Harta agua ha corrido y hartos años han pasado, desde que comenzamos a discutir sobre el matrimonio que hoy llaman igualitario. Eran otros los titulares, por lo general, hetero-impuestos. Hasta llegar a la noche de Tolerancia Cero, al debate aquel, que de manera literaria Pablo Simonetti le contó al país, el “relato gay”.
Relato que por cierto, se agradece, porque él sí puede representar a una comunidad aspiracional; que reniega de la marica y la camiona; y que no esconde su agenda PPD tras una ONG gay.
Siendo una persona absolutamente agradecida y respetuosa del gesto, las palabras y la entereza de Simonetti, ante tanta homofobia y heteronormatividad, (para seguir con sus palabras) quisiera, sin embargo, manifestar algunas inquietudes respecto de este relato gay.
Hoy, en apariencia, podemos imponer una agenda pública, aunque sea de manera dificultosa y fugaz. Y al parecer así se ha hecho con Punta de Choros, los comuneros mapuche, la virgen de la JUNJI, Hidroaysén, el matrimonio igualitario y Monsanto. Todos lamentablemente por separado.
Y respecto a su fugacidad, o nivel de dificultad o falta de convergencia en un relato común, se podrán dedicar muchos análisis, que espero sean, como lo muestran algunos importantes ensayistas, antesala de grandes cambios de ejes.
Pero, me permito dudar del actual relato gay. Porque en estos años de estar presenciando y participando de varias de estas protestas ciudadanas, me pregunto ¿qué consecuencias directas o indirectas han tenido? Me refiero a varios ámbitos; consecuencias en los manifestantes, en los espectadores, en la agenda política y en la política pública de nuestro país. Y si algunas de esas consecuencias han reportado beneficios, reconocimientos o reformas, para los derechos de cada una de las personas afectadas por estos conflictos.
Y no encuentro una respuesta positiva, a la hora de buscar la protección y respeto, solo veo el gran abismo entre querer hacer tanto y lograr tan poco, entre tener ideales y tener un cargo, en esa dicotomía que enfrenta a cada instante, no solo a personas sino que también a nuestros propios constructos sociales.
Y mi respuesta está en este sistema patriarcal que nos hace trampa a cada instante, que se mofa de nuestros enojos, que incluso tiene el descaro de encauzarlos. Finalmente, esa es la molestia, que protestemos según el menú, que por cierto viene horneado desde las altas cúpulas de un sistema piramidal basado en la dicotomización de las ideas, datos y experiencias. Y que se niega, y se negará férreamente, a valorar y respetar la igualdad plena, la dignidad de las personas y su libertad y madurez, como el ingrediente básico de cualquier plato que se quiera servir. Simplemente porque así sobrevive el sistema.
Sin cuestionamientos de ese sistema, y petitorios integrales, este relato, sigue siendo definitivamente gay. Ni lésbico ni trans, ni menos, feminista, por ello no me identifica. Pese a ello, me convoca la exigencia de igualdad y me sumo a declamar: ¡matrimonio igualitario ya!
*Artículo publicado en www.rompiendoelsilencio.cl
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