Qué duda cabe de que la Concertación perdió el poder. Qué duda cabe que esto es tan sabido, pero que aún se recurra a su recordación, frente a tan agudos y ásperos diagnósticos políticos tras la derrota de Eduardo Frei en enero pasado. Aquellos diagnósticos, muchos sin rumbo y detenidos en la fatiga tradicional, se han orientado en la búsqueda de culpas y fallidos intentos por entender que la derrota tiene una mera explicación electoral. Otros, escasos y de cerrada convocatoria, siguen en la reflexión de elite, invitando intelectuales proclive y haciendo de esto un ejercicio social y afectivo, inclusive. En tanto, las bases siguen estando allí, algunas adormecidas esperando la voz cantante del líder que no llega, que no baja. Otras, en la tarea jamás abandonada de activismo ciudadano, aun convertido en activo político exiguo.
Palabras van y seguirán viniendo. La cuestión es el diseño de una coalición política que no implique regresiones en las fallas de su modelo antecedente, al menos en dirección y estilos, que más allá del rol de oposición coyuntural, implique el forjamiento de un planteamiento político con proyección. Ése es el tema. ¿Partidos más, partidos menos?, ¿Con el clan Ominami-Gumucio de vuelta? ¿Con los expatriados y exiliados? A primera vista, la respuesta a las interrogantes debería ser negativa, pues la derrota concertacionista con argumento electoralista no convence en la generación de debates profundos acerca de las tareas futuras.
Los ingenieros electorales no calcularon bien antes de diciembre, menos lo saben hacer hoy. En la actualidad, sin pesimismo, la concertación debe apostar a privilegiar el proyecto político, el establecimiento de un programa, de una agenda efectiva y que no dude en interpelar a Chile. De lo contrario ¿qué sentido tiene aspirar al poder?
No es posible apresurarse en sumatorias simples si es que no existe un proyecto político, y si no existen las voluntades para llevarlo a cabo. Es irresponsable reaccionar sin reflexiones más profundas acerca de lo que se quiere para el país. Estando destrabadas las definiciones partidarias acerca de sus dirigencias, la Concertación ya no debe lidiar con más análisis que el de construirse y levantarse, adaptando el proceso de “escucha” como permanente, desprendiéndose de las viejas y malas prácticas de la política, poco a poco y aunque cueste. La Concertación, o sea que como se llame en el futuro, debe apostar, sugerir, ambicionar, proponer y rectificar en liderazgos y rostros, pero por sobre todo en ideas y contenidos.
La cuestión es la identidad. Se debe definir lo que se es y quiénes lo son, estableciendo además la fiabilidad y seguridad de una propuesta programática. Propuesta que definirá por añadidura el rol de oposición que hoy ocupan los partidos de la Concertación, sin pretensiones antojadizas de sumar para ganar, sin restar coherencia al principal valor político del pasado, la estabilidad, solidez institucional y gobernabilidad, así como también empoderarse de una actitud ética en el servicio público, transformadora, humana y eficiente. Aquello es simplemente construir una opción política ciudadana.
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Foto: Child Coloring a Chalk Rainbow – PinkStock Photos / Licencia CC
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