No es primera vez que el profesor Rojas es llamado a terreno para preguntársele por qué destila tanto odio contra sus enemigos políticos, como ocurrió en días pasados cuando el sacerdote Percival Cowley escribió una carta al director de El Mercurio para referirse a la publicación titulada “Los comunistas y el dinero”, de su columnista Gonzalo Rojas. El sacerdote dijo, entre otras consideraciones: “Suponiendo que el señor Rojas se define como cristiano y católico, me pregunto el por qué de tanto odio (en esta columna y en tantas otras) y, a la vez, a partir de sus descalificaciones universales, solo le pregunto ¿por dónde y cómo el amor le interesa a él”
Bueno, como esto le diera pábulo al señor Rojas para escribir un nuevo articulo, esta vez con la clara finalidad de responderle al cura Cowley, hemos leído con nuevo estupor su artículo ¿Cuándo se odia?, que nos viene a demostrar la pertinacia de los atributos intelectuales que este señor le concede al acto de odiar.
De un hombre al que le importa tanto saber si una persona es de un mundo o de otro, es muy poco lo que la sociedad puede esperar para su redención definitiva, si no es el temor a la segregación, a la persecución y a la denuncia, como en los peores momentos de la dictadura.
Leyéndolo, no cabe otra sensación que la de estar frente a un monumento de la barbarie. Está claro que no se interesó por darle cristiana satisfacción al sacerdote Cowley, al contrario, en su respuesta se esfuerza por demostrar que tiene fundadas razones para odiar, y que su odio está dirigido contra los que no piensan como él; que odia para “ distinguir entre la vertiente pura y la charca podrida (sic), entre cristianismo y marxismo”, y porque “no hay mejor reactivo que el odio, para saber quien es quien; o quienes buscan construir y quienes… destruir” (sic). ¡Extrema facundia!
Otro párrafo para el bronce: “En Chile se ha reactivado el debate sobre las ideas. En buena hora: es la única manera de mostrar la superioridad de un orden social libre sobre los proyectos de corte socializante”. Unas líneas que lo dibujan como el misionero de un único orden aceptable para la convivencia entre los chilenos. Por cierto, es tan burda como esta otra: “Odian los que adjudican una maldad estructural al corazón de otros”. Lo dice como si no se diera cuenta de su fallo de contradicción. Como si él mismo no destilara un odio sin remisión posible, que cual iluminado, lo consolida semana a semana como un hombre de extremos, cuyos dichos son una verdadera agresión a la lógica del sano discurso.
De un hombre al que le importa tanto saber si una persona es de un mundo o de otro, es muy poco lo que la sociedad puede esperar para su redención definitiva, si no es el temor a la segregación, a la persecución y a la denuncia, como en los peores momentos de la dictadura.
¿Cómo habrá tomado esta respuesta el sacerdote Cowley? ¿Habrá sentido que se trata de una oveja oscura que no está ni ahí con el amor?
Para Rojas ―un cínico maniqueo―, el debate de las ideas será siempre bueno, porque ayudará a demostrar que los otros están equivocados. Curiosa dialéctica de un fanático que no se arredra ante quienes lo censuran. Concordamos en la inutilidad de esta denuncia; pero, como quien calla, otorga, se hace necesario su desenmascaramiento, en un acto dirigido a jóvenes no contaminados de entre sus propios discípulos, que por tratarse de jóvenes, debe haber muchos. Y menos cuando, para sus seguidores, parece tocado de una aureola de integridad. No es menor que este señor ocupe una columna semanal en el diario El Mercurio, y que haga clases en una Universidad tan simbólica, como lo es, para ciertas facciones del poder, la Universidad Católica de Chile.
De modo que, desde estas modestas líneas, no queda sino que elevar la voz para solicitar de quienes cobijan a este comentarista, evalúen su comportamiento ético y la disfuncionalidad de su dialéctica, con el sencillo y sano objeto de alertar a los jóvenes, y a aquellos desprevenidos que se dejan atrapar, sin objeciones, en las redes de su maliciosa manera de interpretar el mundo. Y lo hagan por la vía de invitarlo a una reunión de pauta para fijar espacios éticos razonables de expresión corporativa (porque eso de lavarse las manos para que otros digan lo que no se puede decir sin violencia, es la peor decisión editorial que puede adoptar un medio).
Por cierto que, no se trata de amordazar a este intelectual de extrema derecha, ni de impedirle que haga uso de su legítimo derecho a expresarse, que eso es sagrado para los que suscribimos la democracia. En todo caso, es reconocible que el señor Rojas es un líder de opinión entre esa minoría extrema que justifica las atrocidades que, por estos días, recuerda la sociedad chilena.
Comentarios
22 de septiembre
DE ACUERDO EL ODIO ES UN MAL CONSEJERO;MAS AUN SI SE INSTALA DENTRO DE LA ESENCIA DEL SER
HUMANO Y LO PROYECTA DESDE LO MAS INTIMO DE SU ALMA,SIN DARSE CUENTA QUE SE DESTRUYE E
EL MISMO Y SUS NEURONAS VAN MURIENDO.
0