Hace más de cuarenta años nos hicimos conocidos por ser el primer país en la historia de la humanidad que se proponía hacer una revolución. Una revolución bajo las reglas de la sociedad que se quería cambiar, fue lo que denominamos «La vía chilena al socialismo, con olor a empanadas y vino tinto», un socialismo a la chilena. Pensar eso me recuerda a José Arcadio Buendía cuando no aceptó jugar ajedrez pues, según dijo, no podía entender el sentido de una pelea entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los principios.
Han transcurrido más de cuarenta años y más allá de si fue certera o no la vía chilena al socialismo, si tú o yo cometimos más o menos errores. Nuestro país ha sufrido el Síndrome de Estocolmo. El neoliberalismo nos maltrató tanto, que hoy nos identificamos tanto con él, que teniendo la posibilidad de cambiarlo, hacemos todo entre todos para que parezca cambio el no cambio, y seguir tal cual. Lampedusa lo dijo de otra forma hace ya bastantes años: «Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?». El Chile de hoy conjuga a la perfección el Síndrome de Estocolmo en su variante gatopardista.Nuestro país ha sufrido el Síndrome de Estocolmo. El neoliberalismo nos maltrató tanto, que hoy nos identificamos tanto con él, que teniendo la posibilidad de cambiarlo, hacemos todo entre todos para que parezca cambio el no cambio, y seguir tal cual.
El 2011, miles de chilenas y chilenos salimos a las calles a decir basta de lucro, basta de abusos, basta del legado pinochetista, y basta de un mar de injusticias que están regadas por doquier en la institucionalidad chilena, y recuperamos algo que teníamos perdido, algo que estaba bien abajo de nuestra piel, esa cosa llamada dignidad y esa cosa llamada esperanza fue recuperada en las marchas de miles de estudiantes, padres, apoderados y cientos de chilenas y chilenos. Recuperamos la esperanza de que podemos cambiar nuestro país y ser un tanto más justos.
Y llegó el 2014, con un cambio de presidencia y con un cambio de discurso, con retroexcavadoras de por medio, con aplanadoras y caras nuevas, ideas nuevas, hasta ahí todo bien, sin embargo, la génesis del cambio viene a priori establecido con moderaciones, con matices le llaman algunos y con variados intereses, intereses de clase. Pues eso es algo muy claro, la coalición gobernante, la Nueva Mayoría en su seno se encierra una alianza “pluriclasista” que impulsa un derrotero de transformaciones moderadas, pues implica la concesión de intereses en función de realizar cambios.
Por otra parte tenemos una Izquierda fragmentada que critica dichos cambios, por ser migajas, por ser reformas en la medida de lo posible, por plantear cambios cosméticos y por lo tanto se les critica cada una de las reformas y se resalta la mitad del vaso vacío.
Y en la otra trinchera tenemos a una derecha que ve cambios radicales por todas partes, y por tanto se abstiene de tender puentes para aprobar dichos proyectos, y ahí se queda como una momia y no se mueve un ápice de sus posturas.
En síntesis, tenemos un gobierno que plantea reformas comprometidas en su programa de Gobierno, que en cierta medida hacen eco de la esperanza chilena del cambio, con una Izquierda extra coalición que critica lo mezquino del cambio, y una derecha que ve la debacle de su institucionalidad.
Y entre dimes y diretes, nos quedamos con cambios que no cambian nada.
Cuán gatopardista es Chile que entre todos hacemos de todo para cambiarlo todo, para que todo quede tal cual está, identificados completamente con este neoliberalismo que nos envuelve de injusticia en este recóndito rincón del sur del mundo.
Si pudiésemos mirar un poquito más allá y buscar la forma de sumar y multiplicar, para empujar un poquito más allá al norte de la justicia, otro gallo cantaría.
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