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El poder de la memoria

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Todos los 27 de Nisán del calendario hebreo, correspondiente este año al 5 de mayo desde el atardecer del día anterior, el mundo judío conmemora el Yom HaShoá, el Día de la Recordación del Holocausto. La fecha se estableció en honor al heroico levantamiento del Ghetto de Varsovia, y tiene la particularidad de ser una de las pocas fechas conmemoradas por la mayoría del judaísmo a nivel mundial a raíz de un hecho contemporáneo. Cada año en Yom HaShoá las actividades en Israel se paralizan literalmente durante unos segundos. Una sirena suena en cada ciudad y todas las personas, no necesariamente judías, dejan lo que están haciendo y guardan de pie riguroso silencio. No es para menos. El Pueblo Judío corrió serio peligro de desaparecer, además de los miles de gitanos, testigos de Jehová, vascos, republicanos españoles, eslavos, opositores políticos, homosexuales y discapacitados que murieron en los campos de exterminio nazis.


Uno de los pocos poderes capaces de detener el odio y la violencia es el poder de la memoria, de la memoria de cuando quienes sufrieron fueron los propios. Olvidar es matar de nuevo a quienes perecieron producto del odio, la ignorancia y el prejuicio.

Años antes del Holocausto había ocurrido el genocidio armenio, del cual se cumplió su 101 aniversario este 2016. Turquía aún no lo reconoce ni asume su responsabilidad en la muerte de millones de cristianos armenios. Después de la Shoá (como se conoce en hebreo al Holocausto, literalmente «la catástrofe») ocurrieron el genocidio de Ruanda, las persecuciones políticas a miles de personas en América Latina,  las esterilizaciones forzosas a indígenas en el Perú durante el gobierno de Fujimori, las masacres de Darfur, y la más reciente, la guerra de Siria. Al día de hoy podemos mencionar a decenas de Pueblos, muchos de ellos de cultura milenaria y única, que corren el riesgo de desaparecer físicamente de la faz de la tierra debido a conflictos bélicos o limpiezas étnicas: cristianos asirios y yazidíes son un ejemplo. Otros son perseguidos y hostigados, constantemente discriminados en donde residen: los kurdos por nombrar algunos. Actualmente Palestina, el Sahara Occidental y el Kurdistán no han podido constituirse en estados soberanos democráticos, en convivencia pacífica con sus vecinos y en donde sus pueblos puedan desarrollarse en libertad y garantizando protección a su cultura. Las razones son muchas, los factores casi infinitos, y no es este el lugar para abordarlas puesto que dan para cientos de columnas.

Posterior al Holocausto tampoco desapareció el antisemitismo. No fue una sorpresa. Tampoco desapareció después del Edicto de Granada y la Inquisición, ni de los progromos, ni del Caso Dreyfus. De hecho una vez que se se instauró el Estado de Israel en 1948, los países árabes procedieron a expulsar a sus numerosas y antiquísimas comunidades judías, otrora tan integradas a sus sociedades que se definían como «árabes de religión judía«. Los gobiernos de la época confiscaron bienes y propiedades tal como los Reyes Católicos y los nazis habían hecho antes, hicieron vista gorda e incluso alentaron actos violentos que dejaron cientos de judíos muertos. Una actitud contraproducente de parte de los líderes árabes que deseaban a toda costa que no se asentara el Estado Judío, ya que empujaron a millones de sus ciudadanos a asentarse en el nuevo país que tanto odiaban.

A partir de ahí el mundo árabe e islámico asumieron el anti judaísmo como algo natural y hasta deseable, como un factor de unidad. El odio a los judíos que tan fervorosamente habían profesado los europeos cristianos hasta el Holocausto, se traspasó a los musulmanes, en parte producto al dolor que padecieron los árabes que vivían en Palestina al momento del desemembramiento del Imperio Otomano y por la fundación de Israel, lo que implicó que familias que se vieran forzosamente desplazadas de sus hogares y que pasaron a vivir en condiciones deplorables (en muchos casos alentadas también por sus propios líderes). Aquello fue aprovechado por inescrupulosos gobernantes que deseaban fortalecer su poder, y para ello se sirvieron de los refugiados palestinos y del chivo expiatorio judío. El horror de la Segunda Guerra Mundial no sirvió en absoluto para que judíos y árabes solucionaran sus conflictos sin necesidad de llegar otra vez a la sangre. De hecho la sangre se derramó muchas veces más: la guerra de independencia israelí, la de los Seis Días, la del Yom Kipur, las dos intifadas, Sabra y Chatila, Plomo Fundido.

Muchos árabes y musulmanes fueron educados a partir de entonces en un odio al judío, y algunos de ellos debieron emigrar sintiéndose ultrajados en su dignidad por un Occidente que vino de golpe a modificar sus destinos, pero paradójicamente llegaron a ese Occidente a buscar paz y prosperidad. Ahí sus hijos y nietos se encontraron con los nostálgicos de Hitler. Prueba de eso es Europa, donde los atentados antijudíos que han ido en aumento en casi todos los países de la UE son perpretadoss por grupos neofascistas o islamistas radicalizados. Eso sí, luego los neofascistas salen a marchar contra el Islam, atacan a personas de «apariencia musulmana» y achacan todos los males de Europa a la inmigración. Al final los musulmanes europeos de hoy tienen bastante en común con los judíos europeos de los años ’20 y ’30, que veían a la ultraderecha crecer en medio de la crisis y las penurias generalizadas, con la esperanza de que nada tan grave llegaría a pasar porque aún estaban frescos los terrores de la Gran Guerra, que luego se quedó chica.

Posterior a la Shoá hemos vuelto a ver campos de concentración y trabajos forzados, dictaduras totalitarias, racismo, segregación racial, ghettos. De hecho hoy vemos cómo un continente que otrora fue un exportador neto de personas cierra sus fronteras a millares de seres humanos que huyen del horror. Vemos también a un populista ultraconservador aspirando a dirigir el país que durante décadas se ha autodefinido como el estandarte del mundo libre, y lo vemos ganando y ganando primarias en los estados. Le oímos todos los días proponiendo deportaciones, leyes discriminatorias, e impedir la entrada a la «tierra de la libertad» a determinados grupos, como por ejemplo los musulmanes, solo por el hecho de ser musulmanes.

No han dejado de existir la homofobia, el racismo, los prejuicios, las mentiras propagadas con la intención de generar odio hacia gitanos, árabes, negros, y por supuesto judíos. Después del Holocausto tuvimos el atentado a la AMIA, el apartheid sudafricano, Charlie Hebdo, Bruselas, París, Madrid, Londres. Por eso no se entiende que algunos reclamen contra Hollywood por seguir haciendo películas sobre el Holocausto y que los Oscars las sigan premiando, contra que se sigan haciendo actos públicos de recordación, escribiendo libros y realizando documentales, homenajeando a quienes salvaron víctimas, o difundiendo historias de supervivientes y fallecidos.

No se entiende porque todo lo que he escrito en estas líneas demuestra que falta memoria y falta reflexión para detener el horror. Uno de los pocos poderes capaces de detener el odio y la violencia es el poder de la memoria, de la memoria de cuando quienes sufrieron fueron los propios. Olvidar es matar de nuevo a quienes perecieron producto del odio, la ignorancia y el prejuicio.

TAGS: Conflicto palestino-israelí Holocausto Memoria

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