La política cambia. Pasa por fases y procesos. Un fenómeno que ha surgido en los últimos años es el de los perros callejeros. Los que están ahí, sin representación, pero algo tienen, en su interior, que la gente se interesa por ellos. Algunos son nuevos, otros antiguos. Algunos son radicales, otros centristas. Algunos son jóvenes, otros viejos. Pero todos tienen un elemento en común: no son de la vieja escuela (o al menos se desmarcan) e irrumpen en el debate con una fuerte crítica a los partidos e ideas tradicionales de la política antigua, de una política que según ellos, está vencida.
«Un fenómeno que ha surgido en los últimos años es el de los perros callejeros. Los que están ahí, sin representación, pero algo tienen, en su interior, que la gente se interesa por ellos.»
El ejemplo más actual y novedoso es el caso francés. Por un lado tenemos al presidente Emmanuel Macron, el centrista pro Unión Europea, que no era conocido en la esfera pública hasta hace tres años atrás. Su vida cambió cuando Francois Hollande (PS), ex mandatario francés, le dio la oportunidad en 2014 de hacerse cargo del Ministerio de Economía. Su gestión como ministro, que si bien fue muy criticada, lo ayudó a hacerse un nombre en el mundo político.
En abril de 2016, Macron fundó “En Marche!” (hoy La République En Marche!) y por las iniciales del movimiento (EM, al igual que las de su nombre) nos podemos dar cuenta que él quería algo grande y duradero: El Elíseo. Pero el banquero galo es el mejor ejemplo de un perro callejero. Surgió de la nada y se hizo conocido en la política francesa por empezar a disparar duramente a todos los partidos tradicionales. Criticó a los republicanos por sus escándalos de corrupción, reprochó algunas de las decisiones de Hollande y se desmarcó rápidamente de la tradición política francesa.
Pero no fue el único. Su contendora, Marie Le Pen, también puede ser considerada como una outsider. Sus ideas radicales y ultraderechistas, su discurso nacionalista y antiglobalización, su dicotomía de una nueva Francia pero sin dejar las riendas históricas y su profunda crítica a los partidos seculares la llevaron a ser la principal carta de la oposición gala. Pero la elección francesa no se quedó ahí. Jean-Luc Mélenchon, el candidato que igualó a François Fillon, también viene de la política forastera francesa. Fundó el partido de ultraizquierda “Francia Insumisa” después de salir de las riendas arcaicas del Partido Comunista. Su discurso de una Francia nueva para todos y todas irrumpió fuertemente a tres semanas de la elección y los jóvenes votantes lo hicieron subir vertiginosamente en las encuestas.
Es una obviedad que el ejemplo de la elección presidencial francesa no es el único. El mundo entero remeció cuando el 8 de noviembre Donald Trump, el magnate y estrella del mundo del espectáculo, le ganó a la candidata del establishment estadounidense, Hillary Clinton. Fue un golpe, y uno profundo para todas las democracias occidentales. El triunfo del actual mandatario norteamericano no fue fortuito, respondió a un desgaste político e institucional que sentía un sector muy importante de la población de Estados Unidos. Y fueron precisamente sus profundas críticas a las cúpulas políticas estadounidenses que lo llevaron a conseguir el salón oval.
En Chile no nos salvamos. El surgimiento del Frente Amplio es una respuesta de una parte importante de la ciudadanía que está totalmente disgustada con la manera en que los partidos tradicionales han dirigido el país en el último tiempo. Pero si nos ponemos a pensar más allá de la coalición que reúne a Revolución Democrática, Movimiento Autonomista, Nueva Democracia, entre otros, vamos a encontrar que los dos principales candidatos presidenciales de la izquierda chilena vienen de afuera y han criticado duramente la manera clásica de hacer política a nivel nacional.
Después de que el Comité Central de la Democracia Cristiana decidiera no ir a primarias, Alejandro Guillier, el periodista y Senador por Antofagasta, decidió emanciparse de la Nueva Mayoría y conseguir sus 35.000 firmas por su cuenta. Se dio cuenta que la coalición oficialista le iba a traer más cosas negativas que positivas. Entendió, además, que hoy ser de la Nueva Mayoría no es un privilegio ni un orgullo, sino que es una tarea para personas con cuero de chancho.
Pero el caso más notable es el de Beatriz Sánchez. Hace un par de meses, la también periodista, trabajaba tranquilamente en su programa en Radio La Clave. Era -y es- una comunicadora muy prestigiosa a nivel nacional. De un momento a otro, el rumor se tomó las portadas del país y una semana después, Sánchez le dijo a Chile, por medio de su programa de radio, que había tomado la decisión asumir el desafío de presidir Chile. Apoyada por el Movimiento Autonomista y Revolución Democrática, ha criticado duramente los escándalos que ha protagonizado la oposición y el oficialismo en los últimos años y ha hecho un gran esfuerzo de desmarcarse de las fuerzas políticas y económicas tradicionales del país.
En definitiva, los outsiders llegaron para quedarse. No obstante, el éxito de estos partidos no tradicionales se nota más en las elecciones presidenciales que en las parlamentarias, ya que generalmente los votantes suelen escoger las alternativas más partidistas en estos casos. Es por eso que la prueba de fuego la tiene Francia en sus elecciones legislativas el 11 de junio, donde se espera que La République En Marche!, sea la gran sorpresa. En Alemania también están surgiendo colectividades de ultraderecha que antes eran desconocidas y que ponen en duda la permanencia de los germanos en la Unión Europea. Todo eso se sabrá en sus elecciones federales del 24 de septiembre. Y por último, la guinda de la torta estará en las presidenciales de nuestro país el 19 de noviembre, donde sabremos si alguno de los dos periodistas podrá anteponerse al casi seguro candidato de Chile Vamos, Sebastián Piñera. Con estas tres fechas podremos percatarnos si los perros callejeros triunfaron o tendrán que volver a la oscuridad.
Comentarios