El “acontecimiento” Labbé parece reciente. Se auto-ubica en la primera línea de la contingencia desplegando -con esa intención consciente- todo el lastre mediático que instala su compleja figura en la polémica chilensis. Sin embargo, y más allá de la coyuntura, sus desfases, su condición de “enclave” y todo el enorme aparataje autárquico que lo caracteriza, es una incubación dictatorial y transicionalmente legendaria que, aunque escandalosa, propone toda una ruta de análisis.
Primero: un personaje como Labbé invita necesariamente a preguntarse por lo que está y no está permitido en una democracia como la chilena. En esta línea, afirmamos que nuestro sistema democrático, fruto de las sabidas transacciones y permutas, es un monstruo de múltiples cabezas. Todos tienen cabida en esta constelación de formas, incluso un ex torturador, agente de la DINA, como es el personaje que inspira esta nota. Hablamos de una democracia con una infinidad de prótesis, injertos, suplementos y versiones que, dado su origen de pacto, legitima la existencia de estos engendros biopolíticos que se estabilizan como autoridades republicanas y soberanas, aunque su domicilio original lo encontremos en una dictadura. Democracia polimorfa.
Segundo: junto con ser la expresión resuelta de dos mundos que se unen sin pudor en nuestro sistema democrático, Labbé es lo que podríamos entender, también resueltamente, como un enclave autoritario. Eso sí, fáctico y no constitucional. Para quienes creían que el término de los senadores designados y las tibias pinceladas a la constitución del 80 habían acabado por desmantelar los dispositivos de la dictadura que operaban en democracia, el alcalde de Providencia emerge como la cosificación de un pasado que, escondido tras la retórica municipal, se disemina en la política chilena como agente punzante y efectivo de un sector de la sociedad que aún existe y, lo que es peor, milita de manera consciente en las huestes de una derecha, todavía, militarizada. Lo inquietante, es que ya no se necesitan instituciones, estatutos constitucionales o figuras legales. Basta un solo sujeto, auspiciado por su tono de regimiento, para hacer volver de las ruinas la naturaleza distorsionadora –pero objetiva- de un enclave autoritario.
Tercero: lo anterior explica, en parte, la serie de dichos, medidas, disposiciones “municipales”, exilios escolares, Estados de sitios, etcétera, que han habitado las declaraciones de este alcalde y ex guardaespaldas de Pinochet. Especial mención merece, dada su gravedad y potencia simbólica, el que a todos los alumnos que no sean de Providencia se les negará la posibilidad de matrícula. Más allá del hecho puntual que en sí mismo es arbitrario, este argumento revela por defecto de discurso una ideología que creíamos, cuando menos, algo superada. Esta es la del enemigo interno. Aunque los ritmos y el tono sean municipales, Labbé desenfunda en sus monólogos toda una estructura medularmente fascista. Sus palabras tienden a la idea de higiene, de limpieza y de razia. Aquellos que no habitan en las “cloradas” calles de Provi no serán admitidos en la escuela y liceos por su condición de turba infecciosa que amenaza a la Comuna modelo con sus arrebatos de rebeldía y su virulenta condición de excluidos. La resignificación del enemigo interno es sutil, local, municipal o como quieran llamarla, pero existe y se desliza en el centro de nuestro devenir político-social, gestionando y monitoreando seres humanos a partir del principio de selección natural.
La sutiliza del militarismo y su novia la derecha pinochetista, es fuerte precisamente porque sabe arroparse y camuflarse tras los muros de las instituciones democráticas que, en un país como el nuestro, pueden llegar a ser fieles cómplices de criminales. Pregúntenle al alcalde de Providencia.
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Foto: Trinchera Sur
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