Hace tiempo que se habla de “sesgo” en educación y la persistencia de estereotipos que surgen desde el proceso de socialización temprana, con roles desiguales para hombres y mujeres. Ese “orden de género” asigna al hombre el papel de proveedor y a la mujer de cuidadora. Por tanto, parece natural fomentar habilidades “duras” en los niños y “blandas” en las niñas, como son las matemáticas y ciencias versus el lenguaje y comunicación.
Los resultados de la prueba PISA, aplicada en 2012 a jóvenes de países de la OCDE, volvieron a ilustrar la complejidad de las brechas del sistema educativo chileno. Más allá de la evidencia sobre desigualdad en la adquisición de competencias entre colegios privados, públicos y particulares subvencionados, hoy es claro que enfrentamos también una importante disparidad de género.
En la PISA de matemáticas, 25 puntos separan los logros de hombres y mujeres, mientras que en el resto de la OCDE esta distancia es de 11. La profundidad de esa brecha vuelve fundamental indagar el por qué.
Hace tiempo que se habla de “sesgo” en educación y la persistencia de estereotipos que surgen desde el proceso de socialización temprana, con roles desiguales para hombres y mujeres. Ese “orden de género” asigna al hombre el papel de proveedor y a la mujer de cuidadora. Por tanto, parece natural fomentar habilidades “duras” en los niños y “blandas” en las niñas, como son las matemáticas y ciencias versus el lenguaje y comunicación. Lo grave es que este orden de género —que tiene como principales agentes socializadores al colegio y la familia— encierra una jerarquización y entrega un mensaje claro: las actividades realizadas por los hombres son más valoradas socialmente.
En consecuencia, el resultado académico de niños y niñas es diferente, como también nos muestra el Simce y PSU. Y en ese camino, la probabilidad de que las jóvenes accedan a carreras como ingenierías, ciencias exactas y medicina sigue siendo menor. ¿El resultado? Las chilenas concentran el 70% de la matrícula en las carreras de menor sueldo y empleabilidad, tal como informó “El Mercurio”.
Asimismo, se concentran en posiciones medias o bajas al interior de las organizaciones y tienen menos opciones de acceder a altos cargos (12% en gerencias generales). Esta segmentación del mercado laboral determina que ellas ganen en promedio 35% menos que los hombres y tengan peores perspectivas en su vejez.
La educación es un elemento clave para la movilidad social, así como para igualar las oportunidades desde la infancia. Mirar a través del prisma de estos resultados debiera motivar a quienes implementan las políticas públicas a observar el trasfondo de un problema que asoma como la punta de un iceberg.
Comentarios