En este espacio que nos da la oportunidad de ejercer una suerte de derecho a protesta, he escrito dos columnas referentes a lo que he llamado el “bullying editorial”. La primera de ellas se centró en el matonaje editorial en torno al tema de la oposición ambiental: una serie de columnas y secciones editoriales plagadas de acusaciones (incluyendo algunas gravísimas como decir que los opositores a ciertos proyectos eléctricos son grupos cuasi-anarquistas, o que se oponen al desarrollo y a la superación de la pobreza), apelativos despectivos, y plagadas de verdades que nosotros, ignorantes lectores, debemos asumir por ciertas sólo por el hecho de ser publicadas por el editor respectivo (como que duplicar la energía es la única receta para el crecimiento económico, o que las ERNC son más caras y complejas, sin ser acompañadas de un estudio respectivo). La segunda columna se refirió al matonaje editorial en torno al tema de los ciclistas y el uso que hacen de la vereda.
Nunca antes había recurrido a la sección “Cartas al Director” con la asiduidad con la que lo he hecho en estos últimos meses. Y en algunas de las ocasiones en las que he hecho uso de esta herramienta que ciertos medios de prensa ponen a disposición de los lectores, mis críticas han sido acogidas, y en otras ocasiones he sido ignorado. En el caso de la polémica llamada “ciclistas y peatones”, envié más de diez cartas haciendo mención a hechos que ninguna otra carta había apuntado, y aún así no fue acogida, muy presumiblemente porque iba en contra de la línea editorial que se estaba imponiendo a esta polémica por parte del medio respectivo (lo que se reflejaba en el inaudito número de cartas atacando a los ciclistas y en las esporádicas cartas en defensa de ellos).
El asunto del bullying editorial no es menor. Nuestro país, pese al cada vez más creciente acceso a internet, aún se sustenta en los medios de prensa escrita para la formación de opinión, como bien menciona Marcelo Castillo, Pdte. del Colegio de Periodistas, en su columna en Ciper. Entonces, cualquier sesgo que se otorgue a la sección editorial de un periódico, especialmente en los dos de mayor lectura y circulación, es de gran importancia. Estos sesgos moldean la opinión ciudadana. Cientos de miles de lecturas diarias, tanto en la versión impresa como electrónica. El mejor ejemplo de esto es la verdadera bola de nieve que desató la polémica de los “peatones versus ciclistas”.
¿Es aceptable esta práctica? ¿Se puede confundir libertad de prensa con distorsión de la realidad? Cuando una columna editorial realiza afirmaciones de manera insidiosa, prepotente, despectiva hacia posturas opositoras, no hace más que imponer una verdad con falta de argumentos, o con sólo algunos, los convenientes. Presenciamos verdaderos debates infantiles, como los que se organizan en clases humanistas en primero medio. No hay espacio para un contra-argumento, para rebatir, para discutir.
Esta práctica descalificadora a veces incluso se aprovecha del desconocimiento de la ciudadanía sobre ciertos temas para realizar un bullying aún más brutal, uno dogmático. El mejor ejemplo, y que motiva esta nueva columna, aconteció hace unos días, y se relaciona con el tema del etiquetado de los alimentos con ingredientes provenientes de organismos transgénicos. En la editorial en cuestión, todo está mal. En primer lugar, el título realiza el primer acto de matonaje al calificar la situación como “irracional”. Hablar de irracionalidad es fuerte: implica que la persona que adopta la postura calificada como tal no piensa en absoluto, no razona. “Comportamiento o expresión descabellados, faltos de racionalidad”, reza el diccionario. El concepto de “irracionalidad” es utilizado en otras tres ocasiones en el texto. Se habla de una situación irracional, temores poco racionales y restricciones irracionales al uso de los vegetales genéticamente modificados (VGMs). Se sugiere que los opositores solo pueden postular una precaución a su uso, en contra del supuesto enfoque científico ante una supuesta falta de evidencia.
Como científico, obviamente no comparto las afirmaciones vertidas en la columna. Una simple búsqueda, de menos de un par de horas, me llevó a varios ejemplos de efectos secundarios reportados en estudios en animales. Obviamente esas investigaciones no pueden ser realizadas en humanos: no podemos alimentar por 20 años a una persona con alimentos transgénicos, sacrificarla en el laboratorio y hacer exámenes histológicos, bioquímicos y celulares para evaluar los efectos. Otro hecho al que revisiones científicas sobre el tema apuntan, es la posible falta de objetividad de los estudios que fallan en encontrar evidencia sobre efectos de los VGMs, debido a que son financiados por las mismas empresas que comercializan los VGMs. Hice el ejercicio de revisar varios de dichos trabajos. Efectivamente, en la sección de “Conflictos de Interés” que acompaña a cualquier artículo científico, aparecen mencionadas varias empresas del rubro. Más allá de si la participación de estas empresas en los estudios resta o no objetividad, la simple ausencia de una descripción no la convierte a priori en una “falta de evidencia científica”. Hace siglos, no teníamos herramientas para demostrar que la tierra es redonda, o que el hombre había evolucionado de un ancestro emparentado con los monos. Dicha actitud sí puede ser calificada de irracional, al menos desde la ciencia.
Finalmente, lo que más me molestó como científico fue que se utilizara en esta ocasión a la ciencia para favorecer a la empresa en esta discusión. Si vamos a utilizar a la ciencia para el debate sobre políticas públicas (lo que me parece excelente, por lo demás), hagámoslo siempre, y de manera veraz y responsable; es decir, dejemos que un científico, y no el editor de un diario, nos hable sobre VGMs, con todo respeto.
Considerando estas posturas, escribí una carta en réplica al editor, la cual apareció publicada. Pero, para mi sorpresa, la carta fue editada. No fue reproducida en su totalidad, se eliminó un elocuente ejemplo al que hago referencia. La edición, el cercenamiento, justifica plenamente mis dichos: cuando no le conviene a cierta empresa o grupo de poder que se utilice la ciencia para argumentar una postura, mejor dejamos el debate al tecnicismo y simplismo del crecimiento económico, la única postura que parece válida.
Para absoluta transparencia, les muestro el párrafo editado. El texto en negrita corresponde a lo que fue “editado” (más bien, censurado): “Por último, si usaremos (reemplazado por “usemos”) la ciencia para debatir sobre políticas públicas, no lo hagamos sólo cuando conviene a un interesado en particular. En temas como el daño ecológico causado por las represas hidroeléctricas o por otras actividades industriales, existe sólida evidencia científica que no es considerada, dejándose el debate en dichos casos al tecnicismo del crecimiento económico”. Se pasa de una abierta crítica al proceder de la editorial, a una simple y amigable recomendación. Además, ¿Quién se iba a ofender por la frase eliminada? ¿Es mentira que en el caso que menciono, la ciencia ha sido dejada de lado absolutamente, pese a las contundentes evidencias sobre las graves emisiones de gases invernadero por las represas? Finalmente, ¿Qué se entiende por “edición”, y qué se entiende por censura?
Hoy martes 3 de Mayo se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Exijamos, como ciudadanos, como lectores, como consumidores y como personas con derechos, una prensa más pluralista, más responsable con sus dichos, con sus verdades, con sus editoriales. Exijamos una prensa más ecuánime, que acepte todas las posturas y no sólo una en desmedro de otras a las cuales descalifica. Exijamos el fin de la mal entendida “libertad de edición” y de la censura. Si bien no se pueden publicar todas las cartas al director que llegan a un determinado medio, las que se publican sí deben ser representativas de la diversidad social, cultural y democrática de un país. Y las noticias emitidas deben ser verificadas con rigurosidad, y no caer en la práctica de la descalificación y del absolutismo.
Comentarios