La necesidad de avanzar en erradicar el machismo que mata no se agota en penas y acciones policiales, sino que se vincula también con entender de una vez que el amor no agrede ni daña. Y menos aún, mata.
Imposible es emprender estas líneas sin hacer alusión al crimen ocurrido el fin de semana en Coyhaique. A ese acto de sadismo -y, aunque eso lo dirán los expertos, locura- que afectó a una joven madre en la madrugada del sábado en nuestra ciudad. Hecho aún inexplicable y sobre el cual sería irresponsable adentrarse a dar en una explicación desde el ámbito de la sicología, con los limitados elementos que se manejan.
Lo que sí es posible es analizar la espontánea manifestación que ese mismo día se autoconvocó en la capital regional en las cercanías de los recintos de ambas policías, que para el efecto da la casualidad que se encuentran una frente a la otra. Una marea de indignación e incredulidad que se extendió también a Puerto Aysén, una oleada de hombres y mujeres, familias completas, que no solo salieron a las calles para llamar la atención sobre la inseguridad ciudadana que reflejaría el hecho sino a la vez para solidarizar con una vecina, una persona para muchos hasta ese momento desconocida, víctima de una salvaje agresión a manos, todo apunta en tal sentido, de su pareja.
No está claro aún por qué la ciudadanía en este y otros casos es capaz de salir de su espacio individual para unirse a otros para emprender una acción con profundo sentido humano y político. No se reunieron convocados por una fiesta, un partido de fútbol. No fue un legítimo encuentro de esparcimiento, sino de protesta que interpela a un cambio social e institucional necesario.
Que el machismo mata, es una realidad. Como se ha aclarado recurrentemente por parte de las organizaciones y organismos que impulsan la reflexión y acción en este sentido, permeando a quienes vamos aprendiendo de su mano, el femicidio y la agresión contra las mujeres no tiene su origen en los celos, los ataques de ira o el amor, sino en la profunda construcción social que hace que muchos hombres consideren a la mujer como su propiedad.
Asumo en esto que, quizás, seguir hablando de “mi mujer” cargue con un germen propietarista del cual no he llegado a descargarme, aunque en el caso personal sienta que va más bien por el sentido de vínculo profundo que por el de enseñoramiento sobre otro ser humano. Es un concepto al cual habré de poner más atención, dado que el lenguaje construye realidad.
Porque el machismo no son solo crímenes que nos espantan de tanto en tanto. Se traduce en cotidianeidades que hemos aceptado históricamente, pero que en algún momento hacen click al individuo y, en otras, a la sociedad, develando lo que ya no puede seguir tal cual.
Un buen ejemplo de ello son los porcentajes actuales de conformación por género en la Cámara de Diputados y el Senado. Aún no he encontrado a nadie que me explique el sentido democrático de que un magro 15,8 % de sus integrantes (el mismo porcentaje en ambas cámaras) sean mujeres. Incluso si alguien dijera que es por una dudosa falta de capacidades, interés o compromiso con la política, la respuesta más lógica sería que es fruto de barreras de entrada previas que es preciso abordar. Porque si hay inquilinos e inquilinas que deben estar fielmente representados en dichos espacios (por legitimidad y porque con su mirada inciden en el cuerpo normativo que nos rige) son los hombres y la mujeres. Y, claro, también las otras especificidades que definamos como país y que consideremos esenciales: territoriales, étnicas, sociales, culturales, de visiones de desarrollo. Seguir reflexionando sobre aquello es un imperativo.
Es ahí cuando uno comprende que la necesidad de avanzar en erradicar el machismo que mata no se agota en penas y acciones policiales, necesarias para abordar la urgencia de la situación. Se vincula también con inocular con el virus de la reflexión y autocrítica a cada uno de nosotros y nosotras, más aún a quienes no tuvimos la oportunidad de entender desde un inicio –por motivos familiares, culturales, epocales- aspectos tan fundamentales para vivir en comunidad.
O para coexistir con la pareja, compañera o compañero, socia o socio. Porque, entendámoslo de una vez, el amor no agrede ni daña. Y menos aún, mata.
Comentarios
26 de mayo
Falta, aun falta mucho, pero muchisimo por avanzar
Cuando evolucionemos, nos sinceremos y reemplacemos frases como
«Los hombres no lloran»
«Esas no son actitudes para una señorita»
«Respeta a las mujeres porque vienes de una»
«La homosexualidad es anti natural»
«mi mujer»
«todos los hombres son iguales»
por su equivalente, sincera autocritica y positiva
-Que paso amigo, que te aflige? puedes contarmelo si quieres
-Deberias considerar lo que haces, tal vez no sea la actitud mas correcta que una persona pueda tomar
-Respeta a las mujeres porque son personas. De hecho, respeta a todo el mundo
-Me intimida que tu orientacion sexual sea diferente a la mia, pero comprendo que asi es tu identidad y es lo que mas te acomoda, por tanto yo respeto eso
-Mi esposa
-He tenido la mala suerte de relacionarme solo con malos hombres
Luego cuando la lucha deje de enfocarse a grupos para satisfacer intereses economicos de privados y se enfoque en Humanos, recien se podra avanzar, cuando evolucionemos al punto de que no nos horrorice el hecho de que un hombre golpee a una mujer, sino que una persona agreda a otra, recien ahi habran avances, mientras tanto lo unico que veo es una lucha vacia, sin un trasfondo claro y miles y miles de borregos que repiten como idiotas las mismas palabras que los organismos internacionales vociferan mientras se llenan los bolsillos y el tercer mundo sufre, aun hay esperanza, pero pasara mucho tiempo antes de ver reales cambios 🙂
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08 de junio
Esto tambien es machismo de un decadente UDI http://www.cambio21.cl/cambio21/site/artic/20111216/pags/20111216110901.html
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