Deben ser la totalidad de los docentes quienes deben convencerse, como “intelectuales transformativos”, de la necesidad del establecimiento y reforzamiento de la enseñanza de la vida cívica, ciudadana y participativa. De hacer que “lo pedagógico sea más político y lo político más pedagógico”.
Si entendemos la democracia al decir de Norberto Bobbio como un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones obligatorias para todos los miembros del grupo y bajo que procedimientos (1), la podemos traducir como una experiencia convenida que conlleva compromisos. Fijando la atención en esas promesas es que a la vista del autor muchas de ellas no se cumplieron, lo que genera una tensión entre lo que la democracia debe ser y lo que es.
Las promesas que cuestionan el peso de la realidad según Bobbio serían:
– La de una sociedad pluralista que presentara un cuerpo social de movilidad centrípeta. Ella finalmente funcionó en dirección contraria, provocando un centralismo no esperado y no reconociendo el surgimiento de “lo colectivo” desde “lo individual”.
– La imposibilidad de encontrar o reconocer quién debería velar por el respeto al mandato imperativo individual.
– Todavía la democracia se encuentra capturada o sobre representada por las élites, lo que limita el espacio de desarrollo democrático.
– La idea de eliminar al gobierno invisible. La imposibilidad de “cuidar a los cuidadores” del orden democrático.
– El ciudadano no educado.
Desde la óptica liberal y la propia del autor, estas promesas que venían aparejadas al surgimiento del ideal democrático se encuentran al debe hoy en nuestras sociedades. Diagnóstico que compartimos, pero frente al que no somos negativos. Creemos que se puede revertir. Pensamos que podemos empezar a cumplir los compromisos democráticos enunciados por Bobbio y también estamos convencidos que desde la escuela puede proyectarse una ayuda. Así entonces, la promesa relacionada al “ciudadano no educado” puede servir de bisagra para abrir el debate sobre la democracia en Chile.
Propuesta:
Hace un tiempo atrás se escucharon voces que solicitaban reincorporar al currículum oficial el sector de educación cívica. Básicamente podemos identificar un hecho sociológico como causa y sería la transición desde la llamada apatía política juvenil, propia de la década de los noventa con todos los supuestos que significó el fin de la dictadura, al patente interés de participar en movimientos sociales, como los impulsados por estudiantes en 2006 y 2011, que fueron punta de lanza para la organización de otros grupos ecologistas, de deudores habitacionales, regionalistas, etcétera. La manifiesta abstención electoral en las últimas elecciones presidenciales en segunda vuelta de diciembre de 2013, no hicieron sino evidenciar un descontento que, siendo muy político en su germen, por cierto, no cree en lo institucional. La herida de la participación ciudadana comenzó a sangrar al tiempo que la de la “estabilidad institucional” empezó a supurar. Sin duda hay más variables, pero hay un anhelo participativo que se hace evidente y que requiere ser canalizado.
Ha sido innegable la preocupación de quienes generan el currículum oficial por jibarizar el área de historia y ciencias sociales. Por un lado, en gobiernos de la Concertación se hizo desaparecer el subsector de educación cívica (también el de economía), reubicándolo como unidades dentro del propio subsector de historia, geografía y ciencias sociales, tanto en educación básica como media, quitándole potencia al sector por falta de tiempo para desarrollarla y por su esporádica aparición en los distintos niveles.
La misma enseñanza de la disciplina histórica se vio amenazada durante el gobierno de Sebastián Piñera, primero a través de propuestas que buscaban disminuir su número de horas semanales y después por la intervención conceptual que quería realizarse en los libros que se entregan a estudiantes respecto de hechos trascendentes del devenir histórico chileno, como fue el intentar calificar “gobierno militar” en vez de “dictadura” al período de apogeo de Pinochet. Por suerte las dos medidas fueron revertidas antes de que pudieran siquiera ser aplicadas gracias a la tenaz resistencia que levantaron todos los profesionales dedicados al estudio de la historia.
Hoy pareciera (hago hincapié en el “pareciera”) que estamos mejor que ayer. Se pretende reformar estructuralmente el sistema educativo chileno y se acomete levantar una nueva Constitución Política legítima con todo lo que ello significa. A primera vista hay un campo donde sembrar más y más espacios democráticos.
Por todo lo anterior, retomar con fuerza la alicaída idea de integrar al currículum oficial un espacio permanente e independiente (aunque articulado) que prepare para la formación ciudadana, no es desacertada. El punto es que no se puede volver a esa “asignatura” que se “pasaba” en tercero medio y que sólo entregaba herramientas conceptuales respecto de algunos principios constitucionales de manera conductista sin ningún correlato factual. Hay que integrar un nuevo sector de educación democrática y/o ciudadana pero en un amable diálogo concepto-experiencia. Debe integrar a todos los miembros de la comunidad. Debe apuntar a la paz, a la convivencia, a los mínimos éticos (al decir de Adela Cortina), al reconocimiento y defensa de los Derechos Humanos, al respeto por la interculturalidad, la diversidad sexual, el entorno ecológico y las llamadas dimensiones socioculturales del desarrollo, incluidas las prácticas culturales y las tradiciones, las identidades étnicas y el idioma. Debe ser un sector ambicioso, un sector vivo del currículum, quizás el más vivo.
Al respecto y complementando la generación de este sector, se podrían llevar a cabo las siguientes acciones:
– No sólo debe permitirse la elección y fortalecimiento de Centros de Alumnos y Centros de Padres y Apoderados, sino que debería promoverse su funcionamiento libre de presiones de estamentos fácticos dentro (fundaciones, sostenedores, directores) o fuera de la escuela (provinciales de educación, superintendencia).
– Se tiene que democratizar la escuela: los proyectos educativos institucionales deben apuntar a generar y defender el espacio de deliberación y la toma de decisiones autónomas de estudiantes y docentes. Autonomía y participación de centro de alumnos, espacios de decisión en los propios cursos y por supuesto entre docentes durante los consejos, son misiones obligadas. No se puede hablar de enseñar educación cívica (llamémosla ahora ciudadana o democrática) sin que los proyectos educativos abran y protejan esos espacios. La deliberación debe ser un derecho y sus decisiones deben transformarse en opciones a tomar en consideración de manera seria y regulada, más no caprichosa. ¿Por qué no revisar los mismos proyectos educativos y validarlos, corregirlos o levantarlos nuevamente en conjunto? La legitimidad que emergería de los proyectos permitiría mayor cohesión de la comunidad, así como mayor conocimiento y respeto.
Eso sí, hay que entender los proyectos educativos como perfectibles. No como tablas de la ley: monolíticas, imperecederas. Es necesario que contengan dispositivos de permanente revisión y recambio si es necesario:
– Se debe propender a la generación de proyectos: Enseñar y motivar la elaboración de proyectos de acción cívica dentro y fuera de la escuela sería un buen ejercicio. Sin perjuicio del sano voluntariado, también pueden buscarse y generarse fondos concursables municipales, regionales, estatales y de las propias escuelas, a fin de entender que la democracia es siempre participativa y no delegativa en las autoridades. El currículo oficial debe tender de manera explícita y sin lesionar el escaso tiempo de profesores, apoderados y alumnos a vincular la escuela con su comunidad. Debemos empujar la idea de “escuela abierta”.
-Debe reformularse y fiscalizarse la correcta conformación y ejecución de los consejos escolares: Deben consentir la deliberación y decisión de los distintos estamentos con mayor poder resolutivo. De paso integrar actores distintos a los directivos, estudiantes y profesores al ruedo democrático.
-Se debe apuntar hacia una mayor sindicalización: Los docentes y trabajadores de la escuela necesitan reorganizarse y tener capacidad de generar discurso y negociación en lo relacionado con sus condiciones laborales. Es parte de la vida como ciudadano velar por el bienestar colectivo y propio en una organizada coreografía.
Los docentes deben estar permanentemente pensando su escuela. No puede caer el peso de la enseñanza de la educación democrática o ciudadana sólo en el área de Historia y Ciencias Sociales. Deben ser la totalidad de los docentes quienes deben convencerse, como “intelectuales transformativos”, de la necesidad del establecimiento y reforzamiento de la enseñanza de la vida cívica, ciudadana y participativa. De hacer “lo pedagógico sea más político y lo político más pedagógico”.
Creo que lo anterior puede ayudar a cumplir, en parte y paso a paso, muchas de las promesas incumplidas de la democracia, que de tanto en tanto nos reclaman.
[1] Bobbio, Norberto (1986): El futuro de la democracia. Fondo de Cultura Económica. México. P. 14
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