Este 8 de marzo se conmemora el día internacional de la mujer. Este año, no obstante, cobra especial relevancia dado que en la instancia de deliberación republicana por excelencia -el parlamento- se estará discutiendo un proyecto de ley que versa sobre un fenómeno que recae exclusivamente en las mujeres, pero que se insiste -aún a estas alturas- comprenderse como de discusión pública.
La historia de las ideas ha separado en veredas opuestas a quienes creen, por un lado, que el ser humano es capaz de calificar como verdaderos o falsos determinados juicios morales y quienes, por el otro, se abstienen de hacerlo.La democracia liberal se defiende cuando el espacio de deliberación pública no limita las respuestas que podamos dar a la pregunta “cómo debemos vivir”.
La abstención ante un juicio moral, que profesa todo liberal, se sostiene por la convicción de que no existiría una sola respuesta a la vieja pregunta «cómo debemos vivir», sino más bien existirían tantas respuestas como personas cuestionándoselo. Bien cabría entonces respetar el proceso deliberativo que todo ser humano debe realizar al hacerse dicha pregunta.
Un liberal no profesa -como se suele creer- una postura escéptica ante todos los juicios morales. Un liberal funda su abstención ante los juicios morales en la firme convicción de que existe un valor que se superpone a todos los anteriores: el valor de la igualdad. Ningún ser humano es igual a otro, claro está. No obstante todos somos seres racionales, provistos de una misma capacidad de discernimiento moral, y portadores, por tanto, de una misma dignidad. Dicha creencia es fundadora de las democracias liberales modernas en las que vivimos.
Existen poderosas ideas en la modernidad que atentan contra el valor de la igualdad. El utilitarismo, por una parte, al sostener que ciertas acciones están moralmente justificadas cuando producen la mayor satisfacción al mayor número de personas. El Utilitarismo está en la fundamentación del capitalismo: una sociedad puede perfectamente preferir la decisión espontánea de los individuos, en materia económica, si en su conjunto aumentan el bienestar -prosperidad, PIB- de la sociedad en su conjunto (aunque el costo sea someter a un porcentaje de la población a condiciones materiales mínimas de existencia). El totalitarismo, por otro lado, también nos enseñó cuán irrelevante podría ser la deliberación de los individuos en torno a la pregunta “cómo debemos vivir” cuando se busca la construcción de un proyecto utópico, apagando poco a poco todas las instancias de protección del individuo, de su dignidad, que la modernidad creó. Nuestra única salvaguarda entonces -y tal como lo entendió Kant- es recordar que los seres humanos no deben ser considerados como un medio, sino como un fin en sí mismo.
El mayor resguardo que tenemos como sociedad, ante los diversos ataques que la modernidad realiza contra la igualdad, atentando por tanto contra las posibilidades del individuo de actuar conforme a su propio proyecto de vida, es fortaleciendo la democracia liberal. La democracia liberal se defiende cuando el espacio de deliberación pública no limita las respuestas que podamos dar a la pregunta “cómo debemos vivir”.
¿Cómo entendería un liberal, que cree profundamente en la igual dignidad de las personas, el debate en torno al proyecto de ley de aborto en tres causales?
En primer lugar nuestros representantes creen que es materia de discusión pública un fenómeno que recae exclusivamente en las mujeres. Todos los ciudadanos, hombres y mujeres, debemos decidir qué harán ellas cuando se enfrenten a tales disyuntivas. Nuestros representantes, en segundo lugar, creen tener línea directa con la realidad, indicándonos como juicio “verdadero” aquel que decide la preservación del embarazo, a todo evento. La pregunta “cómo debemos vivir”, en materias de reproducción sexual, es -según ellos- innecesaria. Tercero, aquellas mujeres que tengan la osadía de preguntarse cómo vivirán sus decisiones reproductivas, y que actúen en conformidad, tendrán que seguir afrontando la coacción del estado, bajo penas de cárcel.
¿Qué subyace a esta lógica de nuestros representantes?
1) Las mujeres no son racionales (necesitan que el estado delibere por ellas).
2) No tienen capacidad de discernimiento moral (no pueden ver la realidad tal como es; no pueden saber cuál juicio moral es “verdadero” y cual no).
3) Al no tener las dos anteriores, no poseen -como ciudadanas- nuestra misma dignidad.
4) Las mujeres que enfrentan estas decisiones, por tanto, como ciudadanas no son iguales; tienen una categoría inferior.
Comentarios
09 de marzo
Los hombres vamos a la guerra con exclusividad respecto de las mujeres porque poseemos una supremacía fisiológica, hormonal, y nadie propone igualdad de condiciones, ¡PORQUE NO ES UNA CUESTIÓN DE DERECHOS! Usted, estimado, es un megáfono. Un mero transmisor de proclamas hueras. El aborto en caso de violación es una rajadura en el velo de de la civilidad, nos retrotrae a la animalidad primigenia. Es un reconocimiento de que los valores morales son puras mentiras, necesarias, pero mentiras al fin y al cabo. Tres mil años de civilización adelgazados cual delicada porcelana: Si la mujer desea destruir el fruto de una violación, es porque más que una vida humana, valora la ascendencia de esa vida, la sangre. ¿Qué no es eso lo más anticristiano y anti-igualitario? “Tiene sus ojos y su rostro, y quiero que muera, quiero venganza” 1- «Jamás una vida puede ser interrumpida por dinero.» «-¡Pero no cuando soy yo quien debe asumir ese costo!, ¡que se extinga!» 2- La igualdad de los seres humanos es una estupidez. “El hijo del violador no es lo mismo que el de mi marido o de mi novio. A estos los he seleccionado para mi descendencia.” Qué sorpresa, pero si es lo que hacen todos los animales. 3- La justicia. La justicia es una palabra bonita con que disfrazamos el derecho a a la venganza. Todo acto de justicia es una venganza. Y si queremos matar al hijo del violador es porque no puede gritar ni removernos la compasión de otra manera.
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