Justo cuando me preparo para escribir estas palabras, recibo la noticia de que el lunes recién pasado, en España, una mujer de 23 años es violada por su ex novio y un amigo de éste, y que posteriormente, luego de haberla violado repetidamente, éstos han sellado su vagina con pegamento. Hace unos días, en la ciudad de Coyhaique, un hombre adulto asfixió a una niña de nueve años hasta desmayarla. Luego la llevó hasta un basurero donde la botó, y procedió a quemarla viva. Si, viva. Antes de esto, una mujer mapuche fue obligada a parir encadenada y rodeada de gendarmes, frente a un médico varón que permitió tales circunstancias.
No somos víctimas de la violencia de género, sino más bien victimarios. Lo somos no solo cuando agredimos, sino también cuando no creemos, cuando desestimamos o desconfirmamos esas violencias.
Antes de esto, una adolescente de 16 años fue drogada, violada y empalada en Mar del Plata, Argentina. Los autores fueron dos adolescentes varones. Ella no murió ni por las drogas, ni por el empalamiento. Murió de un paro cardiorrespiratorio provocado por el dolor físico que se le infligió en esta tortura. Antes de esto, solo en Chile hubo 58 feminicidios consumados en 2015, y hasta la fecha, llevamos 39 feminicidios consumados en 2016. Antes de esto, las agresiones contra mujeres y niñas no disminuyen, se sostienen, se agravan, se agudizan con el pasar de los años. Antes de esto, 275 niñas son secuestradas desde su aldea y desde sus casas por el grupo terrorista Boko Haram. Antes de esto, las mujeres son acosadas en el espacio público.
Como hombre, y como muchos hombres que conozco, nos indignamos frente a estos hechos puntuales. Son horrorosos, son bestiales. Sin embargo no conocemos esta violencia de primera mano. Es verdad que los hombres también morimos, pero nunca en las mismas circunstancias. Parte de nuestros privilegios se notan en que por ejemplo, podemos caminar por el espacio público de forma relativamente tranquila. Ya sea de día o de noche, no necesitamos protegernos, ir “acompañados”, ni caminar por sitios iluminados para que no nos pase nada. Si nos llega a pasar algo, jamás es nuestra culpa. Da igual que hayamos ido vestidos provocativamente, que estemos caminando ebrios o drogados, y frente a las situaciones que viven las mujeres día a día, eso es un privilegio. Mientras asesinan, drogan y violan a mujeres todos los días, solo por el hecho de ser mujeres (y como tal, un objeto que puede ser poseído y utilizado), nosotros reproducimos las estructuras que permiten estas prácticas asesinas mediante micro-agresiones cotidianas. No pedimos acabar con la violencia hacia las mujeres, pedimos acabar con las violencias hacia todas las personas: vivimos la igualdad como una agresión hacia nuestros privilegios. Decimos “no todos los hombres somos así”, en vez de prestar atención a las víctimas o a nuestras propias conductas agresivas. Nos ofendemos por el uso de un lenguaje no sexista y no violento, por considerarlas discusiones “ridículas” frente a “problemas más graves”.
No faltará algún hombre que diga “también hay hombres asesinados por sus parejas”, “también hay hombres que han sido abusados”, “también hay hombres que han sido acosados en el espacio público”. Probablemente los hay, sin duda, pero son casos realmente aislados. No somos víctimas cotidianas ni sistemáticas de éstas ni de otras prácticas violentas. No somos víctimas de la violencia de género, sino más bien victimarios. Lo somos no solo cuando agredimos, sino también cuando no creemos, cuando desestimamos o desconfirmamos esas violencias. Somos violentos cuando frente a una agresión como las recién narradas, volcamos la mirada sobre nuestros derechos y privilegios, y no sobre las experiencias de violencia y opresión que sufren quienes son violadas, golpeadas y agredidas.
Debemos a las organizaciones feministas y de mujeres la visibilización y denuncia de estas problemáticas. Sin embargo, como hombres, nuestra participación activa es un requisito sine qua non para acabar con la violencia de género, y esta participación parte de dos actividades fundamentales: escuchar y creer. Cuando alguien te relata una experiencia donde ha vivido violencia o similar: escuchar, no más mansplaning¸ ni comparaciones, ni más “mira, que yo te voy a decir lo que te pasó”. Escuchar. Escuchar. Escuchar. Luego, creer: creer en la experiencia, la violencia, y el daño del que se nos habla. Reconocer que hay algo allí que ha afectado profundamente la vida de esa persona: reconocer que no es aceptable que un hombre adulto se masturbe en una plaza frente a una niña como forma de provocarla, que no es normal ni aceptable enojarnos ni molestarnos cuando una mujer nos dice que no. Que cuando una mujer se siente violentada por un hombre en la casa, en el trabajo o en el espacio público, no está siendo ni exagerada, ni histérica, ni mucho menos. Si no que está dando cuenta de una estructura social que sistemáticamente oprime a todos aquellos que no sean hombres, heterosexuales y cisgénero.
Por último, si nosotros no somos las víctimas de estas situaciones ¿qué ganamos con que se deje de violentar a las mujeres? No puedo hablar por ustedes en este caso, pero puedo hablar por mí. Personalmente, una parte de esto es que yo no quiero ser señalado como un posible agresor, asesino o violador. No quiero convertirme en una figura peligrosa ni amenazante para otras personas. No lo quiero para mí, ni lo quiero para mis hijos varones. Quiero vivir en un contexto libre de violencias, quiero tener esa oportunidad, y quiero que mis hijos también la tengan, sean como sean y sean quienes sean. Una realidad más igualitaria no se constituye en un mundo que sea mejor únicamente para las mujeres, es un mundo que es mejor también para mí, también para nosotros.
Comentarios
19 de octubre
Con todo el respeto que me merece su persona le recomiendo encarecidamente que se de una vuelta a las 10 de la noche por alguna poblacion de la zona sur de santiago y luego me diga que un hombre puede caminar tranquilo sin miedo a que le ocurra nada y no , no exagero, solo le digo que se pasee por los lugares donde dia a dia miles de hombres y mujeres de escasos recursos debemos transitar a esas horas justamente
respecto al trasfondo de su discurso, pues estoy parcialmente de acuerdo, repudio con todo mi ser la violencia hacia la mujer, sin embargo eso no puede ni podra jamas sobreponerse al hecho que repudio TODO tipo de violencia hacia cualquier ser humano, no hablare con «lenguaje inclusivo» es una soberana estupidez, a mi como hombre (masculino) no me ofende que me digan que soy una persona (femenino) ni me ofende formar parte de la ciudadania (femenino) no tiene sentido discutir eso
la sociedad no oprime al hombre, solo lo obliga a proveer aun a costa del propio sacrificio, solo le impone hacer servicio militar, solo le insta a poner la vida de todos los demas por sobre la suya a deshacerse de todo rastro de sensibilidad y si, es verdad, eso tambien es parte del machismo btw no me digas que eso no es oprimir a un individuo a tomar acciones anti-natura , el doble discurso feminista de la tercera ola, esa hipocrecia corrosiva lo unico que hace es dividir a un pueblo que debiese estar unido, el mal de la violencia se saca de raiz educando, no una a una cada «tipo»
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20 de octubre
El Burrito ….no entendió nada! que vergüenza
21 de octubre
Absolutamente de acuerdo con Usted Carla. El señor llamado Burrito no entendió nada. Se agradece su artículo Don Nicolás.
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