El debate ha sido intenso. A la ya tradicional discusión sobre los medios de comunicación y su rol social, en especial en situaciones de emergencia como la que vivimos por estos días, se ha sumado la reflexión sobre la responsabilidad de los ciudadanos en la difusión de informaciones falsas o alarmistas.
No hay que tener un doctorado en ética o ser periodista para saber que mentir o esparcir una mentira (o, parecido, a algo sobre lo cual no tenemos certeza alguna) no es correcto. Los medios tienen una alta responsabilidad en la sociedad que se construye, pero cada uno de nosotros también. Pensar lo contrario suena más a exculpación fácil que a sentido real de ciudadanía.
Desde la Presidenta Michelle Bachelet hasta el hombre y la mujer de a pie, pasando por el Fiscal Nacional Jorge Abbot y la premio nacional de Periodismo María Olivia Monckeberg, han levantado la voz para alertar con respecto a las implicancias de dar crédito, esparcir y/o amplificar historias sobre las cuales no se tiene seguridad alguna de su certeza.
Gracias al libre acceso a las redes sociales, el desempeño de la prensa ha estado desde hace un buen tiempo bajo el escrutinio público. Sensacionalismo, omisiones relevantes, enfoques dirigidos a relevar solo determinadas visiones de sociedad y una compleja relación con el dinero y sus financistas forman parte de la metralla que cada cierto tiempo la ciudadanía descarga sobre el sistema mediático en general.
En un modelo ideológico ultra liberal (e individualista), donde se considera a la prensa sujeto de derechos pero no de responsabilidades, se acusa toda crítica a los medios de censura. De pauteo totalitario dado que estos debieran hacer lo que les plazca; para eso existe la libertad de expresión y prensa, dicen.
Pero en uno que asume la vida social en tanto coexistencia, donde nuestros actos inciden en los otros, la interpretación corre por un carril vecino. Todos y todas tenemos responsabilidades que cumplir, por acción u omisión, y es un imposible desentenderse de ellas. Sea el sujeto trabajador de los medios, sea simple ciudadano.
En el manejo de la información con sentido de rigurosidad y objetivo social, el periodismo debe ser el primero en la fila. Quienes lo ejercen precisan tener claridad sobre el rol que les corresponde cumplir, en primer lugar asumiendo que tienen una función más allá de lo que les nazca de las entrañas. Es la principal justificación de los códigos de ética. Incluso en Estados Unidos, país al que algunos miran con recurrencia como estándar de periodismo libre, la Sociedad de Periodistas Profesionales cuenta con su propia carta de principios. Aunque también ciudadano, el estándar de quien se desempeña en la prensa debe ser mayor al de quienes no han asumido tal tarea: no puede actuar como lo haría cualquiera.
Para entender la figura, es útil recurrir al rol de las policías. Luego de una reacción intempestiva de un agente, es común escuchar justificaciones del tipo “hizo lo que toda persona en su lugar habría hecho”. El problema es que un policía no es cualquier persona y no puede reaccionar como tal. La sociedad le ha dado la potestad de portar armas y este solo hecho modifica lo que se puede esperar de él. Mucho más que a los demás en una variedad de aspectos, por ejemplo en el uso de la fuerza.
Pero el resto no se libra de su propia responsabilidad. Por cierto que el periodismo y los medios de comunicación tienen obligaciones deontológicas a las cuales ceñirse, pero los ciudadanos también. Quizás estas no sean escudriñar la realidad para dar cuenta de sus más diversas facetas, ser pluralistas y aportar a la diversidad, pero sí al menos ser responsables de lo que transmiten a los demás. No hay que tener un doctorado en ética o ser periodista para saber que mentir o esparcir una mentira (o, parecido, a algo sobre lo cual no tenemos certeza alguna) no es correcto. Los medios tienen una alta responsabilidad en la sociedad que se construye, pero cada uno de nosotros también. Pensar lo contrario suena más a exculpación fácil que a sentido real de ciudadanía.
Por eso el llamado del Colegio de Periodistas a informarse y a evitar replicar masivamente lo comunicado por emisores no comprobables. Que no apunta exclusivamente, como se ha querido dar a entender, a la prensa establecida, sino a tener claridad de dónde emana lo que divulgamos, evaluando críticamente la credibilidad de la fuente. Y sus efectos en generar prejuicios o perjuicios sobre los otros, particularmente en situaciones sensibles las vigentes.
La comunicación interpersonal y masiva no nació con internet. Tampoco con las plataformas actuales de información. Existe desde que el ser humano emprendió la tarea de interactuar con otros. Hoy presenta mayores niveles de complejidad, mas esta no ha trastocado los principios y valores que, como personas que vivimos en sociedad, nos permiten vivir en comunidad.
Comentarios
30 de enero
Interesante su mirada, lo interesante es que no lo fuera pero hoy esta todo trastocado como la televisión el domingo en los diferentes estudios tenían sentados de analistas a sus rostros televisivos donde muchas veces opinaban sin tener la certeza de lo sucedido .
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