Hoy sobran aquellos disponibles para criticar y denostar con cualquier excusa el trabajo que realiza la prensa. Apuesto por ser políticamente incorrecto y defender a la inmensa mayoría de mis colegas de los medios de comunicación que realizan día a día un trabajo de calidad y con lealtad al público que desea formarse opinión de la realidad, no a aquellos que la tienen a priori.
El Colegio de Periodistas ha llamado a sus asociados a plegarse al paro nacional convocado por la CUT para estos días, llamando a específicamente a apagar televisores a las 21 horas. Bien siúticamente han convocado a un “blackout” mediático para solicitar que la Constitución garantice el derecho a la información y reclamar la alta concentración en la propiedad de los medios de comunicación “que impide que los ciudadanos ejerzan su derecho a ser adecuadamente informados”.
Más allá de la ingenuidad de llamar a los periodistas y la ciudadanía informada a dejar de ver los informativos de TV uno de los días más noticiosos del año , sin duda somos muchos los que compartiendo la convocatoria de la Orden Gremial, al mismo tiempo vemos con preocupación un estilo de muchos sectores de tirar a la bandada en el ámbito de los medios, de observar en ellos sólo lo que no les gusta y, en definitiva, de desconocer el enorme trabajo que realizan muchos periodistas, con excelencia y lealtad hacia el público.
En el primer punto, a nadie en su sano juicio le cabe duda que en nuestro país tenemos una prensa (particularmente en lo escrito) poco plural en su propiedad. Política y socialmente los grandes medios de comunicación no dan cuenta de los crecientes grados de diversidad que ha alcanzado Chile. Qué duda cabe que los homosexuales, los jóvenes, las regiones, los no creyentes, los católicos y los evangélicos al mismo tiempo, los okupa, los encapuchados y una larga lista de etcéteras (incluidos los periodistas) sienten que la prensa masiva no los representa ni da cuenta de sus inquietudes. Por otro lado, los medios electrónicos no logran la masividad que le permitan a amplios sectores de la ciudadanía sentir que su necesidad de comunicar alcanza niveles adecuados de difusión en el debate público.
Este es otro de los fenómenos sociales que la Concertación nunca quiso entender ni intentó solucionar. Muchos, durante años, pedimos infructuosamente a nuestros gobiernos que pusieran atención a la comunicación social, que facilitaran el surgimiento de nuevos medios, que dispusiera de programas serios de fomento en la materia, que no se trataba de hacer la guerra a El Mercurio y La Tercera, sino de facilitar que florecieran las miles de semillas de comunicación que una mayoría atomizada estaba tratando de sembrar. El Colegio de Periodistas ha pedido por años algo simple: que la información sea un derecho. Por simple que fuera y aunque fuera parte del programa de gobierno del Presidente Aylwin, la actual oposición nunca movió un dedo para lograrlo.
Lo anterior no es impedimento, sin embargo, para reconocer el gran e invaluable trabajo que realizan día a día la inmensa mayoría de los periodistas que trabajan en los medios de comunicación, incluyendo a los más tradicionales.
Lamentablemente se ha hecho una costumbre en algunos sectores, generalmente de los extremos, criticar ácidamente el trabajo de la prensa y los medios de comunicación. De un lado, se combate incluso la transmisión de canal nacional de una serie de ficción sobre los crudos tiempos de dictadura, haciendo caso omiso de la calidad del producto televisivo y su contribución a la difusión de valores fundamentales. Del otro, se sospecha permanentemente una supuesta intención de “criminalizar” las manifestaciones y apoyar al Gobierno. Se llega al extremo de organizar medidas de fuerza en contra de los medios, cuestión altamente lesiva a la libertad de expresión. No se entiende que ningún Gobierno llega al 26% de aprobación existiendo una prensa obsecuente.
Los críticos a la prensa tan limitados intelectualmente, que pareciera que sólo ven TV y leen El Mercurio y La Tercera. Rara vez los veo hablando de la radiotelefonía (el medio más creíble para los chilenos) y de apuestas periodísticas independientes como El Periodista, El Ciudadano, Cambio21, Punto Final, The Clinic y otros muchos.
Tener medios de calidad, en un sano ambiente democrático, dando espacio a la libertad de prensa, obliga a la sociedad a comprender que los periodistas organizan información, la jerarquizan e intentan contextualizarla. Si queremos que los medios representen lo mejor posible la realidad, debemos estar dispuestos a que no todo lo que publican sea de nuestro agrado o concuerde con nuestra visión. Otra cosa, simplemente es estar pujando por una prensa militante.
Creo que la mayoría de los chilenos comprendemos lo anterior. Al contrario de los políticos, el parlamento y el gobierno; el trabajo de los periodistas y los medios muestran razonables grados de adhesión y credibilidad por parte del público. Sin embargo, corremos el riesgo que una minoría más de extremos, pero más activa, nos haga creer que el trabajo que están haciendo los periodistas no cumple con los estándares de calidad y lealtad necesarios.
La libertad de prensa imperante y el trabajo de mis colegas, como pocos otros actores, ha permitido los últimos meses que estemos haciendo como sociedad un gran debate sobre el futuro del país. Decir otra cosa, es no querer reconocer lo evidente.
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