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Chile, país binominal

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La vía institucional hace rato que hace agua y la paciencia se agota cada día más. Existe cansancio de que quienes no representan a la mayoría frenen, por convicción o comodidad, los cambios sustantivos del sistema institucional, muchos de ellos vetando el principal mecanismo para lograr la transformación que Chile requiere con urgencia: una asamblea constituyente para una nueva Constitución.

Hace un par de días escuché a un amigo decir que Chile es un país “binominal”. Que la concentración del poder es tal (duopolio comunicacional escrito, duopolio energético, etc.) que la regla de elección parlamentaria hoy rige a todo nivel y que son pocos los espacios no guiados por el binomio Concertación-Coalición por el Cambio, gracias al sistema instituido por la Constitución de Pinochet. La afirmación, a pesar de su extrema rotundez, cierto asidero tiene en la realidad.

Porque las características del peculiar sistema electoral chileno a nivel parlamentario -ideado para dar “estabilidad política” pero sacrificando en el camino el derecho de los chilenos a definir mayoritariamente nuestros legisladores- sí permean toda la institucionalidad gracias a un muy bien armado entramado legal.

Por ello hoy terminar con el binominal no es un simple empeño “politiquero”, como gusta decir a ciertos –paradojas de la vida- políticos profesionales de diestro origen, sino que tiene fuerte incidencia en nuestra vida cotidiana.

En nuestro país, con dos cupos por cada distrito (diputados) y circunscripción (senadores), el binominal permite y propende a que la primera mayoría obtenga un representante, mismo número que la primera minoría. ¿Por qué utilizo el concepto de primera minoría y no segunda mayoría? Simple, porque como bien señala el abogado de derechos humanos Roberto Garretón, este sistema “que no contempla ningún país democrático del mundo” provoca “un empate sólo entre las dos primeras mayorías, excluyendo a todas las demás fuerzas. La única fuerza que gana es la primera minoría (o segunda mayoría)”.

Esto causa que, aunque una lista obtenga los dos candidatos más votados, elegirá sólo uno si no logra doblar a la que le sigue. Es decir, si una alcanza el 65% de los votos tendrá igual representación que la que llegue al 33%.El efecto concreto de este tinglado electorero es que existe un sector del país (en concreto, hoy, la Coalición por el Cambio) sobrerrepresentado en el Parlamento. Y gracias a los quórum supra mayoritarios que la Constitución establece para su propia modificación y la de sus leyes interpretativas (no le basta la mayoría simple sino exige 2/3 o 3/5 de los miembros en ejercicio de ambas cámaras dependiendo del caso), quienes idearon el modelo político tienen poder de veto y hasta hoy han apostado a mantener el status quo de privilegios constitucionales que hace ya 30 años impusieron por la fuerza.

Seguramente no faltará quien diga que todo esto se aleja de la realidad cuando vemos que en concejales y alcaldes, y en las presidenciales, una mayoría de los electos pertenece a ambas coaliciones. Que esto demostraría que el binominal en nada incide en las preferencias de la gente que siempre, indefectiblemente, vuelve a la estabilidad y tranquilidad que le aseguran las dos coaliciones co-gobernantes. Y que eso demostraría que el sistema no es tan malo.

Tal análisis desconoce el verdadero poder que tiene el Congreso Nacional, porque los parlamentarios no sólo se dedican a elaborar las leyes que nos rigen, algo de por sí bastante importante. Cumplen una serie de funciones (oficiales y oficiosas) que van moldeando la sociedad en que vivimos.

Para entenderlo, un breve repaso cívico.

El Senado también participa en la designación de los ministros de la Corte Suprema, los miembros del directorio de TVN, los consejeros del Banco Central, el Fiscal Nacional y los miembros del Tribunal Constitucional. Quizás el caso más visible para la gente, pero no necesariamente el más importante, es el de los directivos de Televisión Nacional de Chile que, en la práctica, nos dicen qué ver (y qué no) en las pantallas de uno de los más influyentes medios del país.

Son los senadores quienes también entregan la ciudadanía por gracia a extranjeros ilustres, lo que explica habérsela concedido al empresario cercano a Paul Schäfer Horst Paulmann y negado al sacerdote de la población La Victoria y defensor de los perseguidos en dictadura, Pierre Dubois.

La Cámara, además tramitar las leyes, tiene dentro de sus principales atribuciones la de fiscalizar la labor del Ejecutivo, aprobar o rechazar los tratados internacionales y pronunciarse, cuando corresponda, sobre los Estados de excepción constitucional. Y aunque con sólo estas atribuciones bastaría para tener claridad sobre la importancia del Congreso y lo perjudicial para la vida nacional que su conformación no respete el sentir de la mayoría, hay queda un cabo suelto.

Es la función no escrita de los diputados y senadores en ejercicio y que apunta al peso que tienen en los otros procesos electorales, es decir, su apoyo a las candidaturas a concejal y alcalde, y Presidente de la República. El alto nivel (muchas veces discrecional) de recursos económicos y simbólicos que manejan los parlamentarios incide en las posibilidades de éxito de quienes compiten por escaños de representación popular y, aunque eso ha venido cambiando en el último tiempo, en la práctica (gracias a cierto clientelismo enquistado) no es lo mismo ser apoyado por un dirigente social cualquiera que por un diputado o mejor aún por un senador.

Por eso la importancia de reformar el sistema electoral parlamentario que nos tiene secuestrados por un sector minoritario que no permite realizar los cambios que Chile requiere y que, por tal motivo, ha seducido a muchos, demasiados, de quienes hoy están en la oposición que lo mejor es avanzar a paso de tortuga porque en el fondo el status quo no les molesta tanto.

Y también quitando otras trabas de entrada, como por ejemplo democratizando la operación de los partidos políticos y haciendo menos restrictiva su constitución ya que hoy para formar una colectividad regional se requiere como mínimo la confluencia de tres regiones contiguas.

La vía institucional hace rato que hace agua y la paciencia se agota cada día más. Existe cansancio de que quienes no representan a la mayoría frenen, por convicción o comodidad, los cambios sustantivos del sistema institucional, muchos de ellos vetando el principal mecanismo para lograr la transformación que Chile requiere con urgencia: una asamblea constituyente para una nueva Constitución.

¿Esperarán una crisis mayor para aceptar lo que la ciudadanía clama a gritos o accederán a realizar las modificaciones necesarias para evitar un desenlace que nadie busca? La respuesta que se dé a esta pregunta será el verdadero barómetro de nuestra pactada –y fraudulenta- estabilidad.

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servallas

07 de diciembre

Creo que tu amigo tiene razón, este país es binominal, se quedó en la guerra fría, la izquierda y la derecha. Todos adcriben a una de esas «direcciones politicas», algunos más al extremo , otros más al centro. Es lamentable, triste, patético, todos juegan su juego, tu juegas el tuyo, tu «dirección politica» y tu ubicación queda clara en este artículo.

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