Entre los personajes que deambulan por el Paseo Ahumada, hay uno que resalta por lo agresivo. Hace años que sorprende a los transeúntes solitarios, de traje, desprevenidos, ojalá hablando por celular, y los increpa a viva voz. La víctima, en un comienzo, lo ignora, y apura el paso. Entonces el victimario lo sigue, y aumenta el tonelaje de sus diatribas. “Ya pos huevón, date vuelta”, “uyyyyyy, al niño le dio miedo, ¿está llamando a su Mamá?”, “oye culiao, a vos te hablo”. El inocente apura todavía más el paso, y cuando el increpador está por alcanzarlo, su presa lo enfrenta, o sencillamente corre. Para ese entonces varias personas se han detenido a mirar la escena. Es ese el momento en el que nuestro protagonista aprovecha de lanzar su invariable pregunta retórica: “¿Es que acaso nunca hai visto un huevón de Lo Espejo?”. Al no oírse respuesta alguna, acaba la función, los transeúntes siguen su marcha y el supuesto espejino desaparece raudo por entre las galerías que horadan los edificios del centro de Santiago.
Ciertamente, la pregunta es muy injusta para con la gente de Lo Espejo, pues los presupone agresivos y pendencieros, y sabemos positivamente que la gran mayoría de ellos no es así. Pero, haciendo abstracción de aquello, y de la presumible desviación mental del tipo, hay que reconocerle un punto: la pregunta pone un tema sensible sobre la mesa, y nos interpela a todos, este pechito incluido.
Podría balbucear un preámbulo auto exculpatorio –hice mi práctica profesional en La Pintana, participé en un proyecto social de largo aliento en Renca, tengo verdaderos amigos en Puente Alto–, que en nada variaría mi respuesta principal: no conozco a nadie de Lo Espejo. Lo más seguro es que algunos de mis compañeros de pega vivan ahí. No lo sé. Nunca lo he preguntado. Hice una rápida encuesta entre varios de mis amigos, todos razonablemente progres, y ninguno conocía a un espejino.
En Lo Espejo viven 112.800 personas. Cerca del 5% de ellas es indigente, y tres veces esa cantidad es pobre. El índice de alfabetización comunal llega al 85%, y más del 90% de sus habitantes está afiliado a Fonasa. Tiene un eslogan –juntos construyendo futuro– que es copiado de la publicidad de un banco en los años 90, misma década en la que fueron constituidos como comuna independiente. Han tenido un solo alcalde en toda su historia, quien es, además, el fundador del Rotary Club de la zona.
La segregación de nuestra ciudad es cuento viejo y ya ha sido denunciada en estas mismas páginas. Pero no por eso debemos renunciar a otro tipo de preguntas que se derivan de la que se ha contado más arriba. ¿Por qué la sede de la Fundación de don Ricardo Lagos no queda en Lo Espejo? ¿Por qué ninguna asamblea de partido político a nivel nacional se realiza en esa comuna? ¿Cuántas autoridades políticas sabrán llegar a sus casas en micro desde Lo Espejo? ¿Qué le impide a la CEPAL tener sus oficinas allá? ¿Qué pasaría si el moderno Centro de Justicia se hubiese emplazado allí? ¿Y si cada Ministro hiciera al menos una conferencia de prensa al mes –no un mero punto de prensa– desde ese lugar? ¿Y si alguna Universidad se digna a instalar un campus en esa comuna
No hay que ser demasiado perspicaz para notar que ninguna respuesta posible solucionaría algo respecto al gran drama social que implica vivir sin mirarnos. Más que soluciones, lo que piden estas preguntas es un debate sin ambages. Cuando a Muhammad Yunus le entregaron el Premio Nobel de la Paz en el 2006, le preguntaron qué podrían hacer por los pobres los que le entregaron la distinción. “Trasladen su sede a Bangladesh” fue su respuesta. No les mostró la piedra filosofal ni les pidió un cambio cultural. Le bastó señalar una coordenada geográfica para que la conversación terminara. No tengo noticias de que la Academia Sueca tenga entre sus planes un cambio de domicilio.
Cambiarse desde Estocolmo a Dacca, la capital bangladesí, debe ser difícil de aceptar. El PIB per cápita entre ambos lugares difiere en más de treinta y cinco mil dólares, y están separados por casi siete mil kilómetros. Entre Providencia y Lo Espejo, que no es la comuna más pobre de esta ciudad, unos pocos minutos por autopista. Me han contado que pertenecen al mismo país, y comparten la misma lengua.
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Foto: La Covadonga (Campamento ubicado en la comuna de Lo Espejo) – Ricardo Inostroza V. / Licencia CC
Comentarios
22 de junio
No conozco Lo Espejo, pero ahora quiero. Gracias Patricio.
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11 de septiembre
Soy de Lo Espejo, nacido y criado acá, trabajo en la misma comuna, pero estudio en una comuna algo pirula, con compañeras que no tienen idea de lo que es ser pobres «siendo mas pobres que uno mismo», es sorprendente que ninguna de ellas supiera donde quedaba esta comuna, viviendo a solo 2 comunas de acá.
Te doy las gracias por lo escrito, muy asertivo, y verdadero, siempre he tenido el pensamiento de que vivo en «La comuna olvidada de Santiago» y eso se cumple en muchos ámbitos.
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