Nuevamente los textos escolares son objeto de debate en la prensa y redes sociales. ¿Estamos mirando el real problema o nos estamos quedando en los síntomas de una situación que requiere cambios estructurales?
Nuevamente los medios de comunicación masiva han puesto su interés en los textos escolares. Esta vez el foco se ha puesto en las supuestas malas prácticas que incidirían en la decisión de establecimientos educacionales subvencionados y municipales, de adoptar textos destinados al sector privado pagado, a pesar de recibir textos gratuitos del Estado. Esto tendría un impacto negativo en el presupuesto de las familias o en el uso de los fondos públicos destinados al mejoramiento de la calidad de los aprendizajes.
El rol fiscalizador de la prensa es fundamental, especialmente si se ejerce con calidad profesional permitiendo que los ciudadanos puedan generar opinión informada y actuar en consecuencia.
No cabe duda que la forma en que se adquieren y venden los textos escolares en Chile es perfeccionable y, aunque el reportaje de televisión no logró comprobar conductas ilegales por partes de las editoriales o los sostenedores educacionales, es necesario que se incrementen las medidas que agreguen transparencia a las decisiones que toman los establecimientos, especialmente cuando se trata de implementar proyectos pedagógicos diferentes a los financiados por la política pública.
Sin embargo, la denuncia e investigación periodística no profundizan los problemas principales de este tema: los aprendizajes y la didáctica.
Los textos escolares, como cualquier recurso de apoyo y complemento a la enseñanza, tienen como fin último ayudar a los docentes a incrementar la calidad de los aprendizajes que se obtienen en el aula. Este propósito es el que debiera estar prioritariamente en revisión y en investigación, para poder enjuiciar apropiadamente la adopción de uno u otro texto escolar.
Este año el Ministerio de Educación destinará a la adquisición de textos escolares un monto cercano a los 80 millones de dólares. Por su parte, el sector privado que compra directamente los textos escolares sin subsidio del Estado, habrá invertido alrededor de 40 millones de dólares.
No sabemos si esta importante inversión pública y privada, está generando beneficios que la justifiquen parcial o completamente. Y tampoco pareciera que esta información esté siendo indagada adecuadamente por los medios, la autoridad y demás actores involucrados.
Algunos estudios parciales, encargados por el mismo Ministerio de Educación, presentan datos de subutilización en el aula y en el hogar de los textos escolares y reflejan una baja valorización efectiva que hacen los docentes de este recurso.
No es extraño que sea así, teniendo en cuenta que los textos escolares se siguen sosteniendo en un formato impreso analógico que se distancia cada vez más de la experiencia que los estudiantes del siglo XXI y las nuevas generaciones de docentes tienen sobre formatos digitales, que les resultan más nativos y atractivos.
En una era en que el conocimiento se amplía y diversifica, seguimos insistiendo en empaquetar en un conjunto de páginas impresas, contenidos y actividades estáticas. Cuando todo indica que debemos avanzar en ofrecer distintas oportunidades de aprendizaje, que respeten la singularidad de los estudiantes, continuamos invirtiendo en formatos que estandarizan una propuesta didáctica para todos los alumnos de un nivel y asignatura.
En tiempos en que las tecnologías ofrecen innumerables herramientas para facilitar nuestros procesos productivos y de comunicación, los instrumentos que entregamos a los docentes y comunidades escolares para organizar sus planes de clases, resultan obsoletos e ineficientes para entregar información oportuna, acciones remediales y diversificar estrategias didácticas.
En un momento histórico de reformas estructurales a nuestro sistema educativo, enfrentar el desafío de la provisión de recursos de aprendizajes adecuados y eficientes para los estudiantes y docentes del siglo XXI, debiera ser uno de los objetivos claves para transformar nuestras escuelas en espacios modernos de aprendizaje.
No es un tema que se resuelva fácilmente ni en poco tiempo. Pero es un área sobre la que hay interesantes propuestas circulando (ver columna de Mario Waissbluth y Eugenio Severín y anterior post de mi autoría entre otros), esfuerzos de las editoriales por avanzar hacia la articulación entre los formatos analógicos y digitales, experiencia internacional en pleno desarrollo, junto con capacidad de innovación local e internacional que podemos aprovechar.
Es cosa de partir ahora, para dejar de quejarnos y transformar el problema en una oportunidad.
Comentarios
15 de julio
Aunque el reportaje cumplió su función de mostrar el problema referente a que los apoderados deban comprar textos cuando el Estado entrega gratuitamente los suyos, se quedó corto en cuanto a la complejidad del problema. Soy profesora de lenguaje, siempre he trabajado en liceos municipales, nunca hemos pedido adquirir textos, pero es verdad que no son de la misma calidad, incluso de la misma editorial, lo cual también es escandaloso. Es una cuestión de suerte que algún año nos «toque» un buen texto, si no es así, se utiliza de manera esporádica, nos la arreglamos sacando muchas fotocopias de material que a veces (y esto es lo irónico) utilizamos de los «buenos» textos. Doy un ejemplo concreto. En Séptimo debo enseñar las funciones del lenguaje, en el texto de este año aparece una página escueta, de ortografía y gramática poquísimo, entonces optamos por comprar cuadernillos de ortografía y redacción para los niños (no los compran los apoderados sino el colegio), por otra parte las unidades tampoco están siempre alineadas con el programa.
Otro aspecto, que me parece igual de grave, es el tema de las lecturas domiciliarias, donde entran en el juego otras editoriales que operan con un sistema similar. Seguramente se preguntarán los apoderados (como yo que también soy mamá), por qué en el ciclo básico cada vez se lee menos a los clásicos o autores chilenos, nos encontramos con listas de lecturas constituidas por textos que incluso uno como profesor de lenguaje no conoce y ¡curiosamente! son de la misma editorial, de relativa calidad literaria y que los papás deben comprar.
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16 de julio
El problema no es el formato de un recurso para poder ser usado en el aula, ya que existen alumnos motivados por las TIC y otros les resulta más interesante tener el libro en sus manos. Sin embargo, los contenidos y las actividades no resultan desafiantes. Desde mi experiencia como profesora de historia y geografía, ya no se obtiene una cabal comprensión de un proceso histórico, sólo respondiendo preguntas, interpretando mapas, gráficos o viendo videos. Los alumnos están topando con una escasa imaginación para recrear un hecho y luego relacionarlo con otros, de ahí la dependencia hacia los medios audioviduales para suplir esa falta o viceversa se ven bombardeados por ideas tan dispares (ej: los E.T son la razón de nuestra existencia) que no logran consensuar por sí mismos sus propias creencias, porque cada día aparecen más y más datos. Los profesores deberíamos guiar esas experiencias con qué? Con familias que no conversan, con tecnologías, que en nuestro colegio no funcionan bien, con textos escolares que expresan la misma historia oficial de hace décadas, con un mundo académico universitario del área de historia que apenas asoma su nariz por los colegios, con un ministerio que no ha sido capaz de solucionar las prioridades de los profesores para mejorar el diseño de nuestras clases, ej: con un tiempo pedagógico acorde a las diversas realidades y necesidades de los alumnos, que debemos atender a cada minuto en nuestras clases.
Las tecnologías son la solución a todo? Por supuesto que no. Y mientras sigan creyendo eso, olvidan que la humanidad evolucionó por la simple curiosidad de aprender y sobrevivir, esas condiciones deben ser atendidas por toda la sociedad, con tablet, con libros impresos, con los diarios del kiosko… da lo mismo, si al final son sólo recursos, que no sólo deben verse, también se requiere experimentar con los otros sentidos.
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