Se ha dicho que los hechos históricos se repiten, primero como tragedia y después como comedia. Bueno, Chile querido, que siga la función ¡Así es la vida!
Cada cierto tiempo surgen en el mundo periodistas, que poniendo en riesgo todo, literalmente todo (su carrera, familia, seguridad personal, etc.) se atreven a desafiar al establishment mediático y replantear la relación del periodismo con el poder. Tal es el caso del periodista británico Glenn Greenwald, el hombre escogido por Edward Snowden para que diera a conocer al mundo la descomunal vigilancia que la NSA y otros organismos de inteligencia norteamericana ejercen de manera planetaria, incluidos los propios ciudadanos norteamericanos. En su libro Snowden, «Sin un lugar donde esconderse» (Ediciones B, 2014) de escasa y, cómo no, poca repercusión en Chile, Greenwald describe cómo un periodista crítico como ya era él (llevaba varios años escribiendo artículos sobre las actividades ilegales de la NSA) traspasa la barrera de lo que el periodismo institucionalizado soporta como descarriado.
Ya Julian Assange había relatado las largas y tortuosas ‘negociaciones’ que había tenido que librar para que grandes periódicos como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, entre otros, lograran publicar las revelaciones hechas por WikiLeaks. Greenwald aún siendo columnista habitual del The Guardian tuvo que ‘presionar’ a los editores para que se atrevieran a publicar una bomba periodística soñada por cualquier medio del mundo. Pero después de publicadas no le llegó precisamente la gloria, sino más bien se le vino la noche. Inmediatamente trataron de desacreditar al mensajero tratándolo de inadaptado social. El Dayli News llegó a publicar un trance judicial que Greenwald había tenido diez años atrás en su edificio de departamento relativo a su mascota (periodismo de investigación duro, por cierto)
El paso siguiente y concomitante con el anterior fue ‘sacarlo’ del periodismo. El New York Time lo describió como “bloguero dedicado a la vigilancia”. Todos los medios comenzaron entonces a discutir si Greenwald era ‘periodista’ o ‘activista’. Quitarle la calidad de periodista disminuía la legitimidad de la cobertura hecha a los sucesos filtrados por Snowden, y sobre todo su calidad de ‘activista’ podía tener consecuencia legales, es decir, criminales. Después de este introito de los ‘colegas’ de Greenwald, no tardaron en aparecer en el mundo político y del periodismo, las peticiones para que se le procesara. La primera la hizo el congresista por New York, Peter King. Lo siguió Marc Thiessen en el Washington Post, después Alan Dershowitz en la CNN y, no podía faltar, el general Michael Hayden ex director de la NSA y la CIA. Todos ellos hablando de ‘delitos gravísimos’ y de ‘hechos criminales’ La conclusión era una sola: cualquier reportero de investigación que trabajara con fuentes y recibiera información confidencial era un delincuente. Por cierto, esta misma línea interpretativa cayó simultáneamente sobre la fuente: Edward Snowden.
En este caso quedó en evidencia, una vez más, la alianza de los grandes medios ‘libres’ con el poder político. Bob Woodward el reputado y reverenciado reportero, lleva años filtrando y publicando filtraciones de sus fuentes en Washington sin que nadie diga que es un delincuente, porque es lo que el poder quiere y acepta que se filtre. Otros ejemplos abundan. El corresponsal en Irak del New York Times John Burns, admitió que apoyaba la invasión y llegó a llamar las tropas norteamericanas como “mis liberadores” y “ángeles del Señor”, mientras Christiane Amanpour de CNN se pasó meses defendiendo el uso de la fuerza militar en Siria, sin que nadie dijera de ellos que eran ‘activistas’. El propio Bill Keller ex director ejecutivo del New York Time reconoció en una entrevista con la BBC que seguían directrices del gobierno sobre qué debían publicar o no cuando se trataba de este tipo de filtraciones.
Para Greenwald, una de las causas por lo que los antiguos reporteros dejaron de ser outsider, francotiradores, es por la compra de las empresas mediáticas por las mayores corporaciones del mundo. Así, la mayoría de las ‘estrellas’ de los medios son bien remunerados funcionarios de los conglomerados, “expertos en agradar al poder institucional más que ponerlo en entredicho” El cuadro que describe de la prensa norteamericana es desalentador y a ratos tétrico: “El establishment mediático norteamericano no tiene nada que ver con outsiders. Está plenamente integrado en el poder político dominante del país: desde el punto de vista cultural, emocional y socioeconómico, son la misma cosa. Los periodistas ricos, famosos y con acceso a información privilegiada no quieren trastocar el statu quo que tan generosamente les recompensa (…) De ahí que la transparencia sea inoportuna, que el periodismo de confrontación sea maligno, quizás incluso criminal. A los dirigentes políticos hay que dejarlos ejercer el poder en la obscuridad”
Así las cosas, en este escenario descrito, ¿cómo andamos por casa? ¿cómo se despliega en Chile este fenómeno? Prefiero que cada lector de su contestación. Se ha dicho que los hechos históricos se repiten, primero como tragedia y después como comedia. Bueno, Chile querido, que siga la función ¡Así es la vida!
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Comentarios
08 de septiembre
Totalmente sabido y totalmente en contra del control de la prensa por parte de lobbys económicos y gubernamentales.
La respuesta es también obvia aquí: en Chile también sucede lo mismo, pero no por parte principal del gobierno, sino que de grupos económicos cuyo origen es incluso anterior a la dictadura.
Muy buena columna. Notable por las referencias. Apenas pueda me conseguiré «Sin un lugar donde esconderse.»
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09 de septiembre
Como siempre sigues siendo un Gurú que des macara a los poderes facticos del mundo.
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