Ha pasado un año desde el terremoto del 27 de Febrero que azotó la zona centro sur del país. Este no sólo dañó la infraestructura física del país, impactó además a todas las esferas de la vida social; la estabilidad política, la actividad económica y la estructura social de Chile y sus regiones. En rigor, el terremoto no sólo destruyó casas y puentes; también afectó las fuentes laborales, la micro empresa, el turismo y la confianza de las personas en el sector público. El 8.8 de hace doce meses cambió la manera en que se relacionan las comunidades, generando, de paso, fuertes flujos de migración intra e inter regionales.
Pese a esta multidimensionalidad de consecuencias desencadenadas que hasta el día de hoy continúan impactando, el gobierno se ha preocupado de una sola dimensión: la denominada Reconstrucción del capital físico vía proyectos puntuales. El gobierno le ha vendido al país que la reconstrucción de viviendas e infraestructura en general producirá que pueblos y ciudades vuelvan a la normalidad. A raíz de esto se ha diseñado un plan de alta carga mediática, en donde la inauguración de casas, puentes y colegios parece ser la salida más sencilla y concreta. Si bien la reconstrucción ha sido lenta, lo más grave es el inconsistente y débil planteamiento gubernamental.
Pensar que reconstruir la infraestructura automáticamente regenerara las ciudades y pueblos es tan ingenuo como pensar que a un muerto por desangramiento se le puede revivir reinyectándole sangre. Es momento de entender que no son los edificios los que hacen ciudad sino la interacción de las personas en el espacio las que demandan edificios. El terremoto tuvo tal magnitud que impactó las interacciones constitutivas de pueblos y ciudades de la zona. Más que la reconstrucción lo que se necesita es la regeneración de ciudades, es decir, una estrategia de intervención que entienda y reconozca el impacto multidimensional del terremoto, y que se use como una oportunidad para regenerar ciudades armónicas y con equidad social. Observando algunos resultados de la reconstrucción pareciera que se está haciendo justamente lo contrario.
La gran diferencia entre la reconstrucción y la regeneración es que mientras la reconstrucción da una respuesta centralista, piensa en el corto plazo y se preocupa de cuantas casas construye, la regeneración da una respuesta descentralizada, de mediano-largo plazo y se preocupa de los efectos directos e indirectos que produce la inversión. La reconstrucción construyó soluciones de emergencia que se transformaron en permanentes. Lo hizo a través de una sola ONG, que no tuvo la capacidad de entregar a tiempo, que utilizaba voluntarios para su construcción, limitando la generación de empleos. La regeneración hubiese apostado a la participación de muchas ONG y empresas regionales que construyeran, gastaran y contrataran más localmente para reactivar la actividad económica y combatir el surgimiento de pobreza.
Estamos a tiempo. Ojalá se cambie el curso de acción y pasemos de la construcción a la regeneración. No es justo para Chile y sus damnificados que el Gobierno tenga como norte cortar cintas, creyendo que son tanques de oxigeno cargados de popularidad y aprobación ciudadana.
Pablo Navarrete Hernández, Secretario Ejecutivo Corporación Más Progreso
@masprogreso
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