Aunque no con la fuerza del sentido mensaje del diputado Iván Fuentes durante la última Teletón, el inicio del fin del uso de bolsas plásticas en el comercio coyhaiquino también llamó la atención del resto del país. A nuestra prensa local se sumó la difusión en varios medios nacionales, dando cuenta de un paso que continúa la senda de lo que ya ocurre en Puerto Raúl Marín Balmaceda, Bahía Murta, Chile Chico, Cochrane, Caleta Tortel y Villa O’Higgins. Dado el envión, no es descabellado pensar en declarar algún día “Aysén, región libre de bolsas plásticas”. Sería una más de las patas concretas de la reserva de vida a la que aspiramos muchos, claro está.
Al igual que en la Teletón, críticas se han escuchado. En El Diario de Aysén, el ex funcionario de Gobierno y candidato al Parlamento, Víctor Acevedo, minimizó la decisión por ser ejemplo de “querer tapar el sol con un dedo”. De paso, cuestionó a quienes dicen adherir a la causa Patagonia sin Represas y, según testimonió, eliminan “basura y envoltorios de alimentos desde los vehículos”.
Nadie podría justificar una situación como la relatada. Son días de necesaria coherencia, y flaco favor a la causa hacen quienes realizan ese tipo de acciones. Sin embargo, tal ejemplo pareciera responder más a un fastidio previo con la oposición a las grandes hidroeléctricas, que al debate de fondo que debemos dar sobre lo que se requiere para cuidar nuestra región.Fue en 2009 que, recogiendo experiencias de otras latitudes y consciencias previas del propio Aysén, un grupo de ciudadanos hizo gestiones ante autoridades y en el espacio público para la erradicación de las bolsas plásticas del comercio local.
Pero tal descargo mediático no es el punto de este artículo. Ni siquiera la importancia de ir disminuyendo el uso de bolsas plásticas, cuyos efectos ambientales negativos como derivados del petróleo son bastante conocidos: provienen de un recurso agotable, contaminan en su proceso y eventual incineración, su vida (in)útil llega a los cientos de años, período en el cual indefectiblemente dañan los ecosistemas. Incluso perjudican, si se piden argumentos comerciales, el turismo de naturaleza por la creación de antiestéticos paisajes heridos por esos virtuales objetos (plásticos) voladores no identificados.
En contra de la ordenanza también podremos encontrar argumentos: restringirá su uso para depositar la basura (al no recibirlas gratis, el ciudadano deberá comprarlas o utilizar otro mecanismo), que las bolsas de género o recicladas son más caras e incluso el número de trabajadores de las industrias del sector que quedaría cesante al terminarse tan lucrativo negocio.
Sin embargo, me enfocaré en dos aspectos.
El primero, que todo cambio positivo necesariamente acarrea costos. Si terminamos con las guerras aumentará el desempleo en el sector bélico. Incluso nuestro cobre iría a la baja por el uso masivo de tal mineral que se hace en el armamento de todo tipo. Lo mismo con las políticas de salud, donde médicos, enfermeras y profesionales y técnicos asociados, junto al mercado de la farmacología, serían los más afectados si llegáramos a erradicar las enfermedades.
Aunque es probable que acabar con estos dos males globales es prácticamente imposible, cuando desembarcamos en este punto de la reflexión, debemos dejar de mirar solo con el prisma económico, muy importante pero no el único, al hablar de la construcción de sociedad. De una sociedad centrada en el bien común. Es preciso observar desde la integralidad.
El segundo, el efecto mariposa de la acción ciudadana. Por un problema difícil de dilucidar, al ser humano le cuesta asimilar que las transformaciones de fondo, las estructurales que importan, no nacen de un momento a otro. Son parte de procesos más largos y profundos que se van nutriendo de las acciones que, desde distintos frentes, se van materializando.
Fue en 2009 que, recogiendo experiencias de otras latitudes y consciencias previas del propio Aysén, un grupo de ciudadanos hizo gestiones ante autoridades y en el espacio público para la erradicación de las bolsas plásticas del comercio local.
En tal momento, no se logró el objetivo. Pero como en muchas otras iniciativas, fue una inversión para construir el futuro. Una pequeña medida que, junto a otras, desembocaría en que posteriormente la Seremi de Medio Ambiente realizara concursos de bolsas ecológicas, candidatos al municipio incorporaran la propuesta en sus programas, otras organizaciones impulsaran la idea y el actual Concejo Municipal aprobara la ordenanza respectiva.
Nadie es dueño de la transformación. Esa, la esencial. Es en el trabajo colectivo, incluso intergeneracional, donde se avanza paso a paso. Y donde todos aportamos. Los de ayer, los de hoy y los de mañana.
Eliminar las bolsas plásticas en Coyhaique no terminará con los problemas de contaminación de la ciudad. Eso es seguro. Pero es un paso necesario y altamente simbólico para ir asumiendo, cada uno y en conjunto, los desafíos que aún tenemos pendientes como sociedad.
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