Ante tanto derroche de impunidad, el festejo no tiene cabida

Con la muerte de Manuel Contreras, los chilenos nos volvimos a reencontrar -lamentablemente- con sentimientos que ya habíamos experimentado hace 9 años atrás, cuando el oxidado dictador dejó de respirar. Es entendible la euforia a priori, puesto que nuestros hijos y nietos no crecerán ni respirarán del mismo aire que el de la bestia de la DINA. Ahora bien, es muy probable que aquella reacción sólo forme parte de una emoción eyectada desde nuestras entrañas, no obstante, la memoria y la justicia nos exigen altivamente que no seamos ingratos con ellas.

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El real «festejo» -dentro de la emotividad y como acto simbólico- sólo será cuando exista una justicia real y sin privilegio por los 2.279 asesinados, 28.000 torturados, y cuando se encuentre el paradero de los 1.248 desaparecidos durante la dictadura cívico-militar.

El General Contreras -llamémoslo así para no olvidar la sangre en manos del Ejército de Chile y de la nula voluntad e incluso cobardía por parte de la Concertación al no degradarlo de su rango militar- no fue un simple militar que cometió «excesos» o «errores involuntarios» -como diría la Senadora designada-. En 1967 el entonces Teniente Mamo Contreras, ingresa a la Escuela de las Américas para realizar un posgrado de Oficial de Estado Mayor; fue en este período donde el ex director de la DINA se instruyó acerca de los diversos mecanismos represivos empleados en contra de «grupos extremistas».

Esta escuela luego de la Revolución cubana, inició sus enseñanzas de contrainsurgencia promoviendo la tortura, diversos militares estuvieron involucrados en la violación de Derechos Humanos, por ejemplo, en la Operación Cóndor en Sudamérica. Tanto así, que el congresista Joseph Kennedy, afirmaba: «La Escuela de las Américas del ejército de los Estados Unidos, es la escuela que ha entrenado más dictadores y asesinos que ninguna otra en la historia del mundo».

En la década de los 70, fue la hora en que Contreras comenzó a poner en práctica todo violento y sádico conocimiento aprendido. Dictó clases de inteligencia a la Escuela de Ingenieros en Tejas Verdes; dirigió regimiento de ingenieros en Osorno; y ya a mediados del Gobierno de Salvador Allende, comenzó a entablar vínculos con el grupo paramilitar de derecha Patria y Libertad, para diseñar un aparato de inteligencia y así poder desarticular a la izquierda chilena. Fue en este período donde el Mamo también se ilustró con diversos manuales proporcionados por policías secretas de Corea del Sur, Irán, EEUU y Brasil.

Ya en noviembre de 1973, Pinochet lo designa oficialmente Director de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y es aquí donde comienzan las parrillas eléctrica, submarinos seco, cuerpos al mar, mujeres violadas por perros, inserción de ratas en la vagina de prisioneras y tantos otros brutales métodos que tristemente ya conocemos.

¿Cómo podríamos festejar, entonces, el fallecimiento de este hombre? Si bien es cierto que su condena de 529 años no hubiese podido ser cumplida -lamentablemente-, pero la Justicia chilena nuevamente fue «en la medida de lo posible»; los pocos años cumplidos de prisión los hizo en una «cárcel» exclusiva para militares y además falleció con el título de General en retiro de la República de Chile. Aquello sólo genera vergüenza infinita hacia las víctimas y refleja una pésima imagen como nación.

El real «festejo» -dentro de la emotividad y como acto simbólico- sólo será cuando exista una justicia real y sin privilegio por los 2.279 asesinados, 28.000 torturados, y cuando se encuentre el paradero de los 1.248 desaparecidos durante la dictadura cívico-militar. De lo contrario, seguiremos rindiendo apología al exterminio, la tortura y al terrorismo de Estado. Como leí hoy: «Tanto que luchó el Mamo Contreras contra el cáncer Marxista y se lo llevó el cáncer de colon». Qué paradoja más grande.