resto tendrá que sumarse, idealmente de rodillas, a mi postura” es que hace difícil construir mayoría. Porque muchos de esos a los cuales vapuleamos con cada letra de nuestro discurso, al final optarán por restarse.
Hay situaciones inherentes al ser humano. Realidades que, querámoslo o no, nos acompañarán por siempre. Que estarán junto a nosotros desde el principio y hasta nuestro final. Son los clásicos de la vida del hombre, como dijera un hoy anónimo crítico al referirse a esas obras que, al igual que los vampiros en la noche, se alimentan de las llagas por siempre abiertas de la humanidad.
Una de aquellas es la forma de plantarse frente al cambio social. Hay quienes bregan por mantener el status quo, otros por profundizarla transformación. La constante tensión entre los conformes por lo que hay y los descontentos por lo que falta. O, como se instalara en algún momento en el seno de la Concertación, entre los autocomplacientes y los autoflagelantes.
Desde el principio de los tiempos, uno de los mecanismos para resolver esta disyuntiva –paralelo a la fuerza y el poder económico- ha sido la persuasión. Persuadir a otros de lo correcto de nuestra visión, convencerles de que lo que planteamos es lo mejor.
Por lo menos, que es el camino que como sociedad debemos transitar. En la tarea del avance de determinadas miradas, una aspiración siempre será crecer.
Aumentar la masa de quienes están convencidos de que la causa que se impulsa es “noble, grande, hermosa”, como dijera en septiembre del año pasado el Presidente Sebastián Piñera ante la Asamblea General de las Naciones Unidas al referirse a las movilizaciones estudiantiles.
Planteamos es lo mejor que le puede pasar a nuestra comunidad, a las grandes mayorías. Así ocurrió con Patagonia sin Represas, así sucedió con el Movimiento Social por Aysén. Además de estar convencidos, tal objetivo exige nunca renunciar a convencer, con la mente y el corazón, sobre la justeza de la tarea emprendida, permeando así a la ciudadanía, las instituciones, las estructuras de poder (si es posible) e incluso a los que hoy no están de nuestro lado.
Por cierto que existirán quienes será imposible de persuadir (por visión de sociedad, por sus intereses creados), a no se podrá hacer cambiar de opinión.
Tal también es un clásico, independiente del cual hay que buscar siempre los mecanismos para sostener a quienes comparten nuestra visión y de convencer a quienes hoy no la respaldan.
Y que se sumen a la acción.
La conceptualización aquí explicitada (esta es sólo una tesis, no una verdad revelada) requiere claridad sobre un primer axioma: todos los que convenzamos hoy ayer no lo estaban. Es decir, no se movilizaban, pensaban pasivamente distinto o incluso en algunos casos estaban activamente en la vereda de enfrente. Este último dato no es menor.
Es necesario tenerlo bien en cuenta cuando de verdad se quiere cambiar Chile, porque en ocasiones, cuando la empresa es épica, tal tarea es preciso enfrentarla también con quienes hasta ayer no se movilizaban, no les interesaba o pensaban distinto.
Trabajar en pos de objetivos comunes también con quienes no han sido mis compañeros de ruta o incluso con quienes no he estado de acuerdo pero que hoy se quieren sumar, es un nudo gordiano de los movimientos que emprenden la tarea de transformar la sociedad.
Está claro que existen otras opciones, que no van de la mano de lo que ciertos líderes de la Concertación han calificado como “vocación de mayoría” y que, en algunos casos, más bien pareció “vocación de fechoría” al establecer una muy fructífera alianza (para ellos) con quienes le pusieron tarifa a los bienes y servicios comunes.
Tales alternativas van desde la imposición mediante el poder económico hasta el uso de la fuerza (que son dos clásicos humanos también). Por eso, la renuncia a persuadir requiere juntar plata. Y en el más dramático de los casos, balas, en sentido literal y figurado. A veces insoslayable, cuando entramos en el terreno de institucionalidades que no presentan vías de salida al conflicto, grupos de poder que no escuchan o la necesaria defensa propia, con todas las subjetividades que esto último tiene para la sociedad.
Más aún en un modelo donde el estanco dominante tiende a la criminalización de toda postura disidente que ataque la raíz de un injusto sistema. Tampoco es que el cambio drástico y de fondo no sea posible y una necesidad en muchos de los urgentes casos que imprime la vergonzosa desigualdad.
Sólo que en el recorrido de la transformación es preciso tener claridad sobre el eterno forcejeo entre la imposición y persuasión. O como nos decía un profesor de comunicaciones, la coerseducción.
Uno de los inconvenientes de renunciar a persuadir y plantarse en la parada del “yo tengo la verdad y el resto tendrá que sumarse, idealmente de rodillas, a mi postura” es que hace difícil construir mayoría. Porque muchos de esos a los cuales vapuleamos con cada letra de nuestro discurso, al final optarán por restarse.
Digo esto en la antesala de las elecciones municipales en todo el país.
Porque la lucha por cambiar Chile no termina el 28 de octubre. Solo es un paso más, importante, por cierto, pero uno más del proceso de construcción social que muchos creen necesario continuar.
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