Aunque a los institucionalistas no les agrade esta subversiva frase, Chile no aloja en el Congreso. Y mientras eso no se comprenda, seguiremos la senda de la polarización y el desencuentro. Esos males que, precisamente, desde la élite acomodada nos dicen que quieren erradicar con sus comisiones “transversales” y la política de los consensos.
En días de balances y análisis, gran parte de las reflexiones se concentran en escrutar el año que concluye y aventurar conclusiones. También, en plantear pronósticos y propuestas para el que se acerca.
Es así que 2013 habría sido el de la debacle –temporal, como todo en la vida- de la derecha política, ejemplificada en sus magros resultados electorales en el Congreso y su desalojo de La Moneda luego de una efímera gestión de 4 años. Ligado a lo anterior, 2014, dicen, será distinto, gracias a un ciudadano más activo y demandante, y con una renovación considerable de dos de los tres poderes del Estado, uno de los cuales –el Ejecutivo- ha comprometido transformaciones profundas.
Cuales portadores de la mejor de las tradiciones republicanas, múltiples actores se han lanzado a entregar sus recetas para avanzar hacia el objetivo de concluir el próximo 2014 y los años venideros con el anhelo común: un mejor Chile. Incluido, por cierto, un mejor Aysén.
En tal escenario prospectivo y en la búsqueda de tan noble fin, una de las fórmulas que más se repite dentro de determinados sectores (el hoy gobierno, el gran empresariado y algunos miembros de la corriente autocomplaciente de la Nueva Mayoría) es la del consenso. Entiéndase éste como un procedimiento para la toma de decisiones donde se privilegian los cambios institucionales de forma y fondo solo en los ámbitos en que todos los actores están de acuerdo, lo cual -por la dinámica propia de la satisfacción que sienten algunos con el statu quo– genera un cierto estancamiento en el estado vigente. Tal mecanismo es una diplomática forma para vulnerar el derecho de la mayoría a tomar decisiones (normalmente dirigidas a modificar una situación que se asume como negativa) trascendentales.
Por lógica, entonces, no hay consenso cuando alguien o un grupo veta determinada propuesta, derivando así en una especie de dictadura de la minoría. Producto del fuerte componente ideológico de varios de los temas que han sido puestos en los últimos años en la discusión política (por ejemplo la instauración de derechos sociales garantizados como la salud y la educación, la propiedad pública y no mercantilización de recursos naturales como el agua, el derecho de parejas del mismo sexo a tener un estatuto jurídico igual al de las heterosexuales) bastante difícil será que se logre en estas materias ese anhelado consenso.
Por tanto tal propuesta no es más que el artificio con el cual algunos buscan que todo permanezca lo más parecido a la situación actual, pero con pinceladas de cambio que nos convenzan de lo contrario.
Una segunda opción para lograr el mismo objetivo (solo una apariencia de cambio en lo fundamental) es vestir el espacio de discusión de una mayor legitimidad, para que parezca que de verdad está toda la sociedad de acuerdo en amplias y diversas materias. Una herramienta para cumplir este fin y que ha sido exitosa a nivel comunicacional es la de las llamadas comisiones técnicas “transversales”, que definen esos mínimos comunes denominadores que es necesario mutar.
Ahí tenemos la de la Corporación de la Producción y el Comercio, la de la Sociedad de Fomento Fabril, del Grupo Res Pública Chile ligado a Andrónico Luksic y las que ha conformado el propio gobierno, que con una amplia difusión en los principales medios de comunicación que comparten cierta mirada de la economía, nos hablan de “amplio consenso” para impulsar determinadas transformaciones. Muchas de las cuales no cambian un ápice el modelo económico e institucional impuesto en dictadura.
Es así que se publicita la “transversalidad” de estas comisiones promocionando la diversidad de sensibilidades de quienes las integran. Actores de las filas de la ex Concertación junto a otros del actual oficialismo, más consultores y directivos de empresas y gremios afines a esa visión liberal y propensa a la desregulación del mercado, desfilan y posan para la foto para aparentar dar cuenta del amplio espectro representado en sus discusiones múltiples y acuerdos.
Es allí donde radica la trampa de la discusión. Hoy por hoy el eje izquierda/derecha le quedó chico a una multiplicidad de miradas sobre temas de fondo que coexisten en la sociedad chilena. Los clivajes tradicionales relacionados con la propiedad pública/ privada de los medios de producción, vinculados a la oposición trabajador/empleador y en el caso chileno dictadura/democracia, son aún necesarios pero no se hacen cargo de otras fundamentales materias.
En demasiadas ocasiones a estos bloques supuestamente antagonistas se les ve aliados para bloquear aspiraciones que para muchos nos son trascendentales: la necesidad de redistribuir el poder, transparentar y regular la vinculación dinero/política, y proteger la naturaleza son temas también esenciales para construir ese Chile mejor. Y que deben ser considerados en todo tipo de discusión sobre las políticas públicas futuras.
De ahí que tales comisiones, que se ajustan al diseño parlamentario donde no está plasmada la diversidad real de la sociedad chilena, no dan el ancho para hablar de verdadera transversalidad. El que sean espejo de lo que ocurre en el Congreso Nacional, intervenido por el sistema binominal y los intereses económicos, además de deslegitimado por la abrumadora abstención, no da garantías de diversidad y, más aún, proyecta un falso Chile.
Se podrá decir que el sistema político –amarrado al electoral- es el que nos hemos dado democráticamente. Tal afirmación se desentiende de la crisis de legitimidad de éste, los amarres antidemocráticos de la Constitución y las leyes alusivas (por ejemplo, no es posible crear verdaderos partidos políticos regionales), e insistir en ello es una irresponsabilidad.
Porque aunque a los institucionalistas no les agrade esta subversiva frase, Chile no aloja en el Congreso. Y mientras eso no se comprenda, seguiremos la senda de la polarización y el desencuentro. Esos males que, precisamente, desde la élite acomodada nos dicen que quieren erradicar con sus comisiones “transversales” y la política de los consensos.
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