Necesitamos otra cosa, y en eso estamos, tratando de que la educación y sus procesos se conviertan en ideas tangibles para el estudiante y en herramientas emocionales para las personas.
¿Y si efectivamente ya no pusiéramos notas para evaluar pruebas, contenidos, trabajos, disertaciones, participaciones? Otra cosa sucedería, de todas maneras otras cosas sucederían. Favorable o no favorable encontraríamos soluciones a problemas que han estado por años en la educación chilena. ¿Qué pasaría en el sistema si realmente elimináramos las calificaciones personales y grupales en la escuela? La carrera docente sería más atractiva, los contenidos serían cobijados con esmero y trabajaríamos en completa armonía con el alumno y alumna. Sin duda, sería un gran acierto, pero el contexto educativo y cultural no nos ayuda.
Pero, con las calificaciones ‘medimos’ e instrumentalizamos nuestras evaluaciones. Es una forma de ver si el objetivo se cumplió o si el proceso va bien encaminado hacia un objetivo transversal. ¿O existe otra alternativa real, tangible? Con la calificación cuantificamos al ser humano en su afán de aprender cosas, de optar por el conocimiento y su saber. Sin la calificación no se podría tener al mal llamado mejor alumno del curso, no podríamos ocupar aquella plaza de la licenciatura de octavo y cuarto medio que dice que toda primera licencia tiene derecho al podio frente a la audiencia, sin la calificación no podríamos otorgar estrellitas de colores a los mejores alumnos ni tampoco pasar de curso a cuanto alumno quiera. Sin la calificación el flojo pasa. Pero este ya no es un problema de la escuela ni del profesor, sino de la familia. La motivación tiene que partir en casa, como valor integral.
Entonces, la calificación es un problema cultural. Si hablamos de idiosincrasia podríamos referirnos a una necesidad por separar, mediante una nota, lo que sirve y no sirve. Culturalmente hablando, porque es una forma de criterio estandarizada por la sociedad, entonces costaría demasiado relevarla o en el mejor de los casos anularla para que fuera más democrática y elemental. La división tiene un carácter de repulsión hacia aquello que yerra o, de manera equivoca, intenta lograr un objetivo. La calificación numeral debería ser todo lo contrario pero choca con la manera de ser, con la manera de cómo nos relacionamos en un sistema donde prima la competencia.
La nueva instancia evaluativa de la PSU 2014 es un intento implícito de querer terminar con la calificación como tal y su proceso de evaluación. Claro, por ejemplo, ahora dan lo mismo las incorrectas y el azar por primera vez aclararía en algo las cosas. Claro, las pruebas en clases de selección múltiple también nos llevarían a lo mismo: achúntele que igual se saca un siete o un uno. Sin embargo lo más significativo sería probar empíricamente la desaparición paulatina de la calificación para el logro de un objetivo porque después viene el nuevo proceso: la comprensión y consumación de un conocimiento en pos de un objetivo mayor, aprender para la vida y ya no para una prueba. ¿Cómo entonces nos aplicamos? ¿Para una prueba? No basta. Necesitamos otra cosa, y en eso estamos, tratando de que la educación y sus procesos se conviertan en ideas tangibles para el estudiante y en herramientas emocionales para las personas.
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Comentarios
18 de julio
Creo que no está suficientemente probada en el texto la relación entre la ausencia de calificaciones y una mejora de la carrera docente, una relación armónica con los estudiantes y el aumento de su esmero por aprender. ¿Cuál es la relación de causalidad entre la evaluación y los tres hechos mencionados?
¿Por qué la calificación es un problema? Creo que el problema no es medir -vivimos en un mundo y un lenguaje basados en la comparación, y eso ayuda a crear referencias en todo sentido- sino la medida del medir, es decir, la importancia que le asignamos a las calificaciones en el proceso de aprendizaje.
Me parece que una perspectiva correcta es que los profesores transmitan, que tan importantes como las calificaciones, es aprender otros modos de relacionarnos entre nosotros -finalmente la calificación es un modo de relación jerárquico- y en ese sentido me parece que vale la pena leer la carta que Rachel Tomlinson, profesora británica, envió a cada alumno al momento de comunicarles los resultados de una prueba. A continuación un extracto:
«Las personas que crean estas pruebas y las evalúan no los conocen como los conocemos sus profesores de la manera en que yo espero y ciertamente no los conocen al modo en que lo hacen sus familias. Ellos no saben que muchos de ustedes hablan dos idiomas. No saben que pueden tocar un instrumento musical o que pueden bailar o pintar un cuadro. No saben que sus amigos cuentan con ustedes y que su risa puede iluminar hasta el día más oscuro». (La traducción es mía)
Creo que ejemplos como el de Rachel son para reflexionar cómo enfrentar el tema de las evaluaciones y «la medida del medir», resignificando la importancia de las calificaciones según cómo entendamos el proceso educativo en lo fundamental.
Ref: http://www.theguardian.com/education/2014/jul/15/headteacher-note-pupils-viral-lancashire-primary-school-barrowford-nelson?CMP=fb_gu
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