A modo de reflexión, de interpelar principios, siempre ha llamado mi atención la figura del caudal ecológico. Concepto utilizado para intervenir ríos con la idea de que luego de la extracción o modificación de un cauce existe un volumen de agua mínimo que permite la preservación de cierta biodiversidad, funciones ecosistémicas e incluso del paisaje. Tal puede medirse en porcentaje del total regular o en litros por segundo, dependiendo de la época del año.
Ha llamado mi atención porque desde que conozco su significado técnico he considerado, en realidad, que el caudal ecológico de un río… es el caudal que naturalmente lleva un río.
Entendámonos, nosotros somos parte de la naturaleza y alguien podría decir que todo lo que hagamos en ella es natural, ya que si es posible es porque la naturaleza lo permite: energía nuclear, modificaciones genéticas, la tecnologización como mantra, la utopía full electric son parte de esta noción. Aunque suena sugerente, tal argumento va a contrapelo de la normal separación que en occidente hemos hecho para hablar de sustentabilidad: lo medioambiental, lo social, lo económico.
Esta disquisición no es menor. Rodeados estamos de ideas que demuestran cómo vemos el mundo. El “agua que se pierde en el mar”, “recursos agotables e inagotables”, las “áreas silvestres protegidas como territorios desaprovechados” van pavimentando (qué mejor figura esta) el camino de nuestros modelos de sociedad. Modelos responsables de los principales problemas que enfrentamos como humanidad: el calentamiento global, la acidificación de los océanos, haber exterminado dos tercios de la fauna silvestre del planeta al año 2020, fenómeno conocido como la sexta extinción.Y es a esa industria, a ese proceso productivo, el que boicoteamos día a día con la forma en que nos relacionamos con los ecosistemas. Cuando optamos por la artificialización a todo evento, cuando creemos que efectivamente Dios (sea lo que sea esto) nos puso en la tierra para enseñorearnos sobre la vida, cuando consideramos que lo importante es solo la economía y no ética para la vida.
A estas alturas está más que demostrado que la principal y más directa razón de nuestro impacto global es el sistema productivo (economía mediante), que hemos impulsado en extremo como homo sapiens desde hace 200 mil años, con hitos como la revolución agrícola de hace 12 mil años y el consiguiente nacimiento del comercio y el mercado, la revolución científica de hace 500 y la industrial de hace 200.
Fábricas de todo tipo podemos encontrar en el mundo. La inventiva impulsada por la idea de ganar dinero es inconmensurable al igual que el ansia tener algo que no existen. Y para muchas de esas creatividades se requiere recurrir a la naturaleza. Incluso a escalas inimaginables, como inyectar los océanos con hierro, sembrar los cielos con yoduro de plata para producir lluvia, llegando a la época actual con congresos de geoingeniería que pretenden intervenir el planeta a escala global para solucionar los problemas que nos ha generado intervenir el planeta a escala global (la redundancia es intencional).
Y es a pesar de toda esta inteligencia que no hemos podido emular a la principal fábrica que existe y ha existido. Y esta no es más que la propia naturaleza que, más allá de que algunos la vean simplemente como una despensa y, luego del proceso productivo, como un gran vertedero, en el fondo es una gran y milenaria fábrica de vida. De la nuestra y de las otras especies.
Y es a esa industria, a ese proceso productivo, el que boicoteamos día a día con la forma en que nos relacionamos con los ecosistemas. Cuando optamos por la artificialización a todo evento, cuando creemos que efectivamente Dios (sea lo que sea esto) nos puso en la tierra para enseñorearnos sobre la vida, cuando consideramos que lo importante es solo la economía y no ética para la vida.
Ya lo dijeron en 1964 Jerome Bert Wiesner y Herbert Frank York en un artículo para la revista Scientific American titulado “Seguridad Nacional y la prohibición de pruebas nucleares”: “Ambos lados en la carrera armamentista se… confrontaban con el dilema de un continuo crecimiento del poderío militar y una constante reducción de la seguridad nacional. De acuerdo con nuestro ponderado juicio profesional, este dilema no tiene solución técnica. Si las grandes potencias continúan buscando soluciones exclusivamente en el área de la ciencia y la tecnología, el resultado será el empeorar la situación”.
Mirar la naturaleza con ojos de aprendizaje es parte de ese cambio fundamental, el que nos permitirá no destruir la principal fábrica que sirve a la humanidad.
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