Sin caer en el lamento, los movimientos sociales hemos comenzado a construir un Chile con base en nuestra memoria histórica, aprendiendo de ella, sin olvidar que el presente es síntesis de un pasado de lucha con victorias y derrotas.
El crimen acometido por parte de un grupo de sicarios mandados por las autoridades locales del Estado de Guerrero en contra de 43 estudiantes normalistas, es un hecho que no deja de despertar la indignación y rabia del pueblo mexicano y la solidaridad del mundo entero, especialmente en los países latinoamericanos, donde los escabrosos detalles de la noticia hacen recordar los peores momentos en la historia del continente. Así, las expresiones de fraternidad con el pueblo del país hermano han trascendido fronteras, y las expresiones de rabia, indignación y dolor son pan de cada día en las calles de México.
El papel del gobierno central mexicano en manos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) no ha estado exento de polémica y se ha ganado el cuestionamiento, no solamente del pueblo de su país, sino también de la opinión pública internacional por situaciones tan desafortunadas como la escapada de su Presidente a una gira por Asia, mientras en México la policía reprimía como nunca a lxs manifestantes.
Recientemente, durante la inauguración de un puente en el Estado de Guerrero, Enrique Peña Nieto, el primer mandatario mexicano, ha soltado unas declaraciones frente a las que es imposible, siendo chileno y latinoamericano, quedar impávido y simplemente colocarlas en el lote de errores comunicacionales que acumula la administración priista. El llamado del líder del ejecutivo al pueblo de Guerrero a que “superemos esta etapa” y “demos un paso hacia adelante” es una puñalada en el corazón, no solamente al pueblo mexicano, sino también al latinoamericano: lo que México atraviesa no es una etapa ni una piedra en el camino que baste esquivar para seguir caminando, es la gota que rebalsó el vaso de años de gobiernos negligentes que no sólo han sabido de corrupción en el pasado, sino también de sangre y fuego.
Por años ha permanecido en la retina del pueblo mexicano la desgraciada matanza de la Plaza de las Tres Culturas durante el movimiento estudiantil de 1968, donde perdieron la vida a lo menos docientas personas, en su mayoría estudiantes, que clamaban por democracia y derechos sociales. Por años se ha mantenido viva la imagen del día después, esa donde la Plaza había sido barrida de extremo a extremo por militares comandados por el gobierno para borrar el crimen de Estado, poner el pasado detrás y dar un paso adelante. Y para qué hablar de la “guerra contra el narcotráfico”, que día a día acumula más víctimas civiles inocentes que avances objetivos en su contra; y cómo no, si incluso el gobierno es partícipe del mercado del narcotráfico, cómplice de los grandes cárteles, con administraciones que hacen pactos y piden permiso a los capos para gobernar. La misma guerra que es responsable de los hechos de violencia, como lo ocurrido a los 43 de Ayotzinapa, en las zonas fronterizas y en las comunidades rurales de la sierra mexicana, que estigmatizan al país hermano como uno de los más violentos del mundo.
Me tomo la libertad de hacer un paralelo con lo sucedido en Chile durante la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet, sin desmerecer la altura de las tragedias similares vividas por otros países latinoamericanos. Son incontables las declaraciones donde personerxs políticxs hacen llamados a dejar atrás el pasado y no abrir viejas heridas que dividen al país. Vimos mucho de aquello el año recién pasado, con la conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado del 11 de septiembre 1973, fecha en la que el pueblo chileno sale a las calles a manifestarse para no olvidar. Aquí también ha permanecido en la retina la figura del dictador y su régimen, sin embargo, por más que quienes otrora se manifestaban derechamente a favor de la dictadura, hoy renieguen de ella con declaraciones que le restan importancia al período. Al pueblo chileno no se le ha permitido hacer aquello. Sin caer en el lamento, los movimientos sociales hemos comenzado a construir un Chile con base en nuestra memoria histórica, aprendiendo de ella, sin olvidar que el presente es síntesis de un pasado de lucha con victorias y derrotas.
El pueblo mexicano tiene todo el derecho a vivir su duelo y su dolor, a manifestar su indignación y resentimiento con un Estado que les da la espalda, que pacta con el narco y contrata a sus sicarios para torturarlxs, desaparecerlxs y asesinarlxs. Pero a su vez, también tiene el deber de transformar esa indignación en organización, en reivindicar los valores de lxs revolucionarixs que construyeron hace más de cien años un México de la mano del pueblo, valores que la casta política puso a descansar en placas conmemorativas y monumentos en las grandes ciudades, pero que desde Ayotzinapa hacia las calles del Distrito Federal comienzan a resurgir con un pueblo que se alza en nombre de su historia pasada y reciente.
Que México no se permita olvidar jamás a los 43 de Ayotzinapa, porque son el síntoma de un problema mayor: una casta política que pretende quitar el derecho al pueblo de hacer patria con memoria histórica y no sobre discursos demagógicos, con los que pretenden levantar falsos consensos y unidades etéreas. Hoy este pueblo le responde con fuerza a la casta política: nosotrxs damos un paso hacia adelante, ustedes uno al costado.
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