A partir de una entrevista concedida por el intelectual español Julián Marías, presento la siguiente reflexión.
La aceptación del aborto, como un derecho de la mujer, se ha extendido en la conciencia colectiva de nuestro pueblo. Sin embargo, desde una mirada humanista integral que valora la vida humana desde el útero al sepulcro, resulta ser un ultraje.
Como un intento de suavizar los conceptos -que son más que los términos- quienes lo defienden, hablan de “interrupción del embarazo”. Si así fuera, desde esta lógica abortista, los partidarios de la pena de muerte, por ejemplo, tendrían resueltas las dificultades ante la aceptación social de quienes se oponen a ella. ¿Para qué hablar de pena muerte? La inyección letal, la decapitación o el quemar vivo a una persona podría llamarse “interrupción de la vida”…así, ya no hay problema. Cuando se provoca el aborto, se quema o se mutila a un niño por nacer o se mata a un adulto por las faltas que haya podido cometer, en ambos casos, se elimina a alguien. Tampoco lo justifica pensar que puede haber alguna diferencia según el tiempo en que aquel que ha de nacer se encuentre con la muerte, no por causas naturales, sino por la acción de los ya nacidos.Hoy se justifica el aborto argumentando que es un derecho de la mujer sobre su cuerpo. Pero, el ser vivo que está en el vientre de la mujer no es “parte de su cuerpo”. Este ser vivo no es análogo a sus pulmones, riñones o hígado; es un ser que “aloja” en ella, mejor aún, que se “cobija” en ella (en “todo su ser”, y no solo en su cuerpo).
El aborto no es algo que tenga que ver, exclusiva y definitivamente, con la razón o con la fe. Es una cuestión que va más allá de toda opción religiosa o filosófica; se arraiga en lo más profundo de la perspectiva antropológica que se tenga. Es decir, es más que el aborto mismo, es una cuestión ligada a la condición humana, a la vida y, por lo tanto, accesible a cualquiera, independiente de los conocimientos científicos, filosóficos o teológicos. Es un hecho fundado en la realidad de la persona tal como se ve y se comprende a sí misma. Para tener una mirada que vaya más allá del “sentir ciudadano”, es necesario entrar en aquello que reclama a la evidencia y nos convoca a mirar al mundo, su historia, su presente y su futuro.
Hoy se justifica el aborto argumentando que es un derecho de la mujer sobre su cuerpo. Pero, el ser vivo que está en el vientre de la mujer no es “parte de su cuerpo”. Este ser vivo no es análogo a sus pulmones, riñones o hígado; es un ser que “aloja” en ella, mejor aún, que se “cobija” en ella (en “todo su ser”, y no solo en su cuerpo). Una madre nos cuenta que está embarazada, no que su cuerpo está embarazado. Esta realidad nueva y misteriosa “que viene” es algo distinto a su propia persona. Es un “otro” sobre el cual no se tiene el derecho de excluirle o eliminar. Es un niño “no nacido”, es un “caminante” que llegará si no lo impedimos. Este “caminante” es un universo nuevo, único e irrepetible; es un ser con “sentido” y “fin” específico; jamás un producto del azar, del accidente o la tragedia. Es una nueva mirada al mundo, necesaria e imprescindible. Por ello, su muerte empobrece el devenir humano. Si su ser se reduce al silencio la realidad pierde parte de su grandeza.
Por otra parte, hay quienes afirman que el aborto es lícito cuando se conoce que el “caminante” sea “anormal”, es decir que no es parte de la norma socialmente aceptada. Esta mirada entiende, entonces, que el que es anormal no debe vivir. Si esto es así, habría que extender este principio al que se “transforma” en anormal por accidente o enfermedad. Si esto es verdad eliminemos, entonces, a todos aquellos que tiene un accidente vascular, a los que pierden alguna de sus extremidades, a los que padecen alzhéimer o demencia senil y también, por qué no, a los que pierden la esperanza, si asumimos que ella es nota esencial de nuestra condición humana.
Sin embargo, resulta curioso que quienes sustentan este principio defienden -y con razón- a los que viven de un modo distinto a lo que la sociedad está acostumbrada. La cuestión de la diversidad y los nuevos caminos no les resulta objeto de eliminación, todo lo contrario, se convierten en defensores de lo diferente. Aquí hay algo que no calza.
Desde mi mirada, el aborto es la negación de la esperanza, nota propia de la condición humana; es aceptar que todo está perdido, que nada nuevo, diverso o extraordinario puede acontecer. Aborto y esperanza son términos opuestos. La esperanza es confianza en el futuro, en lo que viene. Si por supuestos (científicos, doctrinales, raciales, religiosos) negamos que aquello que viene pueda ser bueno, bello y renovador, a pesar de ser distinto, estamos aniquilando uno de los aspectos más propios de nuestra condición humana.
Comentarios
01 de marzo
Un oso sin apellido….? TOOOODO lo contrario. SI tiene apellidos que son los que nos marcan y distinguen de los demás. Tiene apellidos en que se nos habla de la «dictadura» y del dolor y de cuanta alegoría se encuentre sin dueño pero que sirva a los fines que Larraín persigue con tanta saña y encono: destruir lo que su padre -errado o no- construyó y cree. Encuentro de una candidez horrorosa tragarse este «corto», encontrarlo bueno y prorrumpir en loas atosigantes y atorantes con aquello del «nunca más» repetido desde más de cuarenta años en que sólo UNA parte a tenido el apoyo económico estatal para exponer esta verdad a medias que se transforma merced al alambique verbal, en una mentira a medias…. y Ud., «pastor» entre irenismos varios nos dice que este oso no tiene apellidos…? bendito sea Dios que permite al día de hoy, poseer ideas propias, criterio y también memoria.
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