Hay cosas, contextos, entornos, que pensamos que son eternos. No nos detenemos a pensar hasta cuando estarán porque damos por hecho que con ellos nacemos y que estarán ahí para ver nacer a tantos más, como si estuvieran sujetos a una incondicional e invisible protección.
No esperemos respaldar regulaciones legales sino que seamos nosotros mismos los que las impulsemos, movidos exclusivamente por la iniciativa de cuidar lo que a nosotros mismos nos ha dado albergue.
Cosas como el calor del sol, el aire aun fresco que respiramos, las materias primas con las que trabajamos, nuestros entornos ambientales, se desarrollan en general carentes de nuestra intervención, porque son capaces de surgir, de nacer, porque en sí son vida y albergan vida.
Pero cada una de las cosas nombradas se han visto deterioradas principalmente por la confianza que hemos puesto en su autogeneración, en la visión equívoca de que están ahí para prestarnos un servicio, en condiciones de que pueden existir recursos no sujetos a renovabilidad o recursos que si los estén pero que en la eventualidad de un mal manejo pierdan estas características y se vuelvan no renovables.
Por eso cuando miramos nuestros entornos y nos maravillamos no solo debemos reflexionar sobre su existencia y belleza si no actuar en progreso de su continuidad. Y respecto a esto, ¿Cuánto hacemos individualmente y como comunidades para proteger estos recursos?
Como seres humanos debemos acostumbrarnos a cuidar los que nos reporta algún beneficio y por eso debemos mirar con conciencia nuestros recursos. Cada vez son más las herramientas que se nos entregan como personas naturales y grupos intermedios para intervenir en su cuidado, en ser ente observador de la labor de nuestras autoridades y ser un factor de presión para exigir que se cumpla en materias en que se está al debe.
En Chile se ha seguido la tendencia mundial modificándose la principal ley en la materia y creando mayores exigencias a instalación de nuevos proyectos, generando una nueva institucionalidad ambiental y regulando la participación ciudadana. Además la consagración positiva respecto a la preservación de la naturaleza en nuestra Constitución Política le otorga supremacía y protección. Por lo que se vuelve innegable que a nivel país se ha allanado camino desde hace décadas respecto al medioambiente.
Pero aún sigue en carpeta la creación de un Servicio de Biodiversidad que dé énfasis a la protección de recursos naturales (renovables y no renovables) ya que es materia que en el presente está mayormente regulada por privados.
Si bien la protección ambiental está regulada de manera sistemática, en general el tratamiento que se da a los recursos naturales se hace de manera fragmentada y no se los protege de manera global como concepto y en nuestra comuna no hay novedad. Al respecto, en Doñihue se crea en el año 2000 la ordenanza ambiental que hasta la actualidad rige, en condiciones que es de público y universal conocimiento el problema ambiental que nos afecta, por lo que sería prudente avanzar conjuntamente o al menos en forma menos reactiva, dado a que sabemos que la existencia de estos recursos es finita y que se deterioran o derechamente se pierden por no darles temprana protección.
Esta ordenanza si bien se refiere al cuidado ambiental deja de lado por completo los recursos naturales, no siendo siquiera nombrados. Pareciera ser que en el momento de redactarse las normas o de protegerse nuestro medio se nos olvidara su existencia, pareciera ser que no nos sentimos de forma alguna integrados y cercanos a los recursos naturales, que lo vemos como un tema ajeno, donde volvemos a la reflexión antes expuesta: pareciera creerse que están sujetos a una incondicional e invisible protección.
Somos una comuna que alberga gran cantidad de especies nativas y endémicas, con un patrimonio natural rico y único y estamos rodeados de áreas susceptibles de protección, pero aun no nace la conciencia colectiva de su fragilidad, de que el uso que le damos algún día se traducirá en abuso y que solo ahí recordaremos que pudimos haber hecho algo antes.
Como doñihuanos podemos ver cómo nos afecta la extracción de tierra de hojas de los cerros, el corte de árboles nativos para usarlos de leña, el desconocimiento de nuestra flora y fauna, la falta de conciencia en el uso del agua. Pero también podemos ver cómo de a poco se han ido impulsando iniciativas grupales y ciudadanas para adquirir herramientas y generar un cambio.
Hagamos el ejercicio y contemplemos nuestro alrededor ¿estamos conscientes de nuestro verdadero patrimonio natural? ¿Sabemos que hoy con nuestras acciones de consumo y hábitos de vida el ad eternum no existe? Entonces pensemos hasta dónde llegará nuestra voluntad de proteger lo que se ha venido formando desde antes incluso que nosotros mismos existiéramos y seamos los protagonistas de un cambio en el presente, pero que dejará grandes recompensas en el futuro. No esperemos respaldar regulaciones legales sino que seamos nosotros mismos los que las impulsemos, movidos exclusivamente por la iniciativa de cuidar lo que a nosotros mismos nos ha dado albergue.
Hagamos una devuelta de mano.
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