El camino para la construcción de una sociedad más equitativa y justa, para la felicidad individual y colectiva, no es distinto al camino para la creación de una sociedad más sustentable, pero el diseño de él no puede ser realizado por los mismos que hasta hoy han validado el camino en sentido contrario.
Se nos va el 2013. Un año diferente, de cambios dirán algunos, más de lo mismo dirán otros. Pero lo cierto es que cuando se termina un ciclo, sólo resta el análisis, y cuando se inicia otro, aparecen los sueños. Uno de esos sueños suele repetirse en los abrazos festivos de estos días: la felicidad. La felicidad es el sentimiento más genuino del ser humano para sí y para los que le rodean. ¿Será posible que extendamos la geografía, el tiempo y la dimensión de ese sueño de felicidad?
La llegada del 2014 nos da la oportunidad de poder hacer frente a un sistema de vida que pareciera enriquecernos, pero que lo hace a costa de empobrecer a los que vienen después de nosotros, reduciendo sus posibilidades de alcanzar la propia felicidad. Hemos perpetuado un sistema cuyo único objetivo es nuestro propio bienestar, hemos transformado nuestra felicidad en un bien transable, le hemos puesto precio y hemos de sacrificar por ella cosas que quizás nunca imaginamos. Pero no lo hemos hecho porque se nos ha antojado, la realidad es que nos han obligado a ello. Ha sido la consolidación exacerbada del capitalismo -¡si, capitalismo, con todas sus letras!- como único sistema posible para alcanzar aquella felicidad.
Este sistema alienante nos ha mantenido enclaustrados y ensimismados, su engranaje le ha pasado la cuenta a nuestra especie, también lo ha hecho con nuestro planeta y todo sistema de vida que en él habita. La felicidad se ha vinculado al desarrollo, y este último se ha reducido sólo a crecimiento. La felicidad entendida así, no es otra cosa que la acumulación permanente de dinero en nuestras manos, para lo cual debemos someter a todo lo que le rodea: especialmente al ser humano y al medio ambiente.
La relación del hombre y la mujer, el medio ambiente y la producción de bienes y servicios es necesaria, pero debe ser replanteada de manera urgente, buscando un necesario equilibrio transgeneracional. La inmensa desigualdad social y el deterioro generalizado de la calidad ambiental son efectos de una misma causa: el sistema de acumulación de capital y maximización de los beneficios. La felicidad puesta en el mercado.
El camino para la construcción de una sociedad más equitativa y justa, para la felicidad individual y colectiva, no es distinto al camino para la creación de una sociedad más sustentable, pero el diseño de él no puede ser realizado por los mismos que hasta hoy han validado el camino en sentido contrario. Sin temor ni titubeo, hoy más que nunca, el derrotero a la felicidad es la sustentabilidad.
Mucho nos llenamos la boca hablando de sustentabilidad como uno de los objetivos del tipo de sociedad al que aspiramos. Pero hay que ir con cuidado. A menudo la sustentabilidad es la excusa para disfrazar de “verde” un modelo de desarrollo que sería el supuesto sustento de nuestra felicidad futura, pero que irrisoriamente ha sido también el principal responsable de la crisis ambiental y la desigualdad social.
Hidroaysén insiste en inundar 5.000 hectáreas, Energía Austral pretende instalar una represa sobre la cabeza de 20.000 personas, pero ambas nos dicen que quieren energía limpia y “sustentable”. Un reglamento de Evaluación Ambiental para asegurar la “sustentabilidad” de las inversiones públicas y privadas, pero cuya aprobación no consideró la consulta previa a los pueblos indígenas. Empresas como AES Gener o Celulosa Arauco, cuyo rol declarado es cumplir sus funciones de manera “sustentable”, pero por “error” vierten sus residuos líquidos al entorno, contaminando cursos de agua y generando la mortandad de peces. Una familia que enseña a sus hijos la “sustentabilidad” del reciclaje de basura, pero que para acercarse al punto limpio usa el automóvil. Y podríamos seguir. Un sistema que se engaña a sí mismo.
No queda duda que el 2014 y los años que le siguen, deben ser el inicio de una nueva conciencia ciudadana colectiva con mayor responsabilidad social, ambiental y ecológica, pero alejándonos paso a paso de un sistema que nos ha llevado a creer que es mejor que el mundo termine antes que podamos cambiarlo. Este es el camino a la felicidad. No tan sólo para los de hoy, sino que también para los del mañana.
Nuestro futuro y el de los que vienen, aún está en nuestras manos. Que estas últimas horas del año y las primeras del que vienen sirvan para recuperar y canalizar energías. El desafío no es menor, pero si no comenzamos hoy ¿cuándo?
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Foto: Luchonomas / Licencia CC
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